Por Ana Paula Marangoni. Luego de la convocatoria a manifestarse tras la muerte del fiscal Nisman, ¿qué lectura merece esta marcha? ¿Qué nos dice (o qué dice de nosotros) esta congregación multitudinaria en la Plaza de Mayo, espacio por excelencia de disputas de sentido?
Fue el acontecimiento que dominó desde hace un mes el panorama político en la Argentina. Finalmente, el evento denominado 18F o la “marcha del silencio” se concretó con una amplia concurrencia. Como tal, ocupó un lugar relevante en la agenda política, social y mediática y requiere aún ser interpretado.
Dime cuál es el crimen y te diré cuál es el criminal
En principio, la marcha emerge (por decirlo así, utilizando verbos que impersonalizan a los convocantes) como un pedido de justicia ante la muerte del inoportunamente afamado fiscal. De algún modo, el motivo de la convocatoria generó una primera distorsión, ya que coloca en primer plano al agente de la justicia, y desplaza a un segundo plano la causa por el atentado a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) perpetrado el 18 de Julio 1994, uno de los atentados más graves que sufrió nuestro país y que dejó un saldo de 85 víctimas. La consigna, que podría haber sido “El esclarecimiento de la causa AMIA y la muerte de Nisman”, cercena la primera parte, generando un efecto de olvido provisorio del único acontecimiento que podría otorgar sentido a lo segundo.
Pero la marcha provocó aún una segunda distorsión, porque este no es el caso de “autoconvocados” (aunque los que incentivan determinadas manifestaciones suelen ser los mismos sectores sociales y políticos y los mismos medios de comunicación, con Clarín y TN a la cabeza), sino que los que convocan son los mismos agentes cuyo deber es impartir justicia. Entonces, quienes (si no lo hacen) deberían ejercer la justicia, son los que se colocan falsamente en un equívoco lugar de “pueblo” a secas, para pedir lo que ellos deberían otorgar.
El equívoco se agudiza cuando se recupera la impune causa AMIA como centro de sentido, ya que permite ver en ambas distorsiones una provocación mayor: dos de los fiscales que convocaron al 18F, Germán Moldes y Raúl Plee, son denunciados por algunas de las asociaciones judeoargentinas por encubrir el caso AMIA. Tanto el CELS como el grupo Memoria Activa acusaron en el año 2010 a Plee y señalaron también a Moldes por demorar la acusación a los presuntos responsables.
Respecto del apoyo de las organizaciones judías que luchan contra la impunidad del atentado, es importante señalar las diferencias, ya que AMIA y DAIA acompañaron y concurrieron, pero Memoria Activa, APEMIA y 18J se negaron a participar. Lo cierto fue que casi en simultáneo a la movilización del 18F, la Asociación 18J de Sobrevivientes, Familiares y Amigos de las Víctimas del Atentado, cuyo referente es Sergio Brustein, se reunió con el Papa Francisco en el Vaticano. Ante el pedido para que interceda frente a Israel e Irán en el marco de la investigación por el atentado a la AMIA, el Papa respondió “de mi esperen todo, que haga todo lo posible”. Un país sumido en el manoseo de los derechos humanos, acudió al epicentro de la hipocresía. Otro dato que puede sumarse al análisis de qué sentidos se pone en juego por esta época.
Retomando la ausencia de las tres asociaciones en la marcha, lo que difiere aquí no es el anhelo de justicia, sino las diferentes lecturas sobre el modo de conseguirla (con relación al atentado) así como la mirada respecto del significado de esta marcha. Las organizaciones reticentes remarcaron la necesidad de crear una comisión de investigación independiente para el esclarecimiento del atentado, el cual no ha avanzado ni un ápice precisamente por el accionar de algunos de los fiscales convocantes como por el del fallecido Nisman.
Los opositores de siempre
A los pormenores de la compleja causa AMIA, se sumó el cariz opositor y reaccionario que solapadamente la marcha fue adquiriendo. A pesar de que la manifestación se jactó de ser un homenaje al fallecido fiscal y un pedido de justicia a través del silencio y sin banderas políticas, se puede entrever que hay mucha más política de la que se proclama. No solo porque los fiscales convocantes tienen una relación más que directa con la causa AMIA, sino también porque los medios que mayor cobertura (e incentivo) dieron a la marcha son los principales opositores al gobierno.
De qué se disfraza la derecha
A su vez, la sigla 18F se suma a un número de marchas opositoras al gobierno, algunas con mayor participación y otras rápidamente olvidables. Todas han tenido como premisa la ausencia de banderas políticas (esto esgrimido como orgullo), y se han jactado de ser pacíficas, modestas y silenciosas. Aunque nunca han faltado las agresiones y hasta los golpes a periodistas identificados como críticos a tales eventos. Estas marchas parecen intentar medir el deseo de que termine este gobierno, aunque hasta ahora, huérfanas de representación política, se afanan en las provisorias tutelas de múltiples y heterodoxos padrinos y madrinas.
El listado de presentes al evento, entre los que se destacan Mauricio Macri, Sergio Massa, Hermes Binner, Elisa Carrió, Julio Cobos y Ernesto Sanz, fácilmente permite entrever quiénes intentarán disputarse a la hora del voto a un sector social disconforme que busca “profundizar” hacia la derecha. La mención de los candidatos representa por lo menos tres alternativas posibles (PRO, Frente Renovador, y UNEN, o lo que quede de él), que difícilmente pueda convertir tanta abultada disconformidad en un fuerte voto.
Lo que no deja de llamar la atención es la fuerza que le otorgaron, desde la convocatoria como desde los medios que fogonearon todo el día la marcha (TN decía que había más de 600 mil personas, por ejemplo) a una jornada “sin partidos” (aun cuando todos las máximas expresiones de la derecha y de la centro-derecha estuvieron presentes). En un contexto en el que la oposición de derecha no supo cómo generar una alternativa política real (por acuerdos y rupturas, mezquindades y primeros puestos, por falta de ideas o de consenso en un pueblo, el verdadero pueblo, que se niega a perder lo conquistado), se apunta a “despolitizar” la representación. Así ya nos acostumbramos a las campañas sin contenido, en las que una sonrisa o un baile generan mayor atractivo para, por ejemplo, la inefable clase media-acomodada porteña.
Sin embargo, en el 18 F hubo sí un único orador: Julio Piumato, secretario general de la Unión de Empleados Judiciales de la Nación. Además, fue quien dirigió el operativo de logística con la ayuda de Hugo Moyano, quien aportó el camión de Quilmes que incluso, sirvió de escenario con el objetivo de “representar” simbólicamente, la oficina de Nisman. “Hicimos un paro porque creemos que con la muerte de Nisman volvió la violencia política a la Argentina”, declaró luego de hablar en la marcha y de que sus seguidores se impulsaran a cantar “Nuca más”. Sus antecedentes cuentan que estuvo siete años preso durante la última Dictadura militar, que en 2000 recibió un balazo por una protesta contra los ajustes laborales de la Alianza y que fue un kirchnerista fiel (en 2005 y en 2009 fue candidato a diputado por el Frente para la Victoria) pero rompió filas en 2011 junto a su jefe, Moyano. Además de que recibió crítica de los judiciales, que no marcharon con él, aseguró que “no hay especulación política” con su presencia.
Sin embargo, es insoslayable que, en una coyuntura donde se fogonea la ausencia de “banderas” políticas, quienes rompieron con el kirchenrismo y se acercan hacia la oposición de derecha, saben que lo apartidario los beneficia, para ir tejiendo alianzas futuras.
Mientras tanto, la intrincada muerte de un fiscal que, entre otras cosas, hizo muy poco por la causa AMIA, fue sospechado de haber tenido vínculos con los servicios de inteligencia argentino y norteamericano, y tenía en sus manos una denuncia contra la presidenta del país, lejos de llevarnos a la verdad y a la justicia, parece conducirnos por laberintos cada vez más oscuros.