Por Corcho Zimerman. Tal vez sea obra de la casualidad, o una mera coincidencia, pero un 4 de Julio de 1992 se despedía de los mortales un genio de la música como Astor Piazzolla.
Piazzolla fue un innovador en el tango, un rubro que hasta ese momento no había buscado más allá de sus horizontes, al día de hoy sigue recibiendo críticas por salirse de los esquemas.
Este último miércoles, 20 después de la despedida de Piazzolla, una bomba estalló en pleno invierno porteño. Uno de los máximos exponentes del fútbol argentino anunció la salida del club de sus amores, que lo vio nacer, lo cobijó y lo idolatró. Como cada vez que se lo propuso, Riquelme dio la noticia, pero esta vez la peor noticia.
Su fuerte personalidad fuera de la cancha se mostró por primera vez el 8 de abril del 2001. En pleno conflicto salarial con la dirigencia, Riquelme festeja su gol en el superclásico haciéndose oir y patentando esa noche su “topo Gigio”. Sólo un año más se quedaría Román en ese Boca de Bermúdez, Córdoba, Serna y Traverso, entre otros. Todos aquellos ídolos fueron poco a poco cesanteados por rebelarse a los dirigentes.
Cuentan que la severidad del técnico Ricardo La Volpe, llega a veces a una ofensa desmedida para nuestras latitudes. Hombre formado en México, La Volpe aprendió a ser un jefe autoritario, mandón y maltratador. Apenas llegado a Boca a mediados de 2006, tomó de punto a Jesús Dátolo, quien como él, acababa de llegar de Banfield. Son varios los cronistas que relatan los llantos con los que Jesús abandonaba las prácticas, Boca había invertido una buena cifra por él y no estaba pudiendo rendir. A principios del año siguiente, ya sin La Volpe y ahora con Riquelme, el Xeneize encaraba nuevamente el desafío de la Libertadores. Gracias al apoyo de quien muchos tildan de “líder negativo”, Dátolo salió del foso y fue una de las figuras de Boca en ese año y en 2008 fue transferido.
Luego asomaron las famosas peleas con Palermo, en donde apresuradamente la prensa catalogó a uno y otro como bueno y malo. El noble luchador y el conflictivo. Casual o no, en ese momento Riquelme no daba notas a la prensa. Dicen que tras el conflicto las aguas quedaron divididas entre referentes y pibes, Román quedó en el segundo grupo, nuevamente conflictos salariales lo tenían como actor principal. Esta vez, sin embargo, era él quien cobijaba a sus compañeros.
Enemistado con dirigentes y medios, sólo faltaba la barra para completar el trío de componentes nefastos de nuestro futbol. Fue en 2010, tras una apretada de la 12, Román asiste a Palermo para su gol récord y luego le da la espalda, al goleador y a la barra, quebrando una vez más esa pared imaginaria que separa al fútbol de sus sombras.
Campeón de absolutamente todo, siempre fue un bandoneonista que se apoyó en sus compañeros, disfrutaba más una asistencia que un gol y al igual que el eterno Astor, el fútbol era más lindo cuando se jugaba a su ritmo.
Su sinceridad y rebeldía lo llevaron a ser tildado de “líder negativo” pese a ser asiduamente estimado por sus compañeros. Es curioso cómo el obediente es eternamente premiado y el cuestionador bastardeado, cómo muchos medios funcionan de voceros de la dirigencia.
Román es el único líder negativo que mejora cuando mejoran sus compañeros. Que felicita rivales cuando lo superan -en lugar de echar culpas-, que establece amistades con referentes de los equipos rivales (Aimar, Trezeguet), que se mete a defender intereses de compañeros, que lleva a sus equipos a la gloria cargándose todas las responsabilidades al hombro.
Muchos son los periodistas que critican a las barras, dirigentes y medios, pero pocos son los que valoran que alguien de adentro también lo haga, tal vez porque no tengan el coraje o la espalda, pero Juan Román Riquelme se ha plantado ante grandes poderes como en aquella final contra el Real Madrid, sin temor alguno y siendo fiel a su juego y a sí mismo.
Siempre será criticado, porque jamás renunció a sus principios. La vieja guardia no perdona ni admite alteraciones: los jugadores juegan, los dirigentes dirigen, los barras aprietan… nadie venga a hacerse el Astor Piazzola queriendo cambiar algo tan viejo como el tango.