Por Edgar Juncker y Francisco Longa. En estas semanas el punitivismo demagógico volvió a ocupar cierta centralidad en el discurso mediático. La sociedad envuelta en un debate donde lo hegemónico termina siendo el supuesto de un ‘código procesal penal’ de un actor de telenovelas.
En la mitología griega, la muerte es personificada por Tánato, un genio masculino que en varias ocasiones ocupa también protagónicos en obras del teatro griego. 2.500 años más tarde, nuestra sociedad pareciera recrear el vínculo de los actores con la muerte, pero de forma menos exquisita y sutil.
Desde ya que nos referimos a la centralidad mediática de las recientes declaraciones relativas al delito de algunos actores de la farándula argentina. Estas personalidades del mundo actoral -algunos incluso de dudosa capacidad técnica-, han logrado hilvanar un discurso punitivo y represivo en lo que refiere al tratamiento del delito común, que sirvió para exacerbar un sentido común reaccionario en amplias capas de la sociedad, en lo relativo al tratamiento de la conflictividad y de la delincuencia.
El antecedente más ‘célebre’ de este tipo había ocurrido años atrás cuando Susana Giménez, luego del asesinato de uno de sus asistentes, espetara sin más: “El que mata tiene que morir”. Rápidamente en el éter y en las pantallas se viralizó su “propuesta”, quedando los receptores de los mensajes mediáticos envueltos en un debate acerca de la justeza y/o precisión de la propuesta de la ex vedette.
Semanas atrás, pero esta vez curiosamente sin haber sido víctima de ningún delito, el devaluado actor de telenovelas, Ivo Cutzarida, a partir de formas exuberantes y de un lenguaje enmarcado en el “ojo por ojo y diente por diente” del Antiguo Testamento, revivió sus 5 minutos de fama, a partir una serie de sentencias y propuestas tales como “al que a hierro mata, a hierro muere” o “si puedo voltear al chorro lo volteo”. Más tarde el bailarín Aníbal Pachano dijo, consultado acerca de cómo actuaría frente a un delito, “Yo ‘bum’, chau, uno menos”, haciendo con sus manos el gesto de disparar una pistola. Todo esto, en el marco del debate público acerca del video en donde un turista es amenazado con un arma por otra persona en moto que intenta robarle, en el barrio de La Boca.
No tuvo que pasar mucho tiempo hasta que los medios de comunicación comenzaran a autoproclamar a estos personajes como la voz del pueblo –sobre todo en programas de tinte popular dirigidos a audiencias masivas–, los paladines de la justicia o los representantes del pensamiento de las masas. Esto no significa negar niveles de simetría entre el pensamiento de estos mediáticos y amplias capas de la población, que a falta de otras herramientas de análisis, abrazan el discurso punitivo como a un trozo de madera en el naufragio.
El delito: ¿cuestión de profesionales o de improvisados?
A nuestro juicio estas coyunturas son interesantes para tensionar algunos imaginarios comunes acerca del delito y de la mejor forma de vivir en sociedades con altos niveles de desigualdad social y de marginalidad.
En primer lugar nos podríamos poner de acuerdo en que difícilmente la solución para un problema tan complejo como el delito provenga de las ideas de poco vuelo de una vedette o de un actor de telenovelas. No parecería razonable que la capacidad de dar prevención y tratamiento a la conflictividad social, al delito común y a todas las formas de distorsión de una vida en comunidad plena, pudieran provenir tampoco de la mente de un bailarín mediático.
El análisis de la realidad del delito desde una perspectiva amplia y comprensiva, nos muestra por ejemplo, que la mano dura y el castigo como ‘locus’ privilegiado para dar tratamiento al delito no mostró lo eficiente que los paladines de la represión pregonan. Para recurrir a datos duros que lo demuestran, echar mano a los trabajos del sociólogo Loic Wacquant sobre el caso norteamericano, por ejemplo, resulta revelador. Allí se demuestra que en ciudades como San Francisco, donde se aplicó una política de ‘policía de cercanías’ y de prevención del delito, los resultados fueron, con creces, muy superadores a las recetas represivas (paradójicamente tan difundidas) que se aplicaron en el Estado de Nueva York.
No obstante, tampoco esto significa que los únicos habilitados para pensar y re pensar formas de tratar el delito en la sociedad sean los juristas, abogados, sociólogos o expertos en criminología. Recientemente algunas organizaciones populares de nuestro país vienen intentando comprender y dar tratamiento a situaciones delictivas complejas desde su propio conocimiento de la práctica social. Es el caso del Movimiento 26 de Junio (FPDS Rosario), por ejemplo, que desde su construcción territorial en los barrios marginales la capital rosarina declama: “Sólo una ciudad justa será una ciudad segura en su sentido profundo. Una sociedad de iguales, para alcanzar una ciudad que valga la pena ser vivida”. En un documento que elaboraron sobre la “Seguridad Territorial” proponen entre otras cosas, elaborar controlarías anti corrupción y fortalecer la gestión cooperativa de instituciones claves en los barrios para contener e igualar las diferencias sociales.
Esto deja en evidencia que el abordaje de problemáticas tan complejas como el delito en una sociedad profundamente desigual, no se desarrolla de la noche a la mañana, y mucho menos cuando la problemática es pensada desde discursos efectistas y demagógicos; mucho menos cuando esos discursos están apuntalados por las ‘recetas’ de sujetos que nada tienen que ver ni con el estudio en profundidad de las relaciones sociales, ni con la práctica concreta y cotidiana de la reconstrucción del tejido social.
Así, pensar la cuestión del delito en nuestra sociedad no debería ser ni monopolio de los ‘técnicos’ ni recetario de algún farandurelo con necesidad de pantalla, sino una problemática compleja abordada desde las múltiples aristas que la componen. De esa manera, tal vez no sea necesario que “alguien tenga que morir” cada día mediáticamente y físicamente que es lo peor, y por el contrario, podamos dar fin a la orgía de racismo y punitivismo que nutre los titulares de los medios de comunicación hegemónicos.