Por Ulises Bosia. El tramo final de la campaña de Sergio Massa giró alrededor de dos grandes temas: congraciarse con los principales empresarios del país e insistir con recetas de mano dura frente a la inseguridad.
Massa buscará este domingo un resultado que le entregue el certificado para disputar la presidencia en el 2015. Es decir, un apoyo electoral que le permita actuar con liderazgo al interior de la interna del Partido Justicialista, clave para determinar al sucesor de Cristina aún cuando el Frente Renovador pueda mantenerse formalmente por afuera del armado pejotista.
La ambigüedad que mostró en los primeros días de su campaña para evitar la polarización entre el kirchnerismo y el antikirchnerismo, si bien nunca fue abandonada del todo, fue evolucionando hacia contornos opositores más definidos. En este sentido los dos episodios más elocuentes del final de su campaña fueron la participación en el coloquio empresarial de IDEA y la contratación del vendedor de recetas contra la inseguridad y ex alcalde neoyorquino Rudolph Giuliani.
IDEA: un síntoma de la política argentina
Scioli abrió el coloquio anual de IDEA, el Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina, que reúne a la mayor parte de la cúpula empresaria que opera en nuestro país. En el cierre participaron Stolbizer, De Narváez y, en el lugar más destacado, Sergio Massa. Es decir que los candidatos de todos los sectores tradicionales de la política argentina estuvieron presentes ante los empresarios. Antes de pasar a algunas de las afirmaciones que dejó el intendente de Tigre en su discurso, vale la pena preguntarse cuán naturalizada tenemos la hegemonía del empresariado en la conducción del país. No nos llama la atención la presencia de los principales candidatos en este encuentro empresarial, pero sí lo haría poderosamente en un evento promovido por el movimiento obrero o por organizaciones sociales. Se trata de una nueva muestra de la orientación empresarial que promueven los dos grandes partidos políticos que sostienen el régimen democrático argentino desde hace treinta años.
Massa desplegó una serie de definiciones que abrevan en los lugares comunes del discurso opositor derechista construido a lo largo de los años contra el relato kirchnerista. Así, en primer lugar consideró que existe “ineficiencia del Estado en políticas de gasto público”, coqueteando con la necesidad de una política de ajuste. Esta idea fue completada cuando se refirió a la necesidad de “bajar la presión impositiva para mejorar la competitividad a través de mayor eficiencia del Estado”. Lo cual, sin referirse a la injusta estructura impositiva actual, sólo puede conducir a un refuerzo de la carga tributaria sobre las mayorías trabajadoras o a un recorte de la inversión social del Estado. Esto último es lo que debe entenderse detrás del eufemismo de la “mayor eficiencia del Estado”.
Además aseguró que “lo que Argentina necesita es inversión”, entendida en la lógica empresarial de la “seguridad jurídica” como facilidades impositivas y legales para los grandes capitales extranjeros y nacionales, sin llamar la atención para nada sobre la escasa costumbre de la burguesía local de reinvertir sus ganancias para mejorar la productividad, ni mucho menos de su predilección por la fuga de capitales, la precarización de los trabajadores y el consumo de artículos suntuarios.
Finalmente, continuando con la línea de endulzar el paladar de los sectores dominantes, también apuntó al empresariado agrario refiriéndose a su principal preocupación. “El sector agropecuario tiene distintas realidades, los productos regionales, me pregunto si tiene sentido seguir aplicando retenciones al trigo o si habría que eliminarlas”, concluyó Massa.
En fin, un programa de reforma del actual modelo que lo haría más regresivo e injusto.
Tolerancia cero
Por otra parte, en lo que parece ser un concurso entre los candidatos para ver quien es el más decidido enemigo de la inseguridad, Massa jugó fuerte con la contratación de Rudolph Giuliani. Este hombre es uno de los principales productos de exportación de la industria de la seguridad norteamericana, a partir de su paso por la alcaldía de la ciudad de Nueva York, en el que patentó las políticas de “mano dura”.
El intendente de Tigre decidió poner sus propuestas bajo la sombra protectora de Giuliani, quien dirige la consultora Giuliani Partners LLC, con la que asesoró a diversos políticos de la derecha latinoamericana, entre los que se destaca recientemente Keiko Fujimori, de quien hasta Mario Vargas Llosa prefirió tomar distancia.
Giuliani aseguró que “le ve un gran futuro” a Massa y que se mostró “impresionado” por las medidas de seguridad implementadas en Tigre. Vale la pena recordar que el cuarenta por ciento de la superficie del Partido de Tigre está cubierto por barrios cerrados y que tiene una población de 380.700 habitantes. En cambio Nueva York puede ser considerada una de las principales ciudades del mundo, quizás la principal, y tiene ocho millones de habitantes. Es razonable que Giuliani haya quedado “impresionado”.
Por otra parte Massa se mostró con Oscar Naranjo, ex director de la Policía Nacional de Colombia, un país caracterizado por la presencia del narcotráfico, la militarización del conflicto social y la violencia estatal y parapolicial contra los sectores más pobres. Son referencias muy propias de la nueva derecha latinoamericana, en las que el intendente de Tigre busca enmarcarse.
Finalmente, el propio candidato del Frente Renovador completó su perfil conservador al declarar que “si encuentro a mis hijos fumando un porro los cago a trompadas”, algo que distintos sectores progresistas cuestionaron por considerar una respuesta violenta, aunque ninguno prefirió asegurar que de encontrar a su hijo fumando un porro se sentaría a compartir el grato momento con él y eventualmente poder hablar del consumo de la marihuana.
Pareciera que el futuro de la política argentina preanuncia una buena dosis de Dios, patria y hogar.