Tras perder la mayoría absoluta en el parlamento, Silvio Berlusconi declaró que va a renunciar luego de la aprobación de la ley de estabilidad.
En una votación muy esperada, el parlamento italiano aprobó a último momento las cuentas del Estado de 2010, pero marcó el fin de la era Berlusconi. Sólo 308 diputados acompañaron el proyecto del Ejecutivo, cuando la mayoría absoluta se logra con 316. Las 321 abstenciones de la oposición, y algún que otro oficialista, signaron el futuro político del Cavaliere, que al no tener más el apoyo asegurado del Parlamento debió anunciar su inminente renuncia.
Aún en su último acto, Berlusconi quiso ser polémico. Aseguró que dará un paso al costado sólo después de que las Cámaras aprueben la ley de estabilidad económica que sus socios europeos le exigen a Italia. La pregunta que todos se hacen, entonces, es cuánto demorará esa aprobación.
La Constitución italiana prevé ahora que el presidente de la República, Giorgio Napolitano, comience a entrevistarse con los líderes de los bloques del Parlamento para llegar a designar el próximo primer ministro. Todos los ojos están puestos en Angelino Alfano, aliado de Berlusconi e indicado por otros jefes de la coalición de centro-derecha como su sucesor. Sin embargo, también existe la posibilidad de que se nombre un gobierno de transición que conduzca el país hacia nuevas elecciones.
El final de una era
Más allá de quién finalmente tome las riendas del país y de cómo lo logre, la salida del poder de Berlusconi pone fin a una época en que il Cavaliere parecía indestructible. Desde 1994, momento en que decidió lanzarse a la política, cosechó más triunfos que derrotas e impuso un estilo muy propio para hacer política. Magnate de los medios y dueño de un verdadero imperio en la rama de la construcción, Berlusconi, o Berlusca como se le apodó por su origen nórdico, representó durante años el estereotipo de empresario exitoso, un modelo especialmente querido por pequeños y medianos emprendedores lanzados al mundo del libremercado y la producción gracias a la desregulación estatal impuesta en los ’90. Su figura, relacionada en más de una ocasión con la mafia siciliana y sus negocios en el norte de Italia, fue creciendo gracias al apoyo de industriales y hombres de negocios de todo el mundo, convencidos de que una política neoliberal “a la italiana” podría ser una buena forma de sostener un mercado sólido y una economía estable. Sin embargo, la aplicación de los duros regímenes impositivos y fiscales que la Unión Europea exige a sus miembros no congenió con los métodos de primer ministro italiano, mucho más permisivos con la iniciativa privada y menos rigurosos hacia los infractores.
El berlusconismo fue un período también signado por las batallas judiciales encabezadas por el premier contra los “jueces rojos”. Acumuló una gran cantidad de juicios en su contra, muchos de los cuales fueron archivados gracias a la curiosa tendencia de su gobierno a cambiar las leyes que lo obligaban a sentarse en el banquillo de los acusados. Entre los casos más conocidos, figuran los de coimas al abogado inglés Mills o los más recientes de abuso sexual y prostitución que debilitaron fuertemente su reputación a nivel mundial.
Berlusconi llega al final de su mandato luego de un largo tiempo de agonía. En los últimos meses había perdido el apoyo de los inversores privados y la confianza en su gobierno ya se había acabado en toda Europa. Si bien el premier insista en señalar a los ‘traidores que han decidido no acompañarme’, como los autores de su debacle, la situación económica italiana ya se empieza a comparar con la griega, y la incapacidad del gobierno de responder a las exigencias de la Unión Europea han causado fuerte preocupación en el continente.
Incertidumbre
Ante el inminente cambio de mando en el gobierno, la política italiana parece estar signada por la incertidumbre. La crisis económica es el principal problema a solucionar y Berlusconi intentó hacerlo proponiendo fuertes recortes al gasto público y una suerte de “licencia para despedir” al sector privado. Sus seguidores, divididos ante la senda a seguir, parecen ver pocas perspectivas de futuro a la alianza de centroderecha que mantiene, por ahora, el Ejecutivo. Sin el hombre fuerte, que mantenía unida a la coalición aún en el espanto, el oficialismo parece desorientado y resignado ante la posibilidad de nuevas elecciones.
Los partidos de centroizquierda, por su lado, consideran que las elecciones anticipadas son la única salida a la crisis, aunque nadie arriesga algún programa con medidas concretas al respecto. El mosaico de la oposición se encontró unido en la votación decisiva, aunque en los últimos meses ya habían aparecido diferencias internas.
Ahora, todos esperan los próximos pasos del Primer ministro que, como en los últimos 17 años, sigue siendo el centro de la política italiana.