Por Jesús Reyes. Análisis sobre el proyecto político que encarna el expresidente Álvaro Uribe Vélez. Las consecuencias que dejaron en el pueblo colombiano sus ocho años de gobierno y el rol que juega hoy intentando boicotear los caminos hacia la paz.
Voy a cometer un exabrupto intencional: salir de los marcos de interpretación comunes e invertirlos a favor de una posición que pretendo validar valorativamente, pero al mismo tiempo contra una posición que ha venido progresivamente adquiriendo fuerza en el sentido común de una parte de la sociedad colombiana. Es como el hecho de utilizar la teoría de los dos demonios, uno es el malo (las FARC-EP), otro el salvador benéfico (Álvaro Uribe). En uno expían sus culpas, en el otro ven el liberador de sus males. Sin generalizaciones abstrusas que permitan decir que todos, absolutamente todos los colombianos crean en el “mal” liberador (el uribismo) y en la bondad de aquellos que pretenden ser víctimas del conflicto (las FARC), sin desconocer los procesos históricos que permitieron la constitución de estos últimos como un movimiento campesino, armado y revolucionario.
Sin embargo, quiero hacer un juego de palabras que, como bien lo saben utilizar los uribistas, es un juego retórico que conlleva a falacias por composición, que lo que han permitido es confundir a la población. Pero lo realizo intencionalmente con la tesis que ellos mismos utilizan para estigmatizar y deslegitimar a la izquierda, a esa izquierda que se está movilizando por la paz, a esa izquierda que está buscando una solución al conflicto social y político –y obviamente armado-. Esa tesis que utilizan para deslegitimar a defensores de derechos humanos, profesores, periodistas, sindicalistas, movimientos campesinos, y es la misma tesis que el ministro Pinzón desde la tribuna del ministerio de Defensa expone como Juez y parte de la guerra, mas no de la paz.
Saquemos de contexto la popular frase de la combinación de todas las formas de lucha de Lenin y observaremos ciertos hechos históricos para darle un contenido y validez a esta tesis, no ya desde la izquierda y el comunismo, sino desandando los caminos de la izquierda para mirar este accionar por parte del uribismo y grupos en relación.
Antes de que en 2002 asumiera la presidencia Álvaro Uribe Vélez, se había desatado toda una maquinaria de guerra no sólo contra las FARC. Ya se habían iniciado diferentes grupos paramilitares que llevaban más de 20 años esparciendo por los campos el terror y el control territorial, aliados con el Gobierno y con el Ejército. Como lo ha hecho explicito Salvatore Mancuso, miembro y comandante de los paramilitares (hoy día preso), fueron entrenados por el Ejército, por mercenarios israelíes como Yair Klein –quien a su vez expresó haber sido contratado por “alguien que había llegado a ser presidente de Colombia”– y actuaban conjuntamente, desplazando campesinos, desapareciéndolos y cometiendo masacres, sindicando a todo aquel posible sospechoso de ser posible comunista o auxiliador de las FARC.
Así ocurrieron demasiadas masacres, y prácticas como el desmembramiento de cuerpos por medio de la motosierra sembraron el miedo y el silencio en el campo. La desaparición en las ciudades por motivos políticos se convirtió en pan cotidiano, pero ¿cómo surgían estos ejércitos privados, estos paramilitares mal llamados autodefensas?
Nacen no como autodefensas, sino como movimientos ejecutados por empresarios y narcotraficantes para defender la propiedad privada, nacen como un grupo para proteger a los patrones y sus inversiones en el campo, pero nacen con el nombre de convivir –patrocinados por el entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe– con grupos privados de seguridad que en su expansión han logrado despojar de tierras a cientos de miles de campesinos, los cuales han tenido que huir a las capitales, o buscar la ampliación de la frontera agrícola colonizando tierra sin cultivar llamada baldíos dentro de la “ley”.
Uribismo ayer y hoy
Pero aquí se detienen las especulaciones. En vez de retrospectivamente, damos una mirada actual, posterior a los ocho años del gobierno Uribe. Su primo Mario Uribe es investigado por parapolítica, es decir participar en la conformación y apoyo a grupos paramilitares. Pero esta fue la punta del iceberg: dentro del fenómeno de la parapolítica se vieron inmiscuidos congresistas, alcaldes, gobernadores de toda gama y espectro político, pertenecientes en su gran mayoría a los apoyos políticos de Uribe.
Las instituciones judiciales; el departamento administrativo de seguridad (DAS), hoy día con casos como las listas de inteligencia; el caso Andrómeda; las coordenadas que Uribe ha obtenido ilegalmente de los comandantes de las FARC que van a salir camino a La Habana; el caso de las “chuzadas” o interceptaciones ilegales a los magistrados, senadores, periodistas; los falsos positivos o ejecuciones extrajudiciales donde los militares asesinan civiles y les colocan uniformes de guerrilleros haciéndolos pasar como bajas en combate; y la falsa desmovilización de un frente de las FARC para mostrar su poder de derrotar militarmente a los “bandidos”.
De esta manera, se ha realizado la combinación de todas las formas de lucha en y desde el uribismo: una parte militar, precisamente llevada a cabo por las alianzas militares y paramilitares, por el Ejército insigne de la “fe en la causa”; una parte política liderada precisamente por Uribe, el partido Centro Democrático y algunos otros (es necesario recordar que los comandantes paramilitares estuvieron en el congreso y fueron aplaudidos bajo impunidad); una parte de los medios de comunicación, liderados por Canal Caracol, RCN, NTN24; y una parte juvenil liderada por ex ¿nacionalsocialistas?, tercera fuerza que hoy pueden llamarse restauración nacional. Junto a este cuadro de combinación de “luchas”, empresarios como José Félix Lafourie, también sindicado de participar en reuniones con paramilitares.
Entonces, ¿a qué combinación de todas las formas de lucha se refiere Uribe cuando habla de que en Colombia se está llevando a cabo esa combinación de todas las formas de lucha? ¿Se está denunciando implícitamente? Mientras el uribismo debate cómo continuar la guerra, en Colombia se busca la paz. Las 68 objeciones que realiza el Centro Democrático a los acuerdos llevados a cabo hasta el momento en La Habana son muestra de la falsedad de sus argumentos, del Watergate criollo que Uribe es capaz de armar para continuar protegiendo las inversiones de sus “hijitos” y las grandes extensiones territoriales que le pertenecen.
Las palabras más sensatas para estas máquinas de la guerra sería: dejen el pueblo en paz. El uribismo, en su sed de ampliación territorial de poder y propiedad privada obcecadamente, ha dejado más colombianos desplazados y desterrados desde su forma peculiar de continuación de la política por otros medios: la vía armada…