Por Alberto Costa. Un cuento olvidado de Julio Cortázar da pie a una nueva entrega de nuestro homenaje al autor de Bestiario. En el año del centenario de su nacimiento, don Julio sigue presente en Marcha.
No nos caben dudas de que Cortázar fue cabalmente argentino aunque viviera más de la mitad de su vida en París. Su obra responde a los códigos del Río de la Plata, sin evadir ese carácter universal que compone su escritura.
Pero nunca sabremos cómo jugó aquel azaroso origen belga propiciado por un padre diplomático, tampoco cómo la alta conflictividad Argentina de mitad del siglo XX en lo político y lo social, a lo que Cortázar nunca fue ajeno, hizo que en aquel lejano 1951, mediante una beca, un Julio Cortázar de 37 años, sacara pasaje de ida a París sin regreso confirmado.
Simultáneamente a su partida, se edita en 1951 Bestiario, su primer libro de cuentos, donde aparece ya la voz propia de su talento literario, aunque no deja de apreciarse en este primer Cortázar una influencia borgeana. Esto aparece en la aplicación los recursos literarios de manera contraria, mientras que Borges pone la irracionalidad afuera del relato, la voz narrativa sigue siendo igual a sí misma, lo raro y distinto sucede independiente del relator, Cortázar realiza un movimiento inverso, la irracionalidad está dentro de los personajes y el personaje se divide en su irracionalidad manifiesta y la intención de ocultarla frente a la racionalidad de los otros, tomando a los demás como el mundo ajeno al personaje.
Quizás esto quede más claro con el análisis del cuento “Lejana”, integrante de Bestiario, que no tuvo la repercusión de esos “tanques” tan comentados como “Casa Tomada”, “Ómnibus” o “Las puertas del cielo”, pero que tiene la sutileza de una temática que pone el acento en un personaje femenino, que deviene en un triunfo de la literatura sobre el argumento del relato.
Alina Reyes es una joven de la alta burguesía que vive con su madre y su hermana, con quienes se aburre compartiendo mesas de té familiares. Tiene problemas con el insomnio y con los sueños. En esto Cortázar hace un tratamiento especial sobre los sueños de Alina. Éstos no responden al producto que viene luego de la noche como un recuerdo, sino que están escritos como actos de una voluntad que en un momento se termina: “uno se casa o escribe un diario, las dos cosas no marchan juntas” se dice Alina hablando con ella misma.
El diario no tiene fechado los años, pero evidencia un transcurrir que pone en acto lo decisivo en la vida de Alina. Como no puede dormir entra en un juego de palabras: “quiero dormir y soy una horrible campana resonando… tengo que repetir versos o el sistema de buscar palabras con a después con a e, con las cinco vocales, con cuatro… las fáciles, salta Lenín el atlas, amigo, no gima, los más difíciles y hermosos, átale, demoníaco Caín, o me delata, Ana usó tu auto, Susana”.
En estos acertijos de la memoria en busca de rimas y anagramas desesperados, Alina abre un lugar de encuentro con otra, misteriosa, que no es la reina Alina Reyes, sino un ser errante en otro país: “A veces sé que tiene frío, que sufre, que le pegan… puedo aborrecer las manos que la tiran al suelo y también a ella, porque soy yo y le pegan…”
Hay una lejana en otro lado de ella misma, no la burguesa rica, que reclama un punto de fusión para atenuar la esquizofrenia del personaje. Por el contrario, una mujer pobre, emergente del castigo, que no aparece en escena, pero que actúa atacando la integridad de Alina. Ahora ella, sin sentir pero sabiendo, debe cruzar un puente, un lugar de encuentro sobre el Danubio, practicando una suerte de trasnochada búsqueda hacia esa extraña, ella, en un escenario lacerado, desprovisto de toda la ritualidad de su vida narrada al comienzo del cuento.
“Ahora estoy cruzando un puente helado, ahora la nieve me entra por los zapatos rotos. No es que sienta nada. Sé solamente que es así, que en el instante mismo (pero no sé si es en el instante mismo) en que el chico de los Rivas me acepta el té y pone su mejor cara de tarado”. Esta frase nos introduce en esa ambivalencia en la que vive Alina, al tiempo que convive entre el ofrecimiento de la taza de té y el cruzar por un puente helado, desconocida franja, zona a la que Noé Jitrik alguna vez llamo la “zona sagrada” topografía de un lugar limbo, pasarela, bisagra que supura la irrealidad interior del personaje, jugando su vida en un simultáneo de realidades opuestas y sin embargo tan propias, genuinas situaciones que provienen y se nutren en una misma persona que camina hacia lo otro de ella, indolente y desdoblada.
Si bien el relato pretende ceñirse a la cronología de un diario, irrumpe todo el tiempo un decir fuera de lo convencional, desaconsejando una linealidad que es rota permanentemente por el recurso de la metáfora.
Mientras que en “Casa Tomada” hay un oyente que recibe un relato, en “Lejana” debemos hacernos a la idea de que tenemos un diario personal en nuestras manos, pero que se expresa como una escritura de la metamorfosis y la simultaneidad de hechos mentales, el frío de la nieve en los zapatos, el erotismo del calor en la espalda y el fuerte olor de las naranjas frotando un cuerpo que no responde a una sola figura.
Alina siente ternura por el personaje y casi al mismo tiempo envidia por reunirse con la lejana para ser ultrajada: “allí es el frío, allí me pegan y me ultrajan (lo he soñado, no es más que un sueño, pero cómo adhiere y se insinúa… y él me pega y yo lo amo, no sé si lo amo pero me dejo pegar… entonces es seguro que lo amo”. Hay un voltaje erótico que no responde a un hecho concreto, todo sucede desde la fantasía en el pensamiento que sabe que todo no es más que un sueño pero que es vivido como algo que sucede lejos, en la otra, en el próximo cuerpo de Alina que se encamina inexorable a su encuentro con la mendiga, harapienta de pelo negro que la espera desde un espacio mudo y convocante en aquel puente helado donde sobreviene el abrazo de Alina y su otra. Quién es el que pega, se pregunta Alina: “quién sabe si es un hombre, una madre furioso o una soledad”.
Sobre el final del cuento aparece una rotura de la narración en primera persona, un relator se apropia de la trama en tercera persona, como si fuera imposible que la voz de Alina en el diario pudiera seguir haciendo una crónica de ella misma al fusionarse con la lejana y luego invertir los lugares y los cuerpos. Alguien que sabe, nos relata lo que ve y lo que el personaje ya no puede contar desde su intimidad.
Alina llega al puente y vacila, por un momento quiere retroceder: “y de pronto un deseo de dar vuelta, volver a la ciudad conocida”, piensa. Pero: “en el centro del puente desolado la harapienta mujer de pelo negro… esperaba con algo fijo y ávido en la cara sinuosa, en el pliegue de las manos un poco cerradas pero ya tendiéndose… Alina ahora lo sabía… estuvo junto a ella y alargó también las manos negándose a pensar, y la mujer del puente se apretó contra su pecho y las dos se abrazaron, rígidas y calladas en el puente, con el río trizado golpeando en los pilares”.
En el abrazo, una de las dos mujeres llora. Es Alina, ¿qué Alina es la que abre los ojos y ve que la otra se aleja?, lejana, vestida de ella, fantasma hecha figura, no da vuelta la cara para mirar por última vez su desprendida condición de haber convivido golpeada en el hielo, lo que importa es el yendo sin retorno, dejando en los hombros de la otra, “sus fatigas incontables”.
En Cortázar es inútil buscar realidad en el desarrollo íntimo de los personajes, su lectura es el comienzo de una incomodidad que luego se hará fecunda para el lector. A pesar de sus movimientos lúdicos y extravagantes, a pesar de cierto desaliño ideológico y necesario, Cortázar nos reconstruye, vuelca literatura, y por lo tanto creación, sobre una sociedad que en general carece de ese poder simbólico.
En Cortázar sus armas hablan con las distintas voces de sus tendencias fantásticas, realistas, escenas en una taza de té, poesía y prosa de fronteras difusas, gratuidad y compromiso se enlazan como amantes unidos por el odio, para que el lector elija desde qué escalón quiere mirar. A veces el lector es uno mismo, a veces es un lejano en medio de quién sabe qué país, pisando qué suelo, quizás entre el sollozo y la alegría, algún puente que una o que aleje.
Notas Relacionadas:
Julio, Ernesto, Jack y los cronopios. Juego cruzado
Las invasiones bárbaras: el peronismo según Cortázar (I)
Las invasiones bárbaras: el peronismo según Cortázar (II)