Por María Paula García. Primero de una serie de artículos de cara al próximo Encuentro Nacional de Mujeres que tendrá lugar en la provincia de San Juan, los días 23, 24 y 25 de noviembre. En esta ocasión, una breve reseña del primero, celebrado en mayo de 1986.
Tal como lo definió Diana Maffía en su libro / homenaje Mujeres pariendo historia, “el Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) es uno de los hechos políticos más originales y consolidados de las décadas que sucedieron al retorno de la democracia”. Durante 28 años consecutivos, los Encuentros se han convertido en un acontecimiento político, social y cultural donde las protagonistas exclusivas son las mujeres. Llegan de a miles a una ciudad diferente cada año durante tres días, cada una con su grupo, partido, colectivo y/o amigas, cada una con recorridos diferentes, distintas miradas, temas que preocupan y expectativas. Y se encuentran con otras, donde debaten, confrontan, se reconocen y se diferencian, marchan todas juntas y bailan en una peña.
Los ENM son la expresión del movimiento de mujeres que existe en nuestro país. Un movimiento que no es tan reconocido o valorado como otros movimientos sociales y políticos, a tal punto que algunas personas u organizaciones se preguntan si verdaderamente existe o no, y que se debate entre el desconocimiento, la descalificación y la invisibilización.
Sólo para comprender mejor, cabe la pregunta de qué pasaría si durante 28 años se reunieran ininterrumpidamente miles de trabajadores de algún sector productivo durante tres días. Como mínimo ya se habrían filmado varias películas o se estudiaría en las facultades como un hecho sociológico. Pero no sucede lo mismo con este evento, aunque felizmente comienzan a existir algunos trabajos realizados por diversas protagonistas que intentan recuperar y compartir la memoria histórica.
Ellas se atrevieron
Y un día todo empezó. El I Encuentro Nacional de Mujeres se realizó exactamente los días 23, 24 y 25 de mayo de 1986 en la Ciudad de Buenos Aires (CABA), en las instalaciones del Centro Cultural General San Martín. Según cuentan sus propias protagonistas, la realización del mismo estaba inspirada en algunos acontecimientos anteriores, como los Encuentros Feministas Latinoamericanos de Bogotá y Lima a inicios de los ochenta y la III Conferencia Mundial de la Mujer en Kenia, en 1985. Estas experiencias impactaron a las participantes argentinas, las cuales pudieron apreciar en qué medida algunos avances que se venían dando en algunos países eran producto del trabajo colectivo de las mujeres.
Pero el primer encuentro también se nutrió de luchas y experiencias acumuladas durante la dictadura y en los primeros pasos de la democracia. Las mujeres venían de duros golpes. Exilios, torturas, detenciones, desapariciones, hijos y nietos apropiados, un ensañamiento particular por el simple hecho de ser mujeres, de confinamiento a la esfera privada y mandatos de cumplimiento de roles históricamente asignados, en primer lugar en la familia, como madres, esposas y cuidadoras del hogar.
No era fácil salir de los lugares tradicionales, así como tampoco lo era ocupar el espacio público y hablar frente a los demás. No estaba escrito que la democracia debía traer nuevos derechos para las mujeres, ni que los derechos humanos también las debían contemplar como sujetos.
Sin embargo ellas se atrevieron: 45 mujeres conformaron la comisión promotora de un encuentro que llegó a contar con 1000 participantes. Estas mujeres fueron las pioneras: feministas, exiliadas, militantes políticas o sindicales, Madres de Plaza de Mayo, familiares de desaparecidos, periodistas, amas de casa.
Algunos de los temas más debatidos en los talleres de discusión fueron la abolición del servicio militar obligatorio, el cupo femenino en la representación parlamentaria, la ley de divorcio, la patria potestad compartida, la participación sindical, la creación de secretarías de la mujer, la deuda externa, la integración latinoamericana, la necesidad de jardines maternales, el aborto y la sexualidad, las mujeres desaparecidas, la violencia doméstica, los derechos humanos, el Congreso Pedagógico Nacional, entre otros.
La diversidad de participantes fue configurando una trama heterogénea y diversa, que le dio la impronta a lo que vendría en los años sucesivos: la autonomía del movimiento de mujeres, el autofinanciamiento de los encuentros, la geografía cambiante por todo el país, los talleres múltiples, el logo de la paloma y el lema “algo cambia en cada mujer que participa”.
Paradójicamente este primer encuentro tuvo que medirse con la realización simultánea de dos actos políticos multitudinarios a pocas cuadras: el del entonces presidente Raúl Alfonsín que reunió a 100 mil personas en Plaza de Mayo y el de Carlos Menem y Antonio Cafiero en Plaza Once, del que participaron 50 mil.
Ha corrido mucha agua bajo el puente, y los ENM se fueron convirtiendo en la expresión más importante de las luchas que las mujeres van desarrollando en diferentes espacios y territorios donde el capitalismo y el patriarcado intentan dominarlas y oprimirlas: la fábrica, la casa, los barrios, las escuelas, los hospitales, los sindicatos, la universidad, la ciudad, el campo. Habiendo llegado a contener hasta 30 mil mujeres, los encuentros visibilizan diversas luchas, pero también han parido luchas importantes, sobre las que avanzaremos en las próximas entregas.
Como dicen aquellas que cuentan con varios encuentros sobre sus espaldas: la mujer que vuelve tiene los mismos problemas que dejó al partir, pero no la misma mirada; porque conoció a miles como ella que creen posible cambiar las relaciones, desde las familiares a las sociales, y que luchan por alcanzarlo.