Por Juan Manuel Karg. Días contados para la OEA en el “punto de no retorno” de América Latina: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. 200 años después, un organismo continental sin EEUU y Canadá
Entre el viernes 2 y el sábado 3 de diciembre en Caracas se conformará la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). El hecho tiene dimensiones inobjetables: el organismo reunirá, por primera vez, a 33 países (con una población global de 550 millones de habitantes y una superficie de más de 20 millones de kilómetros cuadrados), sin ningún tipo de tutelaje por parte de EEUU.
Una lucha histórica: integración vs. dependencia
Para comprender la relevancia histórica del momento sirven las palabras que el Comandante Chávez -anfitrión de la cumbre de la CELAC y uno de los principales defensores de la soberanía de nuestro continente frente a los embates del imperialismo- pronunció días atrás, presentando los objetivos generales de la incipiente comunidad de Estados:
“Va a nacer un nuevo organismo, esto es histórico de verdad. Como unidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños. Cuantos años en esta lucha. Es un primer paso, no es la victoria. No. Pero es un primer paso. Porque desde 1820 comenzó la puja en este continente. Después de los 300 años de conquista, dominación y genocidio de parte de los imperios europeos, entonces se nos vino encima la amenaza del imperio naciente. Y Bolívar lo previó, lo presintió, lo vio. Y lo enfrentó. Por eso Bolívar planteaba la unión en el Congreso Anfictiónico de Panamá. Pero al final se impuso el monroísmo: América para los americanos. Y al bolivarianismo lo enterraron”.
Es que la importancia política de la CELAC -aún antes de su propio nacimiento- tiene también que ver con la propia caducidad de la OEA y con el frondoso prontuario de esta última contra aquellos países que intentaron diversas vías de transformación en nuestro continente. Así, la mal llamada Organización de Estados Américanos fue (y aún hoy es) tristemente célebre por haber legitimado invasiones, golpes de Estado e incluso magnicidios, al punto de llegar a ser “condenada por su larga historia como dócil instrumento del imperialismo”, tal como afirma el politólogo argentino Atilio Borón.
El momento de apogeo máximo de la OEA en cuanto a dependencia a los mandatos de Washington se constituyó con la expulsión de Cuba en 1962 por el peligro que la isla constituía en cuanto a “la ofensiva subversiva de gobiernos comunistas, sus agentes y las organizaciones controladas por ellos”. Con el mismo pretexto, desde ese momento todos los gobiernos norteamericanos aplicaron un criminal bloqueo comercial sobre Cuba, bloque que aún persiste y que ha constituido una perdida cuantiosa para la heróica isla (calculada en unos 975 mil millones de dólares).
El punto de “no retorno” en Nuestra América
Resulta interesante retomar una breve argumentación propuesta hace pocos días en el periódico “Juventud Rebelde” de Cuba sobre el cónclave de Caracas. Allí se caracterizó al nacimiento de la CELAC como “un hito” que, si bien “no estará exento de tropiezos, zancadillas, y deconstrucciones”, constituye un “punto de no retorno” para nuestros países respecto de la injerencia norteamericana.
Acordamos a todas luces con dicho enfoque pero también nos parece preciso visualizar un hito anterior sin el cuales sería impensable el actual: semanas atrás se cumplió el sexto aniversario de la Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata, que significó la derrota del proyecto del ALCA y del proyecto expansionista de George Bush sobre América Latina. En aquel 2005, diversos movimientos sociales y políticos de Argentina expresaron, en pleno Estadio Mundialista, su explícito rechazo a la injerencia norteaméricana sobre nuestros países, en un acto que contó con la presencia de Hugo Chávez y de Evo Morales como “maestros de ceremonia” y de Diego Maradona como invitado de honor.
Ese hecho (“El ALCA, al carajo”, en palabras de Chávez) y la posterior profundización de los procesos abiertos en Venezuela, Bolivia y Ecuador significó el andamiaje cotidiano que le dió sustento al ALBA -la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-. Fue dicho bloque -integrado también por Cuba y Nicaragua, entre otros- el que antepuso la sigla TCP (Tratado de Comercio entre los Pueblos) a la formula clásica del “sometimiento” en los 90, el Tratado de Libre Comercio (TLC).
Este breve recorrido pretende mostrar que la CELAC no surge de un repollo, sino que tiene precedentes en la “memoria larga” -de allí el bolivarianismo al que aludía Chávez y la impronta de nuestros libertadores- y en la “memoria mediana” -la resistencia al neoliberalismo-. La “memoria corta” estaría conformada por aquellos procesos de integración de avanzada, como el ALBA, con una fuerte impronta en cooperación social, humanitaría y despojada del afan de lucro y por otros que, aun con mayores matices -como UNASUR- han permitido respuestas eficaces en momentos de tensión (como sucedió frente al intento de Golpe de Estado en Bolivia en 2008).
La CELAC deberá, en medio de la crisis del capital, demostrar que América Latina puede -y debe- superar instancias como la de la OEA, ajenas a sus desarrollos, ritmos e intensidades. El desafío de los países que proyectan horizontes de verdadera transformación social será el de liderar el bloque para que el “punto de no retorno” se acentue cada vez más. A juzgar por el papel de Venezuela y de Cuba en el próximo cónclave en Caracas, la situación resulta muy favorable.