Tras el anuncio de la inminente renuncia de Silvio Berlusconi, el periodista y escritor italiano Angelo Mastrandrea, analiza para Marcha las esperanza de la izquierda italiana buscando en su pasado reciente: las elecciones municipales de Nápoles y Milán, el referendum que el gobierno perdió en junio, y una experiencia autogestiva en pleno centro de Roma.
Por Angelo Mastrandrea*. Si nos preguntaran adónde está la esperanza de una nueva etapa política en Italia, podríamos inmortalizarla con tres instantáneas que la retratan con exactitud: los éxitos electorales de Pisapia en Milán y De Magistris en Nápoles; el triunfo del referendum acerca del ‘legítimo impedimento’, energía nuclear y sobre todo por el agua pública; y el verano romano en el teatro Valle, tomado por trabajadores, artistas y precarizados del mundo de la cultura.
Hay que mirar bien estas fotografías, buscar sus particularidades, para ir más allá de la retórica de los ‘indignados’ que iguala el descontento social de media Europa y entender la originalidad y el potencial de cambio que hay en ellas. Es necesario elegir la fotografía correcta, la que no muestra sólo la superficie de los eventos, sino que revela sus particularidades.
Empezamos por Milan y Nápoles. Lo que pasó es notorio: dos desconocidos de la izquierda, con historias personales muy diferentes, triunfan en la “capital moral” y económica de Italia, Milán, y en la ciudad con mayores problemas económicos, sociales y de criminalidad de todo el país, Nápoles. La primera estuvo en manos de la derecha desde el escándalo de Tangentopoli hasta hoy, la segunda entregada por la izquierda al comienzo de la Segunda República y terminada en la basura tras un breve renacimiento a mitad de los ’90. Pero, ¿qué se movió dentro de la indudable fuerza de atracción de los dos personajes? Un increíble tejido social, en Milán, compuesto por el asociativismo ciudadano católico y laico unido en las batallas contra las políticas de seguridad contra inmigrantes; compuesto por centros sociales, pero también de muchas redes que se unieron para lograr el objetivo electoral y animadas por los llamados ‘trabajadores autónomos de segunda generación’, profesionales no protegidos por ninguna cámara y raramente afiliados a un sindicato, gente que trabaja en el mundo editorial y de la publicidad, o más en general, del conocimiento.
Un movimentismo más radical fue el que ganó en Nápoles, consolidado por las manifestaciones en contra de los basurales y por trabajo, que entró directamente en la administración pública en oposición a los partidos de la izquierda tradicional. “Reducir el éxito de De Magistris a su carisma es un error. Hoy recogemos el fruto de años de trabajo territorial”, explica Alberto Lucarelli, profesor universitanio en Nápoles y Paris, y primer secretario de Bienes Comunes en Italia.
Pasamos a la segunda instantánea, la del referendum. Aquí también los hechos son conocidos. Después de 15 años sin que ningún referendum llegara al quórum legal, tres preguntas propuestas por el partido Italia dei Valori y una por el Foro por el Agua Pública, llevaron una gran mayoría de italianos a decir no a la construcción de nuevas centrales atómicas, a la venta a privados de los recursos hídricos, y a las leyes ad personam. Una vez más, todo transcurrió ante el escepticismo, y en algún caso la abierta oposición, de una parte de la izquierda. Una vez más, hay que preguntarse qué pasó y qué hay detrás de una votación que representa un verdadero terremoto cultural para Italia, y un posible modelo para todo el continente. “Fue nuestra primavera”, proclamaron entusiastas los promotores, haciendo referencia explícita al ‘viento nuevo’ que llega de los países del Maghreb. La vía del referendo para una revolución democrática en un país que de populismo, autoritarismo, atajos demagógicos y forcejeos de las reglas vive desde la llegada de Berlusconi. Como en Nápoles y Milán, y más allá del innegable ‘efecto Fukushima’ y del voto anti-Berlusconi, en este caso también el triunfo tiene padres nobles. Son un grupito de intelectuales que pusieron las bases teóricas y jurídicas que prefiguran la salida practicable de veinte años de liberalismo y privatizaciones (especialmente Stefano Rodotá); y con ellos cientos de comités locales que llevaron esta idea nueva de reorganización de los bienes comunes en cada rincón del país.
Llegamos finalmente a la tercera foto. La toma de un teatro, al principio del verano, sería para catalogar entre las muchas protestas de la estación (como la de los inmigrantes trepados en las grúas para reclamar sus visas o la de los investigadores en los techos de las facultades), si no fuera portadora de un proyecto político más general. Resumiendo los hechos: los trabajadores del espectáculo de un histórico teatro, el Valle, en pleno centro de Roma, toman el edificio para protestar contra la falta de proyección artística y de su cobertura financiera. En pocos días comienzan a llegar artistas y actores. Luego se unen los trabajadores de museos, jóvenes periodistas freelance que no logran obtener un contrato, los escritores autodefinidos de la generación T/Q, es decir entre treinta y cuarenta años, estudiantes e investigadores universitarios. El teatro tomado se transforma en una asamblea permanente de performances y encendidos debates entre mundos y condiciones de trabajo que nunca se habían cruzado. De allí nace una propuesta concreta y realizable, en este caso también por fuera de la lógica diferenciadora de la política de gestión de mercado: convertir un teatro con tres siglos de historia en el centro italiano para una nueva dramaturgia, un lugar de confrontación y experimentación entre las diferentes generaciones teatrales. Es decir, de una autogestión podría nacer una nueva forma de gestión de la cosa pública.
Aquí están, mirando entre las pliegas de la destrucción del berlusconismo, los gérmenes de una nueva etapa política en Italia, con los movimientos sociales protagonistas activos del cambio y que, convirtiéndose en portadores de propuestas concretas, entran hasta en las instituciones, renovando a éstas y a la izquierda. Un paso más allá de la indignación global y la revuelta griega.
*Periodista y escritor italiano, ex vicedirector de Il Manifesto