Por Julia de Titto. Chavela Vargas falleció el domingo pasado a los 93 años. Fue una cantante y compositora excepcional. Nació en Costa Rica y se nacionalizó mexicana, una cultura que la empapó y a la cual transformó con su obra.
Su género por excelencia fue la ranchera. Típicamente interpretada por hombres, Chavela supo ser la primera mujer en hacer propio el estilo, de la mano de grandes compositores como José Alfredo Rodríguez o Agustín Lara.
Cantó además, letras de Nicolás Guillén, de Pablo Neruda y de Atahualpa Yupanqui, mostrando un alto grado de compromiso social en particular en la década del 60. Su última obra fue un disco entero sobre escritos de Federico García Lorca. Lo grabó a los 93 años y fue en su gira de presentación en España donde su salud flaqueó. Decidió volver a su patria adoptiva, México, a morir.
Chavela fue la primera mujer en usar pantalones en un escenario mexicano y con la irreverencia de cantar canciones de amor, como son las rancheras, y dedicárselas a otras mujeres. Con más de 80 años, hizo público que era lesbiana en la ciudad de Madrid.
No tuvo una vida fácil. Fue alcohólica: una vez afirmó que tomó en su vida 45 mil litros de tequila. En los ´90 muchos la dieron por muerta. Mercedes Sosa llegó a decir en un recital que quien pasara por México pusiera una rosa de su parte en la tumba.
Pero su vida fue, con todos estos pormenores, sin duda de película. Vivió en casa de Diego Rivera y Frida Kahlo, antes de la muerte de Frida en el ´54, de quien se dice que estuvo enamorada. Su canto de La Llorona en la película Frida, con la actuación de Salma Hayek, es inolvidable, intenso y profundo. Estuvo en Cuba con el poeta Nicolás Guillén y allí nacieron los ya emblemáticos versos de “Ponme la mano aquí, Macorina”, que luego volvería canción Alfonso Camín, y que “uno escucha sin saber si la mano va a empuñar un fusil, una guitarra, o agarrar un pedazo de caliente anatomía”, como dice Marianne Ponsford, una periodista colombiana, en un artículo que publicó cuando Chavela se recuperó del alcoholismo.
En el ´92, por el azar de una noche de borrachera, un editor de libros la convenció de que se fuera a España y le prometió conseguirle fechas de recitales. Increíblemente -porque no era su ambiente- lo consiguió. Se alojó en la mítica residencia de estudiantes, donde
habían vivido Lorca y Salvador Dalí en los años veinte. Allí fue que el director de cine Pedro Almodóvar, quien ya estaba enamoradísimo de su voz y la consideraba de las mejores mujeres cantantes del mundo, se fascinó con su presencia. Casi sin publicidad, logró agotar entradas y empezó su amorío con el país europeo al que retornó varias veces y recorrió en diversas oportunidades.
Dijo sobre la muerte: “Yo no sé por qué a alguna gente le duele tanto la muerte,
porque ¿qué duele más, una muerte o perder un amor? A veces uno piensa, yo prefiero que ese esté muerto a que me traicione”.
El feminismo suele asociarse a la alegría. Quizás sea interesante pensar también qué sentimientos atraviesan la obra de Chavela Vargas que puedan ser pensados en esa clave. Su biógrafa y amiga, María Cortina dice que lo que más le quedó marcado luego de tantas entrevistas y la escritura del libro es “su gran libertad”. “Aún en silla de ruedas no ha perdido su enorme libertad y sigue haciendo, como dice ella, lo que le da la pinche gana”, agregó. “La soledad es el precio que pagamos por la libertad”, afirma la cantante mexicana en su biografía “Dos vidas necesito. Las verdades de Chavela”, escrito por Cortina. Esos son algunos de los elementos que, conjugados con el hecho práctico de desafiar permanentemente a la cultura conservadora mexicana, la enmarcan en un grupo de mujeres, digámosles feministas aunque ella no se reconozca como tal, que se atreven a sentir, a reflexionar sobre sus propias vidas y al mismo momento en las penurias y satisfacciones de todas las mujeres.
Saliendo del feminismo conciente, estudioso y reflexivo, quizás es momento de empezar a hurgar en las prácticas y contenidos de las obras de muchas mujeres que, como Chavela, han vivido y han interpretado los sentires universalizados del género femenino. Tal vez, una especie de “feminismo práctico” que escapa a los grandes materiales de estudio y la academia, pero que con sentimiento y acción pone en cuestión los grandes paradigmas patriarcales.
Hace sólo dos años le entregaron las llaves de la ciudad de México DF, en un tardío reconocimiento a aquella mujer que, borracha y armada, puso a la cultura mexicana en el centro de la escena mundial, y que cuestionó, quizás sin proponérselo, pero firmemente con su presencia irreverente, a la cultura machista preponderante en México.
Dos íconos de la cultura española como Almodóvar y Joaquín Sabina la idolatraron en vida. Sabina le dedicó “El Boulevard de los sueños rotos” y la convocó a hacer la introducción de su fantástico tema “Noches de Boda”.
Almodóvar decía una vez sobre su obra, al presentarla en el escenario del Teatro de Bellas Artes en México DF, las siguientes palabras: “De pasión es justamente de lo que habla la obra de Chavela. Para mi cada concierto de Chavela es un ritual religioso. En estos ritos, Chavela es sacerdotisa, diosa, inteligente. Y la materia de la que nos habla y de las que nos canta y lo que nos cuenta es una materia muy dolorosa pero a la vez imprescindible para sentirse vivo y para vivir. Habla básicamente del amor. Es muy difícil hablar del amor, es muy difícil cantarle. Sin embargo, ella lo hace un modo fatal. Cuando Chavela abre los brazos, yo no se como me atrevo a verlos. Creo que no hay escenario lo suficientemente grande para contenerla. No he visto a nadie que abra los brazos como ella. Tal vez Cristo en la cruz. Pero a él no le conocí”.