Por Mariana Komiseroff. A partir de su obra de Hamlet por Hamlet, recorremos la apuesta del actor y director Marcelo Savignone por los clásicos del teatro
Después de ver Hamlet por Hamlet de Marcelo Savignone me encontré casi de casualidad con el video del genial discurso de Leo Oyola en Youtube para las charlas TED X Del Río de La Plata.
Él habla de los covers en música y literatura. Cuenta una anécdota acerca de cómo se enamoró de una canción antes de conocer la original de Led Zeppelin. El video me dejó pensando en una pregunta que me vengo haciendo desde hace tiempo: ¿por qué poner en escena un clásico, por qué estrenar una obra propia, por qué escribir una novela, por qué escribir una reseña? ¿Qué tengo de nuevo para decir yo, por ejemplo, de Hamlet de William Shakespeare, en la versión que hasta hace poco tiempo puso en escena Marcelo Savignone? Probablemente sea la intensión de trasmitir esta asociación única que hago como espectadora, pensar por qué me conmueve y ver cómo me toca el clásico reversionado para atravesarlo con mi mirada y devolver un cover de algo probablemente ya dicho y analizado por otros.
En Hamlet por Hamlet el abismo es un colchón en el piso de una habitación que antes seguramente fue una cocina; los azulejos mal disimulados por una mano de pintura lo evidencian. Una bolsa de box y una biblioteca son todo el mobiliario de la habitación donde Hamlet, Marcelo Savignone, es un actor ensayando el clásico de Shakespeare. El paralelo entre El príncipe de Dinamarca y el actor joven, probablemente porteño, interpretándolo, acorta las distancias temporales. El dilema del actor, la soledad de la creación y la locura cobran un sentido nuevo. O tal vez el mismo de siempre, pero esta vez la catarsis aristotélica se da por identificación con personajes más cercanos.
El personaje de la tragedia que nos genera empatía no es un lejano rey o príncipe de Dinamarca, sino un actor que debe trabajar disfrazado en la calle porque esa es la mejor opción que encontró para ejercer su profesión. Ese “ser o no ser” escuchado hasta el hartazgo, vaciado de sentido a fuerza de repeticiones, es rescatado por Savignone desde la dirección y la dramaturgia para proponer un Hamlet sin solemnidades absurdas, donde un actor puede recitar un monólogo vestido de Pantera Rosa y lograr conmovernos luego de la risa que nos genera su primera aparición.
Es ahí donde el cover muestra la otra cara de la moneda: el clásico dice ésto lo respeto y lo mantengo, pero yo leo, también, esta otra cosa y la muestro. Savignone nos muestra su Hamlet, su tragedia de la locura cotidiana.
Oyola cuenta su propia anécdota con El doctor Jekill y Míster Hyde de Rober Louis Stevenson, y me hace pensar en mi primer encuentro con Shakespeare a los nueve o diez años. Me releo y sueno a lectora de culto. Sin embargo era un libro de la colección de Oro de Anteojito o Billiken que saqué de la biblioteca del colegio. A diferencia de Oyola, que se quedaba en el recreo leyendo a Stevenson en versión comics, mi experiencia con el gran William no fue lo que esperaba. Me obligué a leerlo porque si no presentaba un resumen no me dejaban sacar otro libro de la biblioteca. El problema eran los diálogos poco accesibles, mi primera lectura de teatro. En esa época leía a Poe y James también, pero me podía bancar el lenguaje sofisticado de éstos porque no conocía el argumento de sus historias y eso me entusiasmaba. Saber el final, que Romeo y Julieta terminarían muertos de todas maneras, era una desilusión anticipada.
Volviendo al teatro de Savignone, el manejo con los objetos es siempre impecable, un objeto simple como un trapo de piso se convierte en un personaje fundamental. La utilización de la máscara demuestra, una vez más, los diversos entrenamientos y recursos actorales puestos al servicio de las obras. Fue un placer enorme ver el ciclo Savignone completo en el teatro “La carpintería”.
Un Vania es el otro cover del clásico El tío Vania de Chejóv, una obra en la que Savignone supo leer movimiento ahí donde había silencio. Vi las funciones muy seguidas y me sorprende que no se haya repetido siendo actor y director en todas las obras (Un Vania, En sincro, Suerte y Hamlet por Hamlet) en las que pudo observárselo este año. Cada puesta tuvo su propia estética, su propio universo visual y sonoro, y el actor se vio atravesado por esa lógica interna generada especialmente para cada puesta. Todas muy distintas entre sí, pero igual de geniales. El próximo trabajo de Savignone será su propia versión de otro clásico, La gaviota, también del ruso Antón Chejov.
Me acuerdo que mi vieja me decía: “No puede no gustarte Romeo y Julieta”. (Hace poco leí una nota que decía que los “marginales” del conurbano no leemos y es por esto que los autores de este sector pueden escribir cualquier situación límite sin el riesgo de ser desmentidos por los propios protagonistas. En mi casa pasó de todo, desde evacuarnos con los bomberos los días de lluvia hasta cenar mate cocido, en el medio miles de matices de mayor o menor importancia, pero los libros y mi vieja diciendo: “No te puede no gustar Shakespeare”, no nos faltó nunca, por más inverosímil que esto parezca). En ese momento, en el de mis nueve o diez años, se decía como se dice ahora que los clásicos funcionan en todas las épocas. Seguramente por eso mi vieja insistía con que tenía que gustarme.
A mí no me funcionó aquella vez. Creo que lo que le faltaba a esa versión de la colección de Oro era que alguien se la adueñara y la transformara en algo nuevo, más accesible para mí. Necesitaba que me devolvieran, aun sin haberlo leído antes, un cover que reversionara el clásico. Una interpretación que me acercara como hace Marcelo Savignone que, como actor, sostiene el texto de manera precisa y bella. Y como director, decide conservar en esta puesta los grandes parlamentos del clásico dejando filtrar una luz que ilumina los momentos profundos de vacío existencial comunes a todos nosotros.
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