Por Igal Kejsefman. El último año el Gobierno trató de convencer a la población de que la inestabilidad era cosa del pasado, de una Argentina lejana. No hay que ser un versado en política para saber que ante un período electoral las gestiones prefieren pocas turbulencias, sobre todo en un país que conoció la inestabilidad de manera cíclica.
En este panorama, no es difícil de entender que el voto al Gobierno tuvo, además del apoyo de quienes creen que este proyecto es profundizable, la adhesión de un voto conservador que quiere que todo siga igual, en especial en materia económica.
Pero pasado el 23 de octubre, y renovado el mandato del FPV, el Gobierno puso manos a la obra. Por supuesto su acción no se debe a un rapto de irracionalidad sino que tiene bien claro que no puede sostener la consigna “que todo siga igual” cuando se deterioran -tendencialmente- las principales variables.
El “modelo” y sus claves
La devaluación de 2002, que implicó una redistribución de los sectores populares hacia los estratos más altos, dado el contexto económico, tuvo un efecto expansivo logrando en poco tiempo un “superávit gemelo”. Esto significa que, gracias a una política de tipo de cambio alto que favorece la exportación, ingresaban al país más dólares que los que salían por las importaciones, consiguiendo un superávit en la balanza comercial. El contexto de altos precios internacionales, a su vez, le permitió al Gobierno hacerse de una parte de la renta de la tierra vía retenciones, lo que incrementaba su disponibilidad para hacer política económica.
Por otro lado, el tipo de cambio subvaluado (dólar caro) actuaba como barrera paraa las importaciones lo que permitió una reactivación de la economía (aumento de la recaudación) que, frente a un Estado recortado, le permitió al gobierno obtener superávit en sus cuentas internas.
El crecimiento del PBI significó, para decirlo en términos coloquiales, una torta más grande para repartir, lo que permitió compatibilizar ganancias extraordinarios de los sectores más concentrados de la economía a la vez que un aumento de la participación de los trabajadores en el producto (aunque quedando muy lejos de los máximos históricos) y la universalización de planes sociales.
Lo que viene, lo que viene…
El panorama económico ya no es el del 2002: el Estado se ha expandido enormemente, tanto que tuvo que recurrir a nuevas fuentes de financiamiento (como la estatización de las AFJP); la inflación deteriora el salario a la vez que, si no es acompañada de una depreciación, Argentina pierde competitividad (y por lo tanto cae el ingreso de dólares) mientras que la depreciación, por la estructura productiva, realimenta la inflación: la paradoja de la sábana corta. El resultado es que ambos superávit se están deteriorando.
Ya antes de los comicios, los economistas ligados al gobierno advertían off the record que se carecía de un programa económico “completo” y que la principal política tenía que ver con un tipo de cambio alto. Las variables observadas parcialmente pueden mostrarnos un panorama incorrecto: crecimiento no implica distribución ni mucho menos desarrollo ni independencia. A ocho años de gobierno kirchnerista, Argentina es más dependiente porque no logó ni sustituir importaciones de los rubros estratégicos ni exportaciones. Mientras tanto, la economía se concentró y se extranjerizó, el trabajo precarizado no baja y la tan mentada industrialización no es mucho más que maquila (ensamblaje). En los medios cercanos al gobierno, e incluso en su base militante, la teoría del desacople de la crisis internacional pierde fuerza y se abre el paraguas: Argentina “por ahora zafa” decía un columnista el sábado pasado en Página 12.
Pasada la euforia de la victoria, la necesidad de operar sobre las principales variables llevó a que en sólo diez días se tomaran tres medidas. Repasemos: la obligatoriedad para las empresas petroleras y mineras de liquidar sus divisas en el país, la quita de subsidios a diversos sectores de la economía y, por último, el incremento del control del mercado de divisas. ¿Qué significan estas tres medidas miradas en conjunto? La primera y la tercera tienden a defender el superávit externo mientras que la segunda pretende hacer lo propio con el superávit interno. Más allá de los ataques de los medios opositores, no es posible mirar al costado: el gobierno trata de revertir la falta de un programa económico. De mantenerse la tendencia desfavorable para ambas cuentas, el gobierno perderá margen de maniobra. Esto puede traducirse concretamente en devaluación, suba de tarifas u otra clase de medidas contractivas. Hay mucho ruido… pero no porque haya pocas nueces.