Por Martín Cortés. Doscientos años después, sigue siendo importante recordar el rol de Manuel Belgrano como líder militar sin experiencia y su desobediencia al Triunvirato, expresión del centralismo porteño. A partir de esta batalla, las tropas españolas retrocedieron y dejaron de representar un peligro inmediato para las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Para 1812, el único gobierno revolucionario que se mantenía en pie en América era el encabezado por Buenos Aires y la necesidad de mantenerlo en pie concernía a toda la región. Parte de las tropas patriotas venían de ser derrotadas en Huaqui, a orillas del lago Titicaca en la actual Bolivia. Desde allí, las tropas que provenían de Perú perseguían al Ejército del Norte, con el objetivo de sofocar la insurgencia porteña. En agosto de 1812, Belgrano ordena se practique la política de tierra arrasada en Jujuy y hace retirarse a toda su población hacia el sur, en lo que se conoce como Éxodo Jujeño. Desde Buenos Aires, el Triunvirato ordena al ex vocal de la Primera Junta replegarse hasta Córdoba, donde se uniría con tropas frescas para presentar batalla. Belgrano, en cambio, decide hacerlo en Tucumán.
La decisión obedece a razones de estrategia bélica. De perder la batalla en Córdoba, el camino a Buenos Aires era relativamente llano: la marcha sería rápida y la junta revolucionaria caería fácilmente. Había dos razones más para considerar ésta como una seria posibilidad: las tropas realistas en Montevideo, al otro lado del Río de la Plata, y los portugueses, siempre al acecho de la zozobra de cualquier punto de las tierras españolas para apoderárselas. Además, los vecinos de la ciudad de Tucumán le ruegan a Belgrano que se quede a luchar allí, ofreciéndole dinero y tropas que, si bien no estaban bien preparadas, éste utiliza como la excusa perfecta para incumplir las órdenes del Triunvirato. Si bien las tropas estaban desmoralizadas por la derrota de Huaqui, Belgrano intenta despertar su valor utilizando la bandera creada por él en febrero, a orillas del Río Paraná: otra desobediencia a Buenos Aires, que no había reconocido la insignia. Los españoles no llegan en el mejor estado a la batalla. Venían bajando desde Perú sin conseguir aprovisionarse y siendo hostigados permanentemente por tropas irregulares de gauchos salteños, jujeños y tarijeños. Para colmo de males, el teniente Lamadrid, que conocía el territorio, incendia algunos pajonales que obligan a los españoles a torcer el rumbo y recibir la primera ofensiva patriota en un terreno escarpado y desfavorable para la lucha. Además, en lo que muchos interpretaron como un favor divino, una bandada de langostas oscurece el cielo y, según la tradición, hace pensar a los realistas que tenían enfrente más soldados de los que en realidad había, provocando el repliegue. En medio de esta confusión, Belgrano, que acampaba a pocos kilómetros del lugar de la batalla, sólo se entera por la noche de que ha ganado la contienda.
La decisión de batallar en Tucumán y no en Córdoba también tiene un carácter político. ¿Qué significaba desobedecer al Triunvirato? Esta forma de gobierno había reemplazado a la Junta grande, a la cual se acusaba de inoperante. Esto se debía a que reunía representantes de todas las Juntas provinciales, lo cual entorpecía el gobierno, más aún en el contexto de una guerra. En un principio, el Triunvirato actuaba como un Poder Ejecutivo que debía rendir cuentas ante la Junta, pero luego ésta fue disuelta. Concentrando el poder en tres personas, este órgano puede considerarse como la primera aparición del centralismo porteño: uno de sus secretarios, Bernardino Rivadavia, proclamará una Constitución en 1826 de marcado carácter unitario. Además, por presión de Gran Bretaña, que ahora era aliada de España contra Napoleón, se seguía reconociendo al rey Fernando VII como autoridad legítima: por esa razón no se aprueba la bandera creada por Belgrano a orillas del río Paraná en febrero de 1812. La victoria en Tucumán provocará un fuerte descenso en la popularidad del Triunvirato, que terminará cayendo en manos de la Logia Lautaro (uno de cuyos líderes era José de San Martín) para formar un Segundo Triunvirato de inclinación más radical.
Es importante destacar también el rol que jugó Manuel Belgrano en este hecho. Hijo de una acaudalada familia establecida en Buenos Aires, su padre era un rico comerciante italiano que pudo enviarlo a estudiar a España, donde el futuro prócer tomó contacto con las ideas liberales revolucionarias provenientes de Francia y Estados Unidos. De vuelta en Buenos Aires, promovió medidas librecambistas que iban en contra del monopolio comercial español, principal fuente de riquezas para muchas de las familias importantes de la ciudad. Su poca pericia bélica puede verse en dos hechos: las invasiones inglesas, en las que fracasa en una operación como capitán de las Milicias Urbanas, y la expedición al Paraguay para que éste enviara representantes a la Junta, donde es encarcelado. Sin embargo, en ese tiempo se entrenó en el manejo de armas y la estrategia militar y pudo lograr una victoria de crucial importancia para la causa revolucionaria. A decir verdad, Belgrano hizo suya la causa independentista: su figura es un claro ejemplo del trastocamiento que significó la guerra para toda Hispanoamérica. El abogado morirá pobre en Buenos Aires el 20 de junio de 1820, el mismo día en que la ciudad llegó a tener tres gobernadores.
La victoria de Tucumán fue un punto de quiebre en la guerra de independencia: desde ese momento, el ejército español comenzó a retirarse hacia Perú y sería vencido una vez más en la batalla de Salta poco tiempo después, en febrero de 1813. El sacrificio demostrado por Manuel Belgrano y su desobediencia al gobierno central porteño, así como la participación de los gauchos norteños en la contienda, son hechos que deben ser recordados para la construcción de una historia realmente federal y desde abajo.