El panorama en Oriente Medio se complica para las fuerzas occidentales. El ejército regular sirio avanza sobre la insurgencia, la OTAN recibe un nuevo atentado y comienza a ver frustrada su estrategia, mientras Irán y Turquía llaman a un cese al fuego en la región.
Oriente Medio se ha convertido en los últimos meses en el centro de atención de los conflictos geopolíticos mundiales. Se trata de un tablero donde se juegan intereses muy importantes de países de tres continentes y las controversias políticas sirven de base para intervenciones militares más o menos solapadas en la región. Si fuese este un juego de ajedrez, se podría decir que para Europa, Estados Unidos y sus aliados, la reina enemiga estaría representada por Siria y el rey por Irán. Quienes defienden estas dos piezas claves, son hoy Rusia y China, interesados en no perder una salida comercial al Mediterráneo el primero y recursos energéticos el segundo.
Por el otro lado, las fuerzas occidentales reunidas en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), ven en Siria e Irán dos enemigos peligrosos para el desarrollo de su principal socio comercial en la región, Israel, y se alinearon detrás de la doctrina Bush, reformulada hoy por Obama, que definió ya cuáles son los países defensores de las libertades liberales y cuáles los países ‘canallas’.
Esto explica, en parte, los acontecimientos que se viven en Oriente Medio en estos días. Sin entrar en el mérito del desarrollo político y el nivel democrático de cada uno de estos países, es posible analizar el conflicto que llegó hoy a una suerte de impasse temporario y endeble.
Como llegamos
La intromisión de las fuerzas occidentales pertenecientes a la OTAN en el conflicto sirio es un secreto a voces. Ya en julio, varios países admitieron que estaban ayudando con armas, equipos y dinero a las fuerzas de oposición al gobierno de Bashar al-Assad. Los medios de estos países retrataron al presidente sirio como un dictador despiadado, culpable de los peores crímenes contra la población civil, y por eso merecedor de un derrocamiento inmediato a mano del ‘Ejército Libre de Siria’, compuesto por opositores, mercenarios, yihadistas -incluida Al-Qaeda según reportan informes de los mismos países occidentales- y militares sirios golpistas. El mismo primer ministro francés, Jean-Marc Ayrault, aseguró que su país envió equipos de comunicación diseñados exclusivamente para las intervenciones de la OTAN a los ‘rebeldes’ y los generales del pacto atlántico tomaron virtualmente el control de parte de las acciones desestabilizadoras en las últimas semanas -Turquía, segundo ejército de la OTAN, aprobó oficialmente el envío de altos mandos castrenses para ponerse al frente de algunas brigadas del Ejército Libre de Siria-.
Sin embargo, la estrategia de la ‘guerra interna’ no prosperó. El ejército regular sirio sorprendió al mundo logrando aislar y aniquilar a buena parte de la insurgencia, confinándola a la frontera que Siria comparte con Turquía e Irán, en la región que para muchos debería llamarse Kurdistán. Es allí donde se pasó a una segunda, y peligrosa, fase.
Con la excusa de la caída de un obús sirio en territorio turco, el parlamento de Ankara autorizó el bombardeo en territorio sirio para “defender su integridad nacional”. Desde allí comenzó una escalada bélica en la región que podía significar el comienzo de una nueva guerra. Sin embargo, los acontecimientos de los últimos días indican que, por lo menos por ahora, el conflicto podría enfriarse.
Como estamos
Si bien el secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, salió de inmediato a respaldar a Turquía luego de su decisión de intervenir en territorio sirio, los acontecimientos de las últimas horas parecen dar a entender que el entusiasmo bélico se ha desinflado. Las derrotas del Ejército Libre de Siria y cierta imprudencia del gobierno turco comandado por el derechista Recep Tayyip Erdogan -que llegó a interceptar aviones civiles sirios provenientes de Moscú con la excusa de que transportaban armas nunca encontradas-, frenó las ambiciones del bloque occidental, que llamó a “todas las partes implicadas a que muestren moderación y eviten una escalada de la crisis”.
El mismo Erdogan debió poner paños fríos a la situación bajo la presión de la OTAN. Durante la duodécima cumbre de jefes de los Estados miembros en la Organización de la Cooperación Económica (OCE) en Azerbaiyán, se juntó con el mandatario iraní, Mahmud Ahmadinejad, aliado de Damasco, y acordaron promover un alto del fuego en Siria a partir del próximo 25 de octubre, coincidiendo con el comienzo de la fiesta musulmana del cordero.
En otro frente, la OTAN debe lidiar con los problemas sociales y políticos que las fuerzas que la componen han dejado en Afganistán. Ayer, un atentado suicida en la base militar que el bloque mantiene en la provincia de Paktia, causó la muerte de 45 soldados y siete civiles. El acto, reivindicado por grupos taliban, llega un día después de la admisión por parte de la OTAN de haber asesinado a tres niños en una operación militar en la provincia de Helmand.
La insistencia turca para una intervención armada occidental en Siria no es entonces tenida demasiado en cuenta. Turquía aspira a convertirse en referencia política en la región ‘exportando’ su modelo liberal-islámico, que a pesar de ser el principal motivo de rechazo para su ingreso a la Unión Europea, es apoyado por las fuerzas occidentales junto con algunos de los gobiernos fruto de la inacabada ‘primavera árabe’. Siria debía ser, junto con Libia, otro de los países que se plegara, con una ‘ayudita’, a ese proceso de modernización de la intervención occidental en Oriente Medio. Sin embargo, luego de meses de intento todo parece indicar que habrá que esperar.
Y las fechas para la espera ya están fijadas. El 6 de noviembre se llevarán a cabo las elecciones presidenciales en Estados Unidos, clave para definir el trazo fino de la estrategia de la primera potencia de la OTAN con respecto a Oriente Medio. Pero los otros comicios que marcarán un momento de inflexión en la estrategia occidental serán los que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, anunció para el próximo 22 de enero. En realidad el mandatario sólo aspira a ratificar su mandato y obtener un masivo apoyo en las urnas que le permita contar con un poder legislativo adicto para enfrentar los duros meses que se perfilan para la región.