Por Lucas Peralta. En un nuevo aniversario de su nacimiento, recordamos al poeta y combatiente salvadoreño Roque Dalton. La obra y la militancia de un hombre que convirtió la práctica estética y la acción política en un modelo a seguir.
Figura en una doble imagen, de obra y acción como identidad. Por aquellos caminos en donde la poesía se llena de vida o la realidad en un trabajo material de escritura que activamente traza palabras con mayor significación, ¿se podrá hablar entonces de Roque Dalton como un poeta? Sí, pero también como revolucionario y como el combatiente que nunca dejó de ser poeta.
Los temas de su obra forman parte de un itinerario solo entendible a un modo de vida. “Esto no es un libro/quien toca esto toca a un hombre”, escribió Walt Whitman hace ya varios años. ¿Acaso, entonces, debemos hablar solamente de poesía cuando pretendemos explicar la injerencia de Dalton en la literatura latinoamericana? Su figura, por su interés en la búsqueda de la identidad salvadoreña, por su relación y participación en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), por el tipo de poesía que producía, por su compromiso con la lucha, es la expresión de un modelo de relación entre práctica estética y acción política que circunda los conflictos que aparecieron en El Salvador y que pueden hacerse extensibles a muchos otros procesos latinoamericanos.
En él encontramos una forma artística -como acto- que transcurre y comienza en un posicionamiento y en un hacerse presente que nos hará imposible hablar por separado del poeta y del combatiente. En su imagen coexistía palabra y acción despojándose de toda formulación abstracta como punto de partida. “No confundir, somos poetas que escribimos/Desde la clandestinidad en que vivimos./No somos, pues, cómodos e impunes anonimistas:/De cara estamos contra el enemigo/Y cabalgamos muy cerca de él, en la misma pista.//Y al sistema y a los hombres/Que atacamos desde nuestra poesía/Con nuestras vidas les damos la oportunidad de que se cobren/Día tras día.”, leemos en “Sobre nuestra moral poética” (La ternura no basta).
Dalton no va a estar por sobre los demás ni va a postularse como una síntesis comprensiva del conjunto, sino que será uno más en el campo de batalla. Este es un procedimiento central en sus Poemas Clandestinos -escrito en la selva salvadoreña entre 1974 y 1975, mientras era un combatiente guerrillero-. Allí se incorporan, para preservar el anonimato del autor, personalidades poéticas que llevarán el nombre de distintos luchadores salvadoreños caídos en combate. Así, estos poemas aparecerán firmados por Vilma Flores, Timoteo Lue, Jorge Cruz, Juan Zapata y Luis Luna. A esas alturas no había fronteras entre ambos oficios: es más, habían dejado de ser dos oficios para convertirse en funciones complementarias, en facetas de una misma actividad vital. Hablar de poemas y de clandestinidad alude a una referencia que no deja de lado lo meramente estético, pero que tiene que ver con un acontecimiento histórico que trae aparejadas batallas y combates.
La imagen y la inclusión de la figura colectiva aparecerán también en estos versos escritos desde la clandestinidad, pero no solamente en ellos. Ya en el libro Los Testimonios (1964) se propone escuchar las palabras de mucha gente: “No soy solo el que habla/Pues la tormenta es vieja como la mirada/(…) Uso esta palabra encontrada de repente/En una calle cualquiera de la ciudad o entre las hojas”. Como señala el cubano Víctor Casaus, al postular esta imagen, Roque Dalton estructura una necesidad de traducir, de trasladar, los asuntos, los dolores, las alegrías, las preocupaciones de múltiples personas (su colectividad, sus pueblos, nuestros pueblos), pero sin convertirse en un frío copista: “En este sentido si lo queréis soy el testigo./Sólo que inútil pues corroído por la pasión”.
Todo esto se condensa en los lineamientos de una vida que explora nuevos caminos y de la que Dalton sirve con su propia poesía dueña de una voluntad de futuro. En este punto se comienza a elaborar el ejemplo del poeta. Así era él, la duda antes que el dogma; la crítica frente al acatamiento. En una entrevista que concede a la revista cubana El Caimán Barbudo en noviembre de 1966, dice: “Creo que el mejor consejo que se les podría dar es ese: que su actitud sea la del alzado contra los errores, de que no se pierda jamás la capacidad crítica, que no se pierda jamás el criterio de construir una revolución sobre las bases de las grandes contradicciones, que no se pierda el criterio del orgullo juvenil que significa la lucha y de que no se pierda también el criterio de que estamos construyendo un nuevo mundo con la más absoluta sinceridad”.
Esto lo plantea a modo de respuesta sobre el papel del poeta en su tiempo, donde la función de la palabra será considerada como un modo de contacto que pertenece a un trabajo: aquel en el que se emparenta una producción estética con modelos de mundo. Dicho camino está en Dalton y en todo lo que compone el fondo habitual de su vida y su obra. Así, en una de sus últimas conversaciones con la poesía leemos: “Poesía/Perdóname por haberte ayudado a comprender/Que no estás hecha solo de palabras” (Arte poética).
Mucho antes, en 1962, publica en Cuba El turno del ofendido, poemario en el que sintetiza el descubrimiento, a manera de una larga y tenaz búsqueda, de lo que podríamos llamar el poder de las palabras. Al momento de la creación artística, ve la importancia de la manipulación que se hace de estos “materiales” en cuanto a la producción de un objeto nuevo. Será la palabra despreciada, irrespetuosa, combativa, la que erige frente a los falsos valores de la sociedad. Esta elaboración, consciente de un proyecto que busca un nuevo modo de expresión, se inicia en este libro y caracterizará la obra de Dalton en su conjunto. De lo que se trata es de hacer y crear palabras nuestras, profundizar ciertos valores y postular la inclusión de elementos no propios de los así llamados “poéticos”.
Asimismo, cruzaba también a menudo esa frontera que separa los distintos géneros. Su obra es una forma de acción política en una producción totalizadora que abarca el testimonio, el análisis histórico, el ensayo y la poesía. Su trabajo ensayístico y de testimonio se deben leer en sintonía con su trabajo poético. Resulta necesario mencionar aquella obra inconclusa y singular: el Poema-collage Un libro rojo para Lenin, Miguel Mármol, estudio sobre la insurrección comunista de 1932 en El Salvador (publicada póstumamente en 1983 pero del que se publicaron fragmentos de la investigación en enero del año 1971 bajo el título Miguel Mármol. Los sucesos de 1932 en El Salvador), y el polémico Revolución en la revolución y la crítica de derecha, donde interviene en los debates instalados por Régis Debray promediando los años ´60.
En su trabajo teórico encontramos la búsqueda de las huellas históricas de la insurrección nacional del Salvador en los ´30 para entender y proyectar el presente. Continúa con un tema central para analizar la coyuntura de entonces: la estrategia de la lucha armada en Latinoamérica en los ´60 y su trabajo con el leninismo pensado para y desde la revolución en nuestro continente. Un Lenin nuestro, rescatado de los fríos dogmas impulsados por varias de las distintas cúpulas de los Partidos Comunistas de aquellos años.
A una muerte que no era tuya, llegaste temprano
Tal vez una manera de explicar la muerte del poeta -su vida y su muerte- la podemos encontrar en su misma obra. En la novela titulada Pobrecito poeta que era yo (1976), editada después de su fusilamiento, se cuenta cómo, en la época que Dalton estuvo preso en El Salvador, un agente de la CIA que lo interrogaba le dijo: “No creas que vas a morir como un héroe, tenemos documentos necesarios para hacerte aparecer como a un traidor, y la historia y tus hijos se avergonzarán del nombre de su padre… Así que olvídate de que tu muerte te convertirá en héroe”. Esto ocurrió en 1964. A los diez años de este hecho, la amenaza se cumplirá. La calumnia como modo de proceder resultó letal. El poeta fue asesinado el 10 de mayo de 1975 por una fracción del ERP, es decir, por sus propios compañeros de la guerrilla, que lo acusan de traición. “Delito de discrepancia”, según Eduardo Galeano. Estaba a pocos días de cumplir 40 años. Suficientes igualmente para perdurar en la historia artística y política de Latinoamérica.
Pero este recuerdo a Roque Dalton intentó escapar de su catalogación como un héroe, con todo su facilismo. Adelantándonos a toda monolitización, y frente a los fabricantes de estatuas, preferimos subrayar su heroicidad desde su propio rasgo verbal. Es que Dalton propone una nueva constitución del héroe dentro de una zona valorativa y de representación donde se erigen conjuntamente las figuras del trabajador, del obrero, del guerrillero como emblema de aquel que lucha de forma mancomunada por una causa.
En este sentido, se moldea la experiencia no en términos personales sino que se reconoce una lucha con una impronta colectiva. Hay en sus poemas y en su experiencia particular un posicionamiento de pares: tanto los luchadores, como los poetas, hacen causa común a través de esta imagen simbólica y hermosa que es la unión de versos y fusiles en defensa de la revolución.