Por Silvio Schachter. El estupendo guión del iraní Asghar Farhadi con agilidad narrativa y una puesta en escena realista logra una obra de excepcional factura, con inteligencia y sutileza, donde se destacan interpretaciones magníficas con miradas plenas de vida y verdad.
El fresco humano y social que Farhadi nos regala en Nader y Simin, una separación (Jodaeiye Nader az Simin en su idioma original) resulta cercano, a pesar de las diferencias culturales, porque la cámara reposa sobre la emoción de sus personajes para sacar los sentimientos encontrados que hay en ellos.
La transparencia lograda con una alta calidad en sus aspectos técnico-artísticos traza un cuadro social donde se ve la mano de un autor que sabe manejar la cámara para dejar hablar a las imágenes y a los personajes.
Un cine comprometido, conmovedor, que sabe mantener el suspenso y la tensión, exponente del humanismo más rico y profundo, que habla de moral sin proponer situaciones maniqueas ni recetar soluciones fáciles.
En La separación ,al igual que su anterior largometraje, A propósito de Elly, que le valió el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín en 2009, el director iraní interpela nuestra noción sobre la condición humana y retrata la inmadurez de los que ahora están en la edad adulta. Sus personajes se mueven incómodos, enfrentando la dificultad de ser coherentes en una sociedad cuyas contradicciones, encorsetadas por leyes escritas y tácitas, los limita y agobia. Farhadi nunca ejerce la crítica social de manera frontal ni esta supone el eje central de sus películas. Su estrategia es introducirla de manera sutil mediante diálogos o situaciones, sin interrumpir la trama principal. Para ello escarba en los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana, que van enlazándose para construir un drama profundo.
Farhadi ofrece una clase de cómo hacer un relato cinematográfico, para asir al espectador con eficacia técnica y artística. Nos invita a unirnos a él como observadores de la urdimbre que se va tejiendo, en difícil equilibrio entre justicia y moral, entre asuntos civiles y de religión, entre la verdad manifiesta y la encubierta mentira. El cineasta logra dibujar un cuadro de actitudes y reflejos que colisionan, sin calificar o tomar partido. Los personajes se ven obligados, por distintos motivos, a mentir. Pero el filme no los juzga, trata de entender por qué lo hacen, por qué mienten.
Una separación mantiene en tensión al espectador, que va descubriendo las emociones que dominan a sus equívocos personajes. Como una cebolla armada desde adentro, capa a capa, nunca sabremos cómo van a enfrentar las situaciones límites ante las cuales son colocados por el azar. El director deja fluir el hilo narrativo y con el desarrollo de la historia, aumentan las complicaciones, colocando a los protagonistas en una vorágine sin retorno.
La realidad tracciona la relación entre quienes quieren vivir de acuerdo a las tradiciones -donde todo es mas simple y previsible- y las personas con una vida más cosmopolita, que deben lidiar en una sociedad cautiva de sus códigos.
La película bien podría llamarse también “la decisión de Termeh”. La niña, interpretada por la hija del director, tiene que optar entre los padres y al mismo tiempo elegir qué camino quiere para dar sentido a su vida. Debe tomar decisiones importantes a una edad muy temprana, en un mundo que aún no comprende. Contemplar su silencio, tratar de ver la historia desde su óptica, es otro enfoque que nos propone el director.
Los conflictos terminan siendo varios: de género, de edades, de religión, de clases sociales, entre la tradición y lo moderno. Es una película sobre los prejuicios, de Oriente y Occidente. Ccomo corresponde a una sociedad gobernada por un régimen teocrático, emergen permanentemente los condicionantes religiosos y de conciencia.
La separación es el núcleo de la película, pero no sólo se refiere a la pareja: también se trata de la separación entre padres e hijos, entre pobres y sectores medios, entre rígidos preceptos y deseos individuales.
La película podría leerse también como la historia de dos mujeres, de clases diferentes, enfrentadas en su modo de vivir, pero no enemigas. Una pobre, prisionera y resignada al papel que le asigna una sociedad patriarcal y conservadora. La otra con la posibilidad de salir con su hija de ese circulo asfixiante, al optar por la vía del autoexilio.
El público occidental suele tener una idea muy fragmentada de la mujer iraní, a la que ven como un ser pasivo, encerrado en casa, alejado de cualquier actividad social. El retrato mediático de las mujeres iraníes es a menudo borroso, con simplificaciones que hacen de su imagen una figura sombría. Por el contrario, son ellas las que mejor encarnan el espíritu de la resistencia y la supervivencia. Aunque queda claro que, en una sociedad donde predomina la misoginia, tampoco los hombres viven en paz.
La película termina pero continúa al salir de la sala, provocando más preguntas que definiciones. Nos sugiere la duda y nos lleva a cambiar de campo, mudando nuestras empatías de uno a otro personaje, encontrando motivos que explican sus conductas, y donde el bien y el mal son relativos.
No hace mucho el cine iraní suponía un símbolo de películas que eran sólo para festivales y cinéfilos, filmes tan bellos como A través de los olivos, Las tortugas también vuelan, La manzana, El circulo, Persépolis, Los niños del cielo o El Globo blanco no se estrenaban o sólo podían verse en circuitos de arte. Ashgar Farhadi, de 40 de edad y cinco largometrajes, acompañado por importantes premios obtenidos en la Berlinade y ahora con el primer Oscar para su país, es quien ha logrado abrir ese cine a otros públicos de distintas latitudes.
La contracara es la situación de los cineastas Mohammad Rasoulof y Jafar Panahi, condenados a seis años de cárcel por los cargos de conspiración y propaganda contra el gobierno iraní. Tras cumplir su condena en prisión, se les prohibirá hacer cine, escribir guiones o viajar al extranjero por los próximos veinte años. A la actriz Golshifteh Farahani, con el rol protagonico de Sepideh en A propósito de Elly, se le prohibió la entrada a su país simplemente por aparecer con el torso descubierto tapado con sus brazos.
En las dos últimas décadas, dentro de los escenarios internacionales, el cine iraní ha tenido una presencia elogiada, dejando ver la energía y la calidad de sus producciones cinematográficas en todas partes del mundo. Este renombre ha originado la reflexión acerca de los motivos de estos éxitos. Quizás la influencia del cine de Irán pueda verse en su transparencia, en su sinceridad, en su búsqueda desde los límites de las viejas identidades, para expresar los sinuosos caminos de lo nuevo, en una simbiosis donde la cultura y el arte son instrumento de resistencia, donde el cine ha tenido un lugar esencial para encontrar el tono y la innovación formal, para expresar una voz sensible y creadora que eluda el cerco de la censura.