Por Cezary Novek. Entrevista con Victoria Mora, autora del flamante libro de relatos Un mundo oscuro.
Psicoanalista, docente y escritora formada en los talleres de autoras como Laura Galarza, Elsa Osorio y Claudia Piñeiro, Victoria Mora publicó su primer libro de relatos breves, Un mundo oscuro. Nacida en 1979 en Del Viso, reside actualmente en Pilar, provincia de Buenos Aires.
Sus cuentos son pequeñas piezas donde lo melancólico, lo político y lo poético se entrecruzan creando un simple y a la vez complejo tejido. Con predominancia de cuentos sobre tragedias militantes, se pueden encontrar memorias familiares, instantáneas de infancias ficticias y un tono de nostalgia que recuerda por momentos a las Historias tristes, aquel intimista compilado de recuerdos de Gabriel y Francisco Solano López sobre la Argentina que no fue y la generación que se perdió en el camino. Marcha dialogó con la autora sobre su ópera prima, que fue editada por el sello cordobés Llanto de Mudo.
Tus relatos giran en torno a la temática de la dictadura, los desencuentros y los sueños o proyectos truncos. ¿Son temas que vuelven siempre a la hora de escribir o querías explorarlos y agotarlos en este conjunto de relatos? Pienso en “Barro”, el relato de la nena que no quiere ensuciarse los zapatos, en donde simultáneamente se extrae ternura y tristeza de una anécdota mínima.
Lo cierto es que al escribir los cuentos no hay un proceso tan racionalizado de mi parte. En un segundo momento, y en las lecturas sucesivas, descubro aspectos de lo que escribí en los que quedo comprometida subjetivamente y que en el momento de escribirlos no fue consciente. Las historias que escribo son aquellas que me conmueven y que deseo, desde un lugar que no puedo precisar, transmitir. En relación a los relatos históricos se trata de episodios que me despiertan interés, me movilizan y a la vez quiero que se conozcan. La literatura, través de la ficción, me parece un camino más que válido para lograrlo. Por ejemplo, me pasó con una lectora que me comentó que desconocía las condiciones en que Evita se había criado y vivido, y a partir de la lectura de uno de los cuentos del libro, se interesó en el tema y empezó a leer Santa Evita de Tomás Eloy Martínez, para mí eso tiene un efecto muy fuerte, de mucha satisfacción. No creo que se trate de una visión pesimista y melancólica, es cierto que el humor no surge en mi escritura, por ahora al menos, creo que más bien se trata de poder transmitir y contar aquello que me conmueve.
En tus relatos se habla de la temática setentista desde el punto de vista del militante -víctima y héroe de la coyuntura política del momento-. Incluso hay un cuento en el que se narra las últimas hora de vida de Claudio Lepratti ¿Hay un compromiso político en tu vida? ¿Participás activamente de alguna agrupación?
No. Hoy por hoy hay espacios políticos donde vivo que me parecen muy interesantes desde lo que proponen y en los que participaría. Sin embargo, lo cotidiano me pasa por arriba y es muy difícil en mi vida, hoy, contar con tiempo para militar o participar más activamente. Dedico muchas horas al consultorio, a la literatura y por supuesto a mi familia. El compromiso que sostengo es en relación a la docencia y a la escritura también. Ambos espacios me parecen valiosos como medios de transmisión.
¿Cuál es la relación de tu literatura -y de la literatura en general- con el peronismo como lugar desde el que se mira el mundo?
El peronismo fue, desde sus orígenes, un movimiento muy complejo. Es muy difícil, diría imposible, ceñir una definición del militante peronista. Lo cierto es que valoro y admiro profundamente a todo aquel que se jugó la vida por lograr un país mejor, con una patria inclusiva y no sometida a los intereses imperialistas. Es innegable que grandes sectores del peronismo se jugaron por eso. Especialmente los militantes que llevaron la bandera de la lucha armada, que respondió a un momento histórico y no es mi intención juzgar, sino más bien, contar. Esto desde ya deja afuera, para mí, a la burocracia sindical y a los traidores hacia adentro de la izquierda peronista. Pero eso es una historia muy larga. Mi relación como autora es con esas personas puntuales más que con el peronismo como movimiento global, que como dije, es indefinible. Si pensamos que Rodolfo Walsh, Rucci o Menem fueron peronistas sólo con esa mínima muestra es imposible pensarlos en una misma línea. Desde ya que me quedo con Walsh. En relación al peronismo y la literatura hay autores que formaron parte del movimiento o que reflejaron a través de la ficción lo que significó el movimiento que están entre mis favoritos y me parecen fundamentales, como Rodolfo Walsh, Paco Urondo, Juan Gelman o el mismo Tomás Eloy Martinéz.
Sos psicoanalista y docente ¿Cómo se llevan el psicoanálisis, el aula y la literatura? ¿Se retroalimentan?
Son ámbitos completamente separados, por lo que dije antes que motivan mi escritura. Para mi práctica como psicoanalista es indispensable la distancia que permita el ejercicio de la profesión, que de ningún modo se compatibiliza con escribir sobre lo que me conmueve en lo más íntimo. Jamás escribiría sobre los relatos de mis pacientes o sus vivencias. En el caso de la docencia, si en algún momento escribiría sobre eso, aparecería desde mi posición docente. En cuanto a la imaginación pura en los relatos, no creo que pueda definirse de ese modo. Al menos en mi caso siempre algún jirón de experiencia se cuela, de algún modo u otro, aunque esté tan tamizado por la ficción que quiénes lo vivieron conmigo, o a veces, yo misma, no pueda reconocerlo. Creo que ahí es donde opera el inconsciente de una manera más plena.
¿Cómo empezó tu relación con la palabra escrita?
En la casa de mi infancia y adolescencia, mis papás y mis abuelos leían, aunque no eran grandes lectores, tampoco había una biblioteca a la que pudiera consultar. Sí tuve desde pequeña una fascinación por descifrar lo escrito, aprendí antes de ir a la escuela porque quería leer como lo hacían los grandes de mi familia. También recuerdo como fundamental un período de mi pubertad en que mi mamá era socia del club del libro, una revista en la que un vendedor dejaba en tu casa un catálogo y había que comprar al menos un libro por mes. Mi mamá me dejaba elegirlo. Autores que recuerdo de esa época son los clásicos infantiles como Elsa Bornemann, o Mujercitas, Hombrecitos, Julio Verne etc. Un poco más grande ya comencé a leer a García Marquez, que fue como una ventana a un mundo, después vinieron Cortázar, Benedetti, Borges, a los que inevitablemente se vuelve.
Asististe a talleres dictados por Laura Galarza, Elsa Osorio y Claudia Piñeiro ¿Qué podrías rescatar de cada una de ellas?
En el caso de Laura Galarza fue mi primera experiencia de taller y ella se convirtió en una guía inestimable para descubrir autores que terminaron siendo fundamentales y que desconocía, como Carver, o Alice Munro. El trabajo era sobre mis cuentos, sin consignas, hasta que sintiera que el cuento había llegado a su límite (al menos momentáneo) de elaboración. Laura es una persona muy generosa y sigo respetando sus recomendaciones de lectura porque jamás fallan. En el caso de Elsa Osorio llegué a su taller por la admiración que su obra me había despertado, especialmente su novela. A veinte años, Luz, que trata sobre un caso de apropiación durante la dictadura. Es una novela que cambió mi posición frente a la escritura y que me hizo sentir que era posible escribir sobre lo que a mí me parecía necesario. El taller tenía una dinámica grupal con consignas de trabajo que fueron muy productivas. El taller de Elsa me dio muchísimo, aprendí cosas esenciales sobre narrativa sin las que mis cuentos no hubieran podido ser escritos. En el de Claudia la forma de trabajo es sin consigna, lo que en este momento me da la libertad de trabajar sobre lo que yo quiera. Hay compañeros que están escribiendo novelas, otros llevamos cuentos. Leemos y entre todos comentamos lo que nos pareció y Claudia da su devolución. También surgen recomendaciones de lectura. Claudia es una gran persona que transmite el oficio de una manera precisa y además es una excelente lectora.
Vivís en Pilar, la ilustración de portada es de Jacqueline Maquieira -que vive en La Plata- y la edición es del sello cordobés Llanto de Mudo ¿Cómo llegaron a conjugarse esas tres ciudades?
Con Jacqueline me unen lazos de afecto porque somos primas. Además por el tipo de obra que realiza yo estaba segura de que sus dibujos iban a ser los justos para mis cuentos. Y no me equivoqué. Las ideas las fuimos pensando entre las dos, respecto a qué objetos dibujar, yo sugerí lo que me gustaría, pero todo lo demás surgió de la gran artista que Jaqui es. Cómo iban a ser los objetos, la mujer, el escenario, la noche, los tonos, eso es obra totalmente de ella. En cuanto a la editorial, mi amiga y escritora Valentina Vidal había publicado con ellos su libro de cuentos Fondo Blanco y la edición me había gustado desde todo punto de vista. Los contacté, les envíe algunos de mis cuentos y a partir de ahí comencé a trabajar con Diego Cortés. La experiencia fue excelente, se trata de una editorial que respeta al autor y eso, para mí, es un eje indispensable.
¿En qué estás trabajando ahora?
Estoy trabajando en un proyecto de ensayos psicoanalíticos sobre la obra de Rodolfo Walsh. Hace tiempo vengo escribiendo trabajos entrecruzando psicoanálisis y literatura y ahora estoy escribiendo un libro completo sobre Walsh. En cuanto a los cuentos, hay unos cuantos que no entraron en este libro que me gustaría publicar, pero sería más adelante. La prioridad es terminar el libro sobre Walsh, aunque igual sigo escribiendo ficción, no lo puedo evitar.
La mayoría de tus cuentos tiene un formato breve, que se centra en un momento y luego concluyen -por lo general- de forma abrupta ¿Te atraen las formas breves como el microrrelato, por ejemplo?
Sí, los cuentos breves me gustan, aunque no es excluyente respecto a escribir relatos más largos o incluso en algún momento una novela. Tengo algunas ideas de novela, escritas algunas páginas pero, por ahora, siempre vuelvo al cuento. De los ya escritos que me gustaría publicar hay algunos más largos, pero sí, sin dudas me inclino por el cuento breve.
Sos colaboradora en revista Kundra ¿Cómo pensás que el escribir sobre leer -en el caso de las reseñas- aporta a tu propia obra? ¿Cuáles fueron los mejores libros que leíste durante el último año? ¿Cuál es tu visión del panorama editorial actual?
Sin dudas la lectura enriquece lo que se escribe. Laura Galarza fue la primera en decirme que leer es una forma de escribir, yo adscribo a eso 100%. No concibo la posibilidad de escribir sin leer. Yo leo muchísimo y con total gusto, no leo más porque tendría que no dormir. Todo lo que se lee sirve, claro que no del mismo modo. Los clásicos son indispensables pero eso no significa para mí no leer a los contemporáneos. Mis lecturas se guían por las recomendaciones de las personas cercanas que considero grandes lectores y también lo que me interesa por alguna temática en particular o porque es un escritor que me gusta y lo sigo. En el último año los mejores que leí son Una muchacha muy bella, de Julián López, Un comunista en calzoncillos, de Claudia Piñeiro, El viento que arrasa y Ladrilleros, de Selva Almada, Mika, de Elsa Osorio, La belleza del erizo de Muriel Barbery, El purpurado cuello de Jorge Castelli, Cámara Gesell de Saccomanno entre otros, también Natalia Ginzburg y Alice Munro fueron dos autoras que me maravillaron. Creo que el panorama editorial es complejo pero que las posibilidades de publicar con editoriales independientes es muy posible y que la oferta es amplia. No creo que sea sencillo llegar a la primera publicación pero no lo veo imposible. Me parece esencial buscar una editorial que uno como autor valore y con la que sea posible publicar de acuerdo al catálogo que maneja o las obras que suele publicar.