Por Ana Beatriz Villar. En esta segunda y última entrega sobre la historia de la Revolución Española, el nacimiento de la resistencia popular y la división del país entre nacionalistas y antifascistas.
Doble poder
Los distintos elementos analizados en el artículo anterior otorgaban el acervo inédito que entra en juego en la España que frente al pronunciamiento de los militares opone una sociedad nueva
El aporte histórico de ambas centrales sindicales a la organización tanto de campesinos como de trabajadores fabriles, sentó las bases para la aparición inmediata, en plena resistencia, de comités revolucionarios a lo largo de todo el campo antifascista y en todos los niveles, desde las fábricas hasta las regiones. El fastuoso caudal organizativo previo a estas experiencias, permitió ante la obtención de las armas, llevar a cabo acciones revolucionarias por aquellos sectores que habían comenzado a plantear y consolidar una propuesta revolucionaria, incluso desde el triunfo electoral del Frente Popular, en muchas ocasiones entrando en fuertes conflictos con el gobierno republicano. Fueron organizaciones que lograron superar los límites reivindicativos sectoriales para proponer alternativas y propuestas de poder desde los trabajadores.
Los comités obreros y campesinos aparecieron como órganos de poder nuevos con autoridad real. En este marco, a días del levantamiento militar, los obreros se apropiaron de las fábricas y los campesinos de las tierras, generando una extraordinaria variedad de experiencias de autogestión. Uno de los principales debates giró en torno a si la supervivencia del Estado republicano, no atentaba directamente contra el desarrollo favorable de las experiencias revolucionarias que los trabajadores aplicaban de hecho. Ejemplo de esto son los problemas surgidos a partir de la imposibilidad de generar un sistema de créditos en las fábricas expropiadas. El gobierno, aún en su situación de extrema debilidad, nunca dejó de detentar el oro, potestad que le permitió rehusarse a otorgar créditos a estas novedosas experiencias, que tuvieron que vivir de lo que pudieron requisar en ocasión de la revolución.
La creación de colectividades también tuvo lugar en la agricultura. Aunque como en la industria, los problemas económicos no podían resolverse independientemente de los problemas políticos.
Todos los que estimaban que la España de 1936 no vivía una revolución social sino que debía ser una república parlamentaria, condenaban “colectivizaciones” y “sindicalizaciones” que constituían, a sus ojos, un peligro para la unidad entre la clase trabajadora y sus aliados los pequeños burgueses. Otros, lejos de considerar el proceso revolucionario como una dificultad para la victoria contra los fascistas, vieron en su eliminación una de las principales causas de la derrota.
Meses después, el proceso revolucionario encontraría su sentencia de muerte. La formación del gobierno de Largo Caballero el 5 de septiembre de 1936 constituyó un primer paso en la restauración del Estado republicano, aunque la situación de “doble poder” continuó de manera decreciente, hasta el conflicto que tuvo lugar en Barcelona en mayo de 1937, cuando un gobierno republicano reconstituido agudizó su política persecutoria hacia los sectores revolucionarios.
Un sector formado por el PC, los partidos republicanos y el sector del Partido Socialista encabezado por Indalacio Prieto, consideraba que los intentos revolucionarios en plena guerra contra el nacionalismo no hacían más que fragmentar el frente de resistencia y aislar aún más a la España republicana de los posibles apoyos internacionales. Lo cierto es que incluso introducidas estas medidas, con el único apoyo internacional que se contó fue con el de la URSS. Bajo el gobierno de Juan Negrín, entre mayo de 1937 y marzo de 1939, la disciplina, la centralización y la obediencia quedaron finalmente instaladas, la revolución estaba liquidada, el Estado republicano reconstruido. En marzo de 1939, la contienda finalizaba a favor de los fascistas.
¿Nueva sociedad o república democrática?
Revisando la cantidad inagotable de material de registro escrito, gráfico y audiovisual de este proceso, son excepcionales los que polemizan con aquellas miradas que haciendo énfasis en la absoluta dependencia de la disputa con el fascismo de la situación internacional (solidaridad de los gobiernos de otros países), invisibilizaron el rol fundamental que se estaban dando campesinos y obreros armados, enfrentando al enemigo de clase, en lo que entendían como una guerra revolucionaria. Sin embargo, hemos intentado demostrar que sin esos bastiones de resistencia que constituían las milicias, sin las luchas gremiales, sin el trabajo organizativo previo que tuvo lugar en las Casas Obreras y Ateneos, sin esos comités de obreros y campesinos y Juntas de Defensa, sin esa conciencia de clase, sin esa cultura de solidaridad e identidad arraigada en las prácticas comunes que en esas experiencias se vivenciaban, el movimiento antifascista no hubiera logrado la vitalidad y potencia que adquirió.
Habitualmente se ha abordado la revolución y la guerra en España como una epopeya en la que se reconoce el protagonismo del gobierno republicano, así como de aquellas figuras de la UGT y posteriormente de la CNT que formaron parte del mismo. También se otorga un lugar central a aquellos actores que tuvieron una labor destacada en el enfrentamiento militar con los nacionalistas sublevados. Sin embargo, vemos que uno de los rasgos inéditos de este proceso reside justamente en la increíble resistencia y revolución desencadenada y defendida en España por tres años. No sabemos cuál camino hubiera conducido al pueblo español a otro desenlace posible, pero recuperar aquellas experiencias revolucionarias que quedaron invisibilizadas en la historia de los vencedores, puede otorgarnos algunas claves para leer nuestros desafíos presentes. Allí reside nuestra parte en esta historia.
Aquí la primera parte: A 78 años de la Revolución Española (I)