Por Franco Galdini. Mientras que muchos en Libia y en el mundo celebran el fin de Gaddafi y de sus 42 años de dictadura, aún quedan muchos interrogantes sobre las circunstancias de su muerte, el futuro del país y sus implicaciones en Siria.
Es indudable que no muchos en el mundo llorarán por la muerte de Gaddafi. Sin embargo, vale la pena ahorrar unos cuantos pensamientos sobre las circunstancias en que se murió el coronel. Algunos reportajes atribuyen su muerte a las supuestas consecuencias de las heridas sufridas por un ataque aéreo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) contra su convoy de fuga después de la caída de Sirte; otros informes hablan que fue asesinado a manos de las fuerzas rebeldes. Si fue capturado y murió de sus heridas, o fue ejecutado realmente por los combatientes rebeldes sigue siendo una cuestión importante, pues el acto de matar a un prisionero es considerado un crimen de guerra según el derecho internacional.
La cuestión central concierne el futuro de Libia y el tipo de país que los libios quieren fundar. Cuando el reportaje entrevistó a un líder militar de los rebeldes el pasado septiembre, en Trípoli, éste le dijo que cualquier gobierno libio futuro tendrá que reconocer el hecho evidente de que Gaddafi todavía tiene muchos seguidores en el país. Para que la pacificación tenga éxito, todos los libios tendrán que sentirse partícipes en la creación de la nueva Libia en la cual sus intereses sean protegidos.
Al fin y al cabo, la represión pura y dura no puede llegar muy lejos en mantener a todo un pueblo a la sumisión por tanto tiempo. Por tanto, una combinación de clientelismo y de lealtad – la última a menudo comprada por el primero – puede también ayudar a explicar la longevidad de un régimen en el poder. Sería muy difícil creer que los que lucharon tan valientemente en Sirte al lado del coronel lo hayan hecho por dinero, en lugar de una convicción de que su destino estaba indisolublemente ligado al de su líder.
Y es a estos partidarios del coronel en Sirte y alrededor de Libia para quienes las imágenes de la muerte de su líder será un tema de especulación durante algún tiempo. Si bien puede ser cierto que la captura de Gaddafi vivo hubiera podido ser un tema muy conflictivo y polarizador, sobre todo si se hubiese decidido de juzgarlo en Libia, no es menos cierto que la decisión del Consejo Nacional de Transición (CNT) de iniciar una investigación sobre las circunstancias de su muerte – aunque tomada a regañadientes bajo considerable presión internacional – es un paso correcto. Además de determinar las posibles responsabilidades penales, dicha investigación muestra a todos en Libia el mensaje de que nadie en el país está por encima de la ley y que la promesa de construir un “país donde la ley es soberana” no son palabras vacías.
Esto no significa que la transición de Libia se convertirá automáticamente en un camino derecho a la democracia y el CNT parece muy consciente de los enormes desafíos. El país está inundado de armas y con el aparecer de informes sobre ex rebeldes que aterrorizan a la población civil, la seguridad será la clave para iniciar el largo y difícil proceso político que allanará el camino para las primeras elecciones en décadas, que deberán ser celebradas en ocho meses.
Influencia en Siria
Pero la muerte de Gaddafi reverberó más allá de las fronteras de Libia, alrededor del mundo árabe, galvanizando pueblos oprimidos que han salido a las calles siguiendo el ejemplo de los tunecinos, egipcios y libios, y dándoles un escalofrío a los dictadores sobrevivientes de la región. No es casualidad que apenas nueve días después de la muerte del coronel, el presidente sirio, Bashar al-Asad, le concedió su primera entrevista a un periódico occidental desde que los sirios comenzaron a protestar, el marzo de este año, en contra de los 40 años de dictadura de su familia. En ella, el presidente al-Asad subrayó que no iba a tener la misma suerte de Gaddafi y advirtió al Occidente que intervenir en Siria significaría crear “decenas de Afganistanes”. Días después, su gobierno aceptó un intento de mediación de la Liga Árabe con la promesa de empezar en seguida el diálogo con la oposición y poner fin a la represión.
Sin embargo, una vez más la retórica del régimen no se ha traducido en medidas concretas y las noticias hablan de violencia renovada con el ejército sirio. Como al comienzo del levantamiento la reacción desproporcionada y brutal del régimen había causado que los manifestantes cambiasen rápidamente sus demandas por reformas, clamando por la caída del régimen. La represión sigue y parece reforzar el argumento de que el régimen sirio sólo caerá con la fuerza, al igual que el de Gaddafi.
Es precisamente en este punto que el tema de la muerte de Gaddafi puede dividir la oposición siria – ya está muy fragmentada – entre los que adhieren a las manifestaciones en general pacíficas, y los que piden una intervención extranjera al estilo de Libia. A esta última posición se le ha dado un nuevo impulso gracias a las imágenes del fin de Gaddafi solamente dos meses después de que las fuerzas rebeldes entraron en Trípoli. Esto se compara favorablemente con el estancamiento prolongado en Siria, donde la oposición hasta ahora no ha conseguido movilizar a las muchedumbres necesarias para cambiar el rumbo del país, como fue el caso de Túnez y luego Egipto.
Siguiendo esta línea de argumentación, la intervención extranjera, por tanto, ofrecería una salida rápida para romper el impase e inclinar la balanza a favor de la oposición. Sin embargo, los peligros implícitos en esa medida pueden resultar desastrosos para el futuro de Siria. El país ya se tambalea en la fina línea entre la revolución y la guerra civil, ya que el Presidente parece disfrutar del apoyo de unos elementos clave dentro de la clase comerciante sunita en Damasco y Alepo, los dos principales centros comerciales de Siria y, sin duda, entre las minorías de Siria, que temen la posibilidad de un vacío de poder y un descenso potencial en el caos. Las noticias que salieron de Egipto el pasado octubre, cuando decenas de cristianos fueron muertos y centenares heridos por el ejército junto con turbas armadas con palos y cuchillos, parecen confirmar la pretensión del régimen de representar la única garantía de seguridad para las minorías asediadas de Siria.
De su parte, la oposición en Siria ha hecho todo lo posible para contrarrestar el juego del régimen con la tarjeta del confesionalismo, con resultados mixtos. Si bien es cierto que sería imposible, dada la fluidez de la situación, trazar una línea divisoria entre partidarios y opositores a la intervención extranjera, la oposición siria en el extranjero parece ser más entusiasta de esta opción que sus contrapartes dentro de Siria. Mientras que aquellos podrían estar soñando con volver a casa en tras una intervención de la OTAN, estos últimos son más conscientes de los enormes peligros que plantea la intervención militar extranjera – con la consiguiente y probable militarización de la revolución. Ya sea un curso de acción o prevalezca el otro será crucial para determinar el futuro de la insurrección siria y – se podría añadir – del país que hoy conocemos como Siria.