Por Noelia Leiva. Cada vez más personas dicen no reprimir su deseo sexual sino carecerlo. Y se sienten bien. La ciencia todavía se pregunta si es patológico. En la base está el derecho de cada quien a elegir cómo vivir, por fuera de las imposiciones heteropatriarcales.
No esperan conocer a la persona ideal ni tienen complejos con su cuerpo. Aseguran que no vivieron experiencias traumáticas en la infancia que los hayan llevado a reprimirse. Algunos y algunas se enamoraron pero sostienen que no cambiaron su esencia: son “asexuales”. Toman las redes sociales como plataforma para encontrarse lejos de los prejuicios de una sociedad donde, consideran, tener éxito tiene mucho que ver con mantener ‘buen sexo’. Sostienen que no sienten esa atracción pero sí pueden ser “apasionados” en otros aspectos, como el laboral. Lo que para la sexología todavía no se aleja de la patología, para sus representantes es una forma más de identidad.
“Mi novio me pide tener relaciones y yo no quiero”, “dejé de sentirme atraído por mi pareja”, “me enamoré de una persona sexual y yo no lo soy” están entre los comentarios más habituales en los grupos online que comenzaron a gestarse desde que el estadounidense David Jay creó la Red para la Educación y la Visibilidad de la Asexualidad (AVEN, por sus siglas en inglés), en 2001. Para muchas personas, fue el único sitio donde compartir lo que les pasaba sin ser catalogados como “raras” o recibir consejos de “no perderse” los placeres carnales.
La ruptura que marca este grupo con el conjunto social se da porque cuestionan la vinculación entre ‘sexo’ y ‘felicidad’ o ‘éxito’ que se refuerza como fundamento cultural desde los medios. “Estoy segura de que con el tiempo admitirán que (el psicólogo estadounidense creador de la pirámide de ‘jerarquías humanas’, Abraham) Maslow se equivocaba, que el sexo no tiene por qué ser una necesidad básica. Ese imperativo social que marca que está bien tener mucho sexo con el tiempo se irá suavizando”, considera Saiko, una española que se conectó con América Latina a través de la web.
Incluso desde la sexología observan esa marca comunitaria. “Vivimos en una cultura donde es dominante la actividad sexual asociada a la frecuencia y la cantidad (de actos y de personas con las que se acuesta)”, evalúa Norberto Litvinoff, psicólogo egresado de la UBA y sexólogo. “Nuestra sociedad está muy marcada por el ‘número’”, reflexiona. Así como tener bastante dinero está asociado con el ideal del ser para muchas personas, también tener ‘bastante’ sexo habla de lo competitivo que es alguien en el terreno de las relaciones sociales. “La sociedad te valora por la cantidad de novios que tuviste, cuándo debutaste, a cuántos te levantaste, cuántas veces lo hacés en la semana”, explicita Yovi, una integrante argentina de los grupos AVEN que se reúnen en la web y que prefirió reservar su nombre real.
Si alguien se define bajo las etiquetas de lo masculino, su posición en la cama debe ser dominante y su recurrencia frecuente. Si se identifica con lo femenino, se puede pasar de ser ‘frígida’ a ser ‘puta’ en pocos pasos, además de cargar con la herencia cultural de sucumbir ante el cortejo romántico como antesala de la intimidad. Todavía es una pregunta frecuente si una chica admite ‘acostarse’ en la primera cita. No obstante, Sexo’ y ‘amor’ ya no se admiten como obligatoriamente relacionados, pero para quienes defienden la asexualidad como cualquier otra identidad la separación también puede darse en el otro sentido: amor sin contacto.
“Como persona, yo deseo. Pero deposito mis ganas en completar mis estudios, ser exitosa en mis emprendimientos, disfrutar de mis hobbies. Tengo un gran número de cosas que amo y anhelo, por las que lucho y me esfuerzo todos los días, pero lo sexual sencillamente no entra en la lista. ¿Para qué esforzarme por algo que no me interesa en primer lugar?”, resume Sabrina Canessa, administradora de la página “Yo también soy asexual – Argentina”. Algo tan sencillo como una manera en particular de vincularse con sí misma y su entorno.
A la hora de las definiciones, para muchos y muchas se trata de “la cuarta identidad sexual en el siglo XXI, junto a la hétero, homo y bisexualidad”, señala un porteño de 24 años que estudia Comercio Internacional y se apoda János en las redes sociales. Quienes coinciden sostienen que es algo intrínseco a cada persona, que no se puede elegir sino que viene con cada una. Pero también están los que creen que la suya es una “orientación”, precisamente porque entienden como identidad el hecho de identificarse con algún género, sentir afecto por personas del mismo, de otro o de varios, que es algo que subyace más allá de una ligadura física.
“No se puede hablar de lesbianas, gays o héteros en la asexualidad porque dichas orientaciones responden a la atracción sexual pero sí se puede hablar de ‘atracción romántica’, enamorarse, buscar pareja sin atracción sexual”, explica Yovi. Hay quienes son “a-románticos” porque no sienten la necesidad de vincularse desde el amor y formar parejas, lo que no los inhabilita para querer a amigos o familiares. Los que sí buscan amor sin sexo son, en función de a qué género dirigen esa seducción platónica, “hétero-románticos”, “homo-románticos” o “bi-romanticos”. A ellos y ellas les surge la dificultad de decidir qué hacer si forman una pareja con alguien que sí espera tener sexo, que algunas veces los lleva a tolerar mantener algún encuentro en nombre del respeto por las necesidades del otro.
El peso de la contingencia
Convivir con un colectivo social que cree que tener sexo no se remite sólo a la ‘reproducción de la especie’ sino que se relaciona con el placer, enfrenta a quienes no comparten esa mirada a estigmas que califican negativamente su práctica privada. “Los asexuales, a menudo, somos vistos como enfermos. Nos recomendaron asistir a psicólogos, psiquiatras, neurólogos, sexólogos. Hasta nos aconsejan hacer votos religiosos, como si ser asexual implicara ser célibe. Si un hombre no gusta de las relaciones sexuales, es que es ‘homosexual reprimido’; si se trata de una mujer, es una ‘estrecha’”, sintetiza la española Saiko.
Los motes peyorativos sobre la práctica llevó a muchos a reservar para su grupo más cercano la verdad sobre su identidad “para no tener que lidiar con comentarios feos” o para preservar a hijos, hijas o ex parejas que surgieron de algunos intentos de actuar según el mandato, porque los indicios que tenían sobre su identidad no eran fáciles de organizar para llegar a una definición.
“Ya en la primaria tenía una perspectiva muy distinta hacia los chicos con respecto al resto de mis compañeras. Mientras ellas conversaban de novios y de coqueteos, me mantenía al margen porque no lograba entender de qué hablaban. Conforme crecí, mi entorno me hacía sentir que tenía un problema, que era una ‘rara’”, describe Yovi. En ese camino de búsqueda, llegó a preguntarse si no les gustaban las mujeres porque su experiencia con hombres le “resultaban tan llamativa como ir a trabajar cuando no te queda otra”, compara. A Saiko le costó compartir lo que le pasaba con su círculo de confianza: “Una vez se lo conté a mi madre y se puso tan’ catastrofista’ que le tuve que mentir y decirle que era una broma. Mi padre directamente no cree que los asexuales existan, sino que deben ser gente con problemas hormonales. Y no es así”.
Hay riesgos que van de la mano de esas calificaciones agresivas, como la de negarse como ‘asexuales’ para ser parte del ‘resto’ de la sociedad, lo que sucede sobre todo si la persona todavía no reunió la información o el coraje para ubicarse en su grupo. Como la mayoría cuida que ese costado de su vida se circunscriba a la intimidad, no suelen conocerse casos de personas discriminadas en el ámbito laboral -por ejemplo- por no tener sexo, pero sí en los niveles interpersonales, aseguran.
¿Patología o identidad?
Para la incipiente comunidad asexual, la pregunta ya está respondida. Pero no sucede igual con muchos sexólogos y psicólogos. “No hay una explicación causal un por qué (de no sentir atracción). Se debe entender desde la mirada de la ‘diversidad’ por la que cada persona hace lo que quiere en su intimidad, siempre que no se dañe a sí mismo o a terceros”, aclara Litvinoff. Sin embargo, el sexo es un “plus de goce” para la vida por lo que no contar con él “puede ser lamentable y a veces fatal desde el punto de vista de la salud mental y corporal”, entiende el fundador de la Sociedad Argentina de Sexualidad Humana (SASH).
Según su perspectiva, no mantener relaciones se basa en una represión que tiene una raigambre religiosa o “proviene de un trauma o una represión de la infancia”, una postura que desde AVEN niegan categóricamente. “Admito que puede haber personas que no tiene deseo sexual, como que hay algunas muy altas y otras muy bajas o algunas delgadas y otras obesas”, plantea, sin embargo y coloca ese comportamiento en el orden de la ‘excepción’. Si la persona siente “dolor o sufrimiento” al negarse a la práctica, puede ser un indicador de que hubo algo en su historia que la marcó y opera desde el inconsciente hasta impedir el desarrollo de su intimidad.
Sin embargo, no hay una definición acabada sobre la materia. Desde el colectivo, entienden que lo que les pasa es “algo intrínseco del individuo, no un síndrome, ni un trastorno, ni una enfermedad”, por eso infieren que “se da desde el nacimiento, por tanto sí tiene que ver el factor biológico”, ancla Saiko. Según un informe elaborado por el catedrático de la Universidad de Murcia Luis Álvarez Munárriz, “se está revisando el Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-IV) y se tiene en cuenta esta nueva concepción de la sexualidad. Ese cambio propició que en el campo del saber ya se reconozca la necesidad y la importancia de realizar estudios científicos sobre este grupo social”. Mientras, hay profesionales dudan de lo saludable de la práctica pero lo aceptan en nombre de los derechos personalísimos.
“Número y tiempo”, sintetiza Canessa a los motivos por los que la comunidad asexual aún no es reconocida como una característica más de la diversidad, como ya logró tras décadas de lucha el movimiento LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans). “Somos apenas entre el 1 y el 3 por ciento de la población mundial”, precisa, a partir de las estadísticas que circulan en AVEN. “Mucha gente considera que, por ser tan pocos, no merecemos que se nos tenga en cuenta”, denuncia. La otra cuestión es hace cuánto que comenzó a hablarse del tema, poco más de una década. Para la creciente comunidad ‘sin sexo’, es un plazo suficiente para no deber lidiar con los estereotipos si decide ‘salir del closet’.
*Adaptación de la nota “Amor sin sexo” publicada en la Revista Acción.