Rodolfo Walsh
Sobre sus escritos de hay mucho para pensar y discutir. Pero llaman la atención algunos puntos que suelen tomarse a la ligera.
Escribía en sus “papeles”, cuando debatía en Montoneros, sobre qué hacer en los momentos difíciles del terrorismo de Estado. Le preocupaba que un oficial montonero supiera bien cómo Lenin y Trotsky se habían hecho del poder en San Petersburgo, pero no tuviera idea de cómo Rosas y Martín Rodríguez se habían hecho del poder en Buenos Aires.
Toda una provocación para el deber ser de un izquierdista vernáculo: ¡equiparar la importancia de conocer a Rosas con la de conocer a Lenin! Walsh no debería ignorar ni como fue la revolución bolchevique, ni la importancia de conocerla, ni el carácter de gran revolucionario del siglo XX de Lenin. Sin embargo, eligió esta comparación para señalar los déficits de los cuadros montoneros para comprender y actuar en la realidad nacional del momento.
Sin dudas podemos afirmar que lo que quiso señalar es que un profundo conocimiento de la historia nacional, de las relaciones sociales del país, su evolución, la idiosincrasia del pueblo, de los trabajadores, de los explotadores y de las formas en que el imperialismo está inserto en nuestro país en cada época histórica, son mas importantes que un conocimiento de los grandes hechos mundiales; o también que cualquier teoría sin un profundo conocimiento y una comprensión de la historia nacional no sirve de nada.
¿Qué podríamos decir hoy respecto de esta afirmación de Walsh? ¿Cuántos de nuestros militantes se preocupan más por conocer la Revolución Cubana o cómo Chávez llegó al gobierno que por comprender la naturaleza del 17 de octubre de 1945 en nuestro país? O, en el caso de la corriente dominante de la izquierda, peor aún, al desentenderse de los movimientos populares realmente existentes en función de concepciones teóricas que aún no se han materializado en la práctica. Entender y comprender el 17 de octubre de 1945 es la base para que tenga alguna utilidad el conocimiento de hipótesis teóricas del futuro u otros procesos revolucionarios externos.
John William Cooke
Este decía que la única izquierda que había en la Argentina era el peronismo. Hoy suena casi ridículo. ¿Pero qué lo llevó a plantear esa consigna?
Esta frase fue enunciada en los años sesenta. Y se apoyaba en una realidad: que la izquierda Argentina -en general- estaba a la derecha de las necesidades de las masas trabajadoras y que era poco afín a sus luchas e identidades. Por lo tanto, Cooke consideraba que en los hechos, objetivamente, el peronismo de ese entonces era de izquierda (y al menos potencialmente, revolucionario).
Afirmamos que no podemos equiparar a la izquierda argentina con otras izquierdas que en sus contextos nacionales representaron un factor progresista de masas. Por ejemplo, la colombiana. Hablar de izquierda en Colombia nos remite a la presencia de la guerrilla, histórica, con arraigo de masas. Uno puede estudiar la historia de Colombia y sin dudas la izquierda aparecerá como heroica, popular, vinculada en forma progresiva a los grandes movimientos de la estructura social del país hermano; o al menos una parte fundamental de ella.
En la Argentina esto no es así. Inclusive en sus orígenes, una parte fundamental de la izquierda, el Partido Socialista, era liberal. Cuando uno habla de izquierda debe discutir a qué se refiere. Muchos izquierdistas impugnarían o excluirían a una parte importante de los luchadores y de los revolucionarios de ese campo. La organización revolucionaria más poderosa del país, la que largamente aglutinó a una amplia mayoría de la militancia guerrillera o afín a ella, fue Montoneros. De izquierda para algunos, para otros, no. Sin dudas, para la mayoría de los izquierdistas argentinos del presente no era una organización de izquierda. Y una parte sustancial de sus cuadros no provenían de “la izquierda”.
Durante el “canto de cisne” de la izquierda (después de 1969), apareció a través de un puñado de organizaciones nuevas, como una fuerza con potencialidad revolucionaria real y vinculada progresivamente a la lucha del pueblo. No le alcanzó para superar la periferia de las clases oprimidas y no consiguió calar como identidad en las masas. Tan es así que hoy es el trotskismo el que penetra la periferia de la clase obrera y los revolucionarios son solo mínimas fracciones de la clase media.
¿Qué podríamos decir respecto de la afirmación de Cooke hoy? Que lo importante no es discutir con fracciones militantes y preocuparnos por el “deber ser” que una “cultura izquierdista” impone a un militante. La identidad de izquierda ha sido y es bastante marginal y acotada a sectores medios. Aún hoy la fracción dominante de la izquierda trabaja “llamando” a las masas a comprender la verdad, va por otra calle y las llama. Pero lo importante es que el déficit de la etapa no es la ausencia de una izquierda de ese tipo, sino la necesidad de construir una identidad que, aunque sea, se roce con las tradiciones históricas del pueblo. Y desde allí construir un camino hacia una verdad, la que solo vemos difusa y que a veces es solo un espejismo. Una verdad que existe, que se encuentra en una dirección, pero a la que hay que encontrar.
Carlos Olmedo
El revolucionario fundador de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) planeó una definición contundente que consideramos clave: el marxismo no es una bandera política universal, sino un método de análisis, una “caja de herramientas” para comprender la realidad.
Olmedo era marxista y debatía con la izquierda -con el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), la izquierda de mayor significación desde el punto de vista revolucionario-. Su planteo era que el marxismo era una ideología, no una identidad. Pero además polemizaba al plantear que el marxismo tampoco era una política.
¿Qué quería decir con esto? Que no existe una política universal del marxismo, o de “la izquierda”, sino que lo que existen son políticas revolucionarias nacionales, que de lo nacional se articulan con lo universal. No se puede plantear una identidad general abstracta, mundial, que se expresa localmente. La forma, el envoltorio, solo recubre superficialmente un contenido igual. Es exactamente al revés: el contenido surge de las realidades concretas (nacionales en lo que hace a la discusión de la lucha por el poder político) y es lo que le da la forma a lo universal.
No puede haber una identidad de izquierda que nos unifique estratégicamente cuando la historia nos separa. Lo que nos unifica, en todo caso, es la ubicación concreta y la posición que tomamos en la lucha de clases concreta, en las luchas políticas y económicas, nacionales e internacionales concretas. Y parece claro que no es ser de izquierda lo que nos unifica en muchos casos.
Por ejemplo, el tipo de luchas que consideramos reivindicables se dan en Colombia, en Ucrania y en el Líbano, porque son las que “mueven el amperímetro” en el balance de fuerzas contra el imperialismo y que además expresan resistencias nacionales de masas. Sin dudas hay compañeros de izquierda que piensan eso, pero muchos más que no, porque no cumplen el deber ser de “izquierda” o del “clasismo”. Los debates en torno a Venezuela van en el mismo sentido. Pero no es necesario irnos lejos, en las luchas de nuestro país también sucede: nuestra experiencia con la ley de medios, el petróleo, etc., desbordan de contundencia.
¿Qué podemos decir de la afirmación de Olmedo hoy? Que en términos conceptuales, somos de izquierda, pero en términos históricos nacionales, la cuestión es más compleja. Que, sin dudas, la identidad de izquierda no es la bandera que nos unifica y que debemos presentar otra. Que no debemos abandonarnos a la izquierda hegemónica renegando ante el pueblo de nuestra identidad y banderas históricas.