Por Pedro Perucca. Cada generación tiene su Batman. Los 60/70 tuvieron en Adam West al paladín pop y bizarro que requerían, los 80 trajeron a un encapotado oscuro y apegado a una estética retro comiquera con sello Tim Burton y el nuevo siglo nos presentó a un Batman mucho más realista y duro, en la saga a cargo de Christopher Nolan que ahora llega a su fin.
EnThe Dark Knigth Rises (El caballero de la noche asciende), la conclusión épica de la trilogía oscura del murciélago de Nolan, la amenaza contra la ciudad natal de nuestro encapotado favorito es ni más ni menos que el terrorismo, encarnado en la amenaza nuclear que blande Bane, el malo de turno, apoyándose en una retórica demagógica contra los ricos, las instituciones opresivas y a favor del poder del pueblo. Por supuesto, sus declaraciones anticapitalistas son sólo máscaras para darle falsas esperanzas a la gente mientras prepara el apocalipsis atómico que purifique la podredumbre de Gotham City.
Está claro, entonces, que no conviene prestar oídos a los llamados al desorden ni alzarse contra las instituciones porque el caos, la anarquía y la destrucción de la civilización occidental acechan a la vuelta de la esquina. Así, no será nada casual que las escenas filmadas en la Bolsa de New York hayan coincidido con las masivas movilizaciones de Occupy Wall Street, los indignados estadounidenses. De hecho, en algunas escenas parece que Batman y la Policía están desalojando conjuntamente a los revoltosos.
En “La delgada línea azul”, el famoso documental de Errol Morris sobre el caso de un hombre injustamente condenado por el asesinato de un policía, el fiscal afirma que la fuerza policial constituye esa “delgada línea azul que separa a la sociedad de la anarquía”. Aquí Batman levantaría sus dos manos enguantadas a favor de esa idea reaccionaria. La lucha contra el terrorismo hace que las antiguas oposiciones se diluyan y que todos se unan en defensa del orden existente. Así, después de un par de enfrentamientos bastante livianos y en cuanto las papas queman y se aclara que la muerte de Harvey Dent no fue su responsabilidad, Batman y los azules se vuelven inseparables. En algún momento el encapotado incluso llega a hablar de “mi ejército”.
A estas alturas del partido, está claro que nadie espera que Batman sea socialista o que Bruce Wayne apueste a desarrollar el poder popular, pero realmente es un poco fuerte verlo codo a codo con la Policía dispersando manifestaciones, especialmente cuando en otras versiones comiqueras o cinematográficas su relación con las fuerzas del orden es mucho más ambigua.
Las referencias a la situación política norteamericana post 11 de septiembre de 2001 pueden encontrarse por todos lados. Por un lado, después del tour de force anárquico y destructivo del Joker de Ledger (¡cómo se lo extraña, dicho sea de paso!) Gotham consiguió 8 años de paz gracias a la aprobación de la ley Dent, una suerte de Acta Patriótica gótica que le da más armas a las fuerzas del orden y permite el encarcelamiento expeditivo de los malos. La forma de acabar con el crimen organizado es, evidentemente, endurecer las leyes y darle carta blanca a los azules (como si, en Gotham o en Garín, la Policía no fuera la expresión más acabada del crimen organizado). Por el otro, en cuanto el terror aparece en escena deja claro que el american way of life está en la mira y que se encuentra dispuesto a profanar los más sagrados símbolos de la norteamericanidad: himno, bandera, fútbol americano, bolsa de comercio, etc. Sólo falta que Bane vuele el monte Rushmore, le pinte cuernitos a un retrato de Lincoln y escupa en el pie de manzanas.
Además, esta Gotham no tiene una gota de gótica. Se percibe claramente que para la conclusión de la trilogía las locaciones se mudaron de la ventosa Chicago a la Gran Manzana. Cuando el terror toma literalmente a la ciudad como rehén, las tomas aéreas nos muestran a una perfectamente reconocible Manhatan. El ataque terrorista es sobre Nueva York, está claro.
Por su lado Bane, un archienemigo un tanto vulgar para el grand finale que soñaba Nolan, no llega a ser víctima de la obviedad de llevar turbante pero su universo de referencia es indudablemente árabe, es decir, desértico, violento, primitivo. Aún así, es capaz de una cierta inteligencia perversa que le permite vencer coyunturalmente a nuestro héroe, tumbándole las torres gemelas de su espíritu y de su cuerpo. Pero el de por sí pobre personaje de Bane finalmente resulta despojado del poco interés que había podido acumular gracias a una de las sorpresivas vueltas de tuerca del guión. Una de las tantas que no funciona demasiado bien.
Las actuaciones, sin embargo, son muy dignas. Ya sabemos que se puede confiar ciegamente en Bale, en Oldman, en Freeman y en Caine, pero aquí sorprenden gratamente Joseph Gordon-Levitt y, sobre todo, la bella Anne Hathaway. Es posible que el de la felina ladrona con principios Selina Kyle (a la que aquí nunca se llama Gatúbela) sea el personaje que exprese una posición un poquito más interesante en ese duelo de millonarios y terroristas. Ella es la que le susurra premonitoriamente a Wayne: “Una tormenta está llegando. Mejor que tú y tus amigos aseguren las escotillas, porque cuando golpee todos ustedes se van a preguntar cómo alguna vez pensaron que podían vivir tan a lo grande y dejar tan poco para el resto de nosotros”. Aunque luego, ante el caos desatado por Bane, parece recapacitar y darse cuenta de que al fin y al cabo antes las cosas no estaban tan mal.
Más allá de las críticas políticas, de a ratos la película funciona. Hay algunas escenas de acción realmente increíbles y la tensión se sostiene dosificadamente a lo largo de las casi tres horas del film, incluso a pesar de las lamentables tendencias de Nolan a sobreexplicar todo (aunque no tanto como en su fallida Inception) y a subrayar por demás con la intensa banda sonora de Zimmer. A veces parece que sólo le faltó contratar a algunos millones de tipos para sentarse en la butaca de al lado de cada espectador del mundo para codearlo en los momentos indicados y susurrarle: “Atentti, que ahora viene la acción”.
Y el final, ay, el final. Después de hacernos sufrir casi tres horas con la caída y el doloroso renacimiento del murciélago, Nolan básicamente se carga la historia de Batman y todo lo que constituye la base psicológica del personaje con un final feliz más digno de Walt Disney que de Frank Miller. ¡Santas Frutillitas, Batman!