Por Gonzalo Penas. El legendario músico norteamericano llegó por cuarta vez a la Argentina y dio una lección sobre las raíces del rock
El jueves 26 de abril de 2012 quedará en la memoria de los amantes de la música: cuarta vez de Dylan en Argentina. Esta vez, en un lugar mucho más acorde para su música. El teatro Gran Rex tiene una acústica impecable y parece ser el lugar indicado para esta clase de shows. Bob había venido por primera vez en agosto de 1991 con tres shows en Obras Sanitarias, volvió en 1998 teloneando a los Rolling Stones en su gira “Bridges to Babylon Tour” en River Plate, en sólo una de sus cinco fechas (el 4 de abril), y tardó 10 años en pisar suelo argentino una vez más, dando un frío pero histórico show en Vélez en marzo de 2008. Quienes estuvimos en alguno de esos shows sabemos de lo mítico de esas fechas. Pero esta vez fue algo especial.
Con un Gran Rex colmado, a las 21:30 puntualmente se apagaron las luces y salieron a escena los músicos de la banda de Dylan: Charlie Sexton en guitarra eléctrica, Donnie Herron en guitarra y violín, Stu Kimbal que tocó en algunas canciones guitarra acústica y en otras la mandolina, Tony Garnier en bajo y George Recile en batería. Último salió Dylan y el show empezó con “Leopard-Skin Pill-Box Hatdos” e “It Ain’t Me, Babe”, dos viejos temas -inesperados para el comienzo- de dos de sus discos más importantes de los sesenta: Blonde on Blonde (1966) y Another side of Bob Dylan (1964), respectivamente. Impecable inicio para lo que sería una noche de rock, un poco blusera, como solo Dylan sabe hacer, aun a sus 70 años. El público durante las canciones movía la cabeza como si estuviera en un bar de Chicago escuchando blues en vivo y aplaudía a más no poder al finalizar cada tema.
La voz de Dylan es especial. Están quienes la odian y quienes la aman. Después del segundo tema, que sonó más blusero y menos folk que la original, llegaron más sorpresas que no terminarían hasta el final del recital, con un variado set que recorrió casi toda su extensa carrera.
Clásicos como “Things Have Changed” o “Tangled Up in Blue”, con Dylan alternando entre su teclado Korg, la armónica o sólo con el micrófono cantando frente al escenario, emocionó a todos los presentes y erizó la piel de varios. Del -sublime- último disco de estudio (Together Through Life, 2009) tocó “Beyond Here Lies Nothin” a la cual le siguió la maravillosa (y también inesperada) “Tryin’ To Get to Heaven”, de Time Out of Mind (1997), que con la voz de Dylan y como suena la banda, se escuchó más emotiva de lo que cualquiera pueda imaginar.
En canciones como “Spirit On the Water” (Modern Times, 2006), “A Hard Rain’s A-Gonna Fall” (The Freewheelin’ Bob Dylan, 1963, segundo disco de Bob) y “Highway 61 Revisited” (del disco homónimo de 1965) la banda demostró estar a la altura de la circunstancias. Cada guitarra se escuchó perfectamente en cada acorde o riff que interpretaba, la batería se sentía retumbar en medio del pecho y Bob se paseó por canciones de diversos discos que lo llevaron a ser el mito viviente que es hoy.
Para el final dejó una catarata de clásicos tan inmensos en la historia de la música, como sorprendentes para el show. Después de tocar “Thunder On The Mountain”, el final del set list fue con “Ballad Of A Thin Man”, “Like A Rolling Stone” y “All Allong The Watchtower”, más rockera que la version original, casi tirando a la versión de Jimy Hendrix pero con más blues. En esos minutos todo el público sintió la historia del rock atravesar el cuerpo, los oídos y los recuerdos. Son esos momentos épicos, que quedan guardados en la retina de todos. El único bis fue “Blowin’ In The Wind”.
Cuando las luces volvieron a prenderse fue para ver, como si fuese una estampa, a todos los músicos parados detrás de Dylan en pose canchera, segura y entendiendo que siendo parte clave de la historia de la música contemporánea, los aplausos ensordecedores que bajaban de las filas del Gran Rex, bien merecido los tenían. Afuera esperaba la fría noche de otoño, pero seguía retumbando en las cabezas de los presentes el agradecimiento a Bob por una noche inolvidable.