Por Federico Larsen. Segunda parte de un intento de crónica sobre la actualidad callejera italiana en tiempos de crisis. Los medios, los sindicatos y los movimientos sociales.
– ¿Y cómo anda todo en Argentina? ¿Tienen la crisis, ustedes también? Seguro están mejor que nosotros.
Invitaría a cualquier lector de Marcha a contestar esta pregunta en una brevísima charla de ascensor sin intentar una complicada comparación socio-política entre los dos países. Se trata, al fin y al cabo, de la principal pregunta que el transeúnte silvestre dirige cotidianamente a quienes se presentan como forasteros. Es que ‘el tema crisis’ está en boca de todos, es el leit motiv de las calles, aún cuando el que habla lo hace desde un auto 0km mientras se dirige al trabajo. Existe una dimensión de la crisis, para los locales, que es fundamental para comprender qué sucede en Italia: la dimensión mediática. Ésta se materializa en una serie de palabras clave, preferentemente en inglés, que aparecen en las conversaciones, los carteles y hasta en los chistes. Se trata de términos como spread o spending review, que indican una serie de variables y perspectivas económico financieras que inciden directamente en las grandes cuentas del Estado, y un poco menos -por ahora- en la vida cotidiana de los italianos. El spread -o’ spred, en su simpática dicción napolitana-, no es otra cosa que la diferencia de cotización entre los bonos de deuda de un país y sus pares alemanes, tomados como referencia de una economía sólida. Es decir, cuanto más alto es o’ spred, más temores se generan, cuanto más bajo, más cerca se estará de la norma germánica. Sin embargo, es notable cómo estas mediciones omiten la variabilidad de la economía del país de Ángela Merkel -que ya demostró signos de debilidad- e intenta cuantificar el riesgo económico de un país a partir de una comparación ciertamente artificial. Spending review no es más que un término ‘técnico’ -palabra de última moda en la política italiana- y más fino para definir el ajuste sobre el gasto público. Porque esas, al fin y al cabo, son las prioridades: ser un poco más alemanes -aunque en secreto haya un enorme resentimiento-, y mejorar los balances del Estado, tal cual fuera una empresa.
Sindicatos en (la) crisis
Ser alemán significa hacer bien las cosas. Y para hacerlas bien, en una economía de mercado en crisis, hay que hacer ciertos sacrificios. Esto lo entendieron hasta los principales sindicatos italianos, que en los últimos meses, con tal de mantener controlado o’ spred, concedieron una serie de negociaciones al gobierno y empresarios que jamás se hubiesen imaginado antes. La más relevante fue la modificación del artículo 18 del estatuto de los trabajadores, que impedía el despido “sin justa causa” y aseguraba al cesanteado la posibilidad de recurrir a la justicia en caso de perder su trabajo a discreción del empleador. En marzo de 2002, la principal confederación sindical italiana, la CGIL, llevó unas 3 millones de personas al histórico acto en contra de la eliminación del artículo 18, cuando Berlusconi apenas propuso su modificación. Diez años después, el proyecto de ley que redujo los derechos laborales fue aprobado casi sin oposición, en una muestra del empobrecimiento de poder real en las manos de los gremios. “No saben qué hacer. Sólo intentan tapar baches en casos puntuales. Asisten a sus afiliados cuando pueden pero no representan una real fuerza política”, me explica uno de los encargados de prensa de la confederación. Ni siquiera en el conflicto de Ilva -la siderúrgica más grande de Europa, obligada a cerrar por perjuicios ambientales- los sindicatos lograron ponerse a la cabeza de las reivindicaciones obreras. Todo sea por o’ spread.
Los movimientos sociales italianos también cayeron en una etapa de reflujo. Once años atrás, las calles de Génova vivían la ebullición del ápice de conflictividad del movimiento antiglobalización, cuando los presidentes del G8 debieron encontrarse en el medio del masivo repudio a las políticas neoliberales aplicadas en todo el mundo. De eso, parece no haber quedado nada. “Los compañeros se fueron quedando, muchos prefirieron asegurarse un laburo y quedarse con la familia. Ese es el clima que se respira acá”, me explica, un poco avejentado, uno de los protagonistas de aquellos movimientos que mantuvieron en jaque a la derecha italiana por varios meses, hace diez años. Si los sindicatos y los movimientos sociales no supieron aprovechar los momento de avanzada que vivieron hace tiempo y se estancaron, hoy, en medio a la famosa crisis, ¿quién lucha?
La tarantela del Titanic
Entre mayo y junio pasados, una serie de terremotos en la región de Emilia Romagna dejó a unas 15.000 personas sin casa, la mayoría de las cuales aún viven en carpa. El escándalo generado alrededor de los fondos destinados a los auxilios y a la reconstrucción activó grupos de solidaridad y protesta, que inevitablemente debieron enfrentar las prioridades planteadas por el gobierno en torno a los gastos en tiempos de crisis. Mientras se financiaba la compra de 90 cazabombarderos a una empresa estadounidense, los operativos de seguridad para las visitas del Papa y los desfiles militares para los días patrios, las víctimas de aquellos desastres denunciaban los recortes a la sanidad, educación y a la ayuda a los evacuados.
En Val di Susa, en el límite entre Italia y Francia, otras carpas se levantaron contra la construcción de un tren de alta velocidad entre Lión y Turín, cuyo recorrido perforará los Alpes causando un gran impacto socio ambiental en las comunidades de la zona. Los ‘No-TAV’ como se los conoce hoy, se transformaron en el principal movimiento de protesta de los últimos meses, atrincherados en los valles del norte para impedir el trabajo de las excavadoras.
La lógica de las ganancias, que está detrás de todos estos conflictos, es combatida de manera aislada y muchas veces desconectada. Lejos del ejemplo de los indignados españoles, que aún sin organización lograron canalizar la bronca social contra el ajuste económico, los italianos se retiraron en sus casas y parques, a la espera de una mejoría y sin salir demasiado a las calles, por lo menos hasta que la tranquilidad dictada por la posibilidad del consumo banque los embates de unas cuentas que parecen cada vez más insanables. Los números no son favorables, pero resisten. Los salarios no suben, pero tampoco bajan; la inflación se mantiene relativamente estable, el trabajo, precario y flexible, aún está. Y si con todo esto se pueden seguir comprando autos y lavarropas nuevos en millones de cómodas cuotas, quizás se pueda aún salvar algo.
Pero bailar al compás de la orquesta del Titanic puede ser muy peligroso. Y si además, mientras tanto, se vuelven a barajar las cartas para ver quiénes se quedarán en la cabina de comando, el resultado podrá ser aún más doloroso. Algo que los argentinos conocemos muy bien.