Por José Llambías.
A pesar de los inagotables intentos por invisibilizar a grandes sectores de la población a partir de los mapas oficiales, te presentamos una variante participativa donde vecinos y vecinas de diferentes territorios aúnan esfuerzos en una experiencia interesante sobre una cartografía alternativa.
1.
Al borde del ferrocarril Mitre, abrazando ciertos tramos de la autopista Illia, detrás de los rellenos clandestinos de basura de Ceamse, hay manchas grises de diferentes formas. O lo que es peor, no hay nada.
La cartografía oficial (principalmente la estatal) nace desde pequeños grupos de poder hacia los demás. Su territorialidad producida niega la existencia de otros actores sociales que conviven en ella al no darles un lugar en los mapas. Los mapas nos enseñan a olvidar la marginalidad de los migrantes y desocupados. La geografía tradicional, diseñada con el propósito de dominio y control, desconoce la identidad de miles de personas que viven y se relacionan en nuestro país.
Lo paradójico del asunto es que no hablamos de islotes aislados, sino de territorios conectados con la ciudad, territorios que se construyen constantemente y en comunidad. Resulta necesario, entonces, diferenciarnos de esa mirada para pensar una nueva forma de construcción de la identidad.
2.
Históricamente, los mapas representan de forma gráfica la distinción entre el aquí y el allá, con el principal propósito de delimitar la propiedad. A través de su información, orientan sobre cómo llegar a un determinado lugar. O visto de otra forma, conducen a la toma de decisiones.
En la telefonía móvil, la cartografía se encuentra dominada por Google Maps, extendiéndose ni más ni menos que a 198 países. El año pasado, sin embargo, una conocida multinacional interesada en el mercado se incorporó a más de 100 millones de celulares gracias a Windows Phone. Se trata del sistema Here, de la finlandesa Nokia. Contrario a lo que sucede en los teléfonos, en la cartografía para automóviles, Here tiene el dominio con más del 80 por ciento del mercado global de los sistemas de navegación, un campo en el cual Google y Apple prácticamente no participan. Ninguno de los dos sistemas cartográficos, por otra parte, tiene en cuenta el estado de la cuestión.
En ese sentido, nunca dejan de entristecer los casos donde bomberos y ambulancias deciden no entrar en determinados barrios. Las causas ya fueron harto explicadas, incluso por las autoridades. ¿Pero quién puede ingresar a un territorio oficialmente vacío, donde falta un registro de las calles o de las manzanas que existen?
3.
La cartografía alternativa es una poderosa herramienta para las luchas de distintos actores sociales y su pluralidad de voces, frente al poder de invisibilización por parte de los Estados.
Se pueden realizar mapas del pasado, del presente y del futuro, así como “mapas temáticos” que nos permitan un mayor conocimiento del lugar, como por ejemplo mapas administrativos, mapas económicos, mapa de conflictos, mapas ecológicos y de relaciones.
Su antecedente histórico más lejano ocurre en Colombia, a mediados de los ’80, donde existía la necesidad de una construcción territorial de la diversidad étnica, frente a profundas desigualdades sociales y los conflictos armados que abarcaron gran parte del territorio.
A pesar de la escasez de material publicado y lo novedoso de la técnica (el mapeo colectivo), las opiniones son coincidentes: la cartografía alternativa, producida colectivamente, genera un conocimiento completo del barrio para la sociedad y fundamentalmente para las personas que viven en él.
4.
En el país, una voz autorizada en cartografías alternativas son los Iconoclasistas. La organización surge en el 2005 como un espacio “abierto y de libre circulación”, dedicados principalmente a desarrollar herramientas para el análisis social que resignifiquen el territorio y la identidad. El método: los talleres de mapeo colectivo.
Julia Risler, integrante de Iconoclasistas, parte de “quien mejor conoce el territorio es quien lo habita”, para explicar sus trabajos. Marcha se entrevistó con ella.
“Los talleres buscan sistematizar y elaborar mapas para comunicarlos. Pueden durar un día o una semana, siempre en articulación con las organizaciones con quienes trabajamos. El resultado final no son los mapas, ellos sólo son un granito de arena en el trabajo diario del barrio. Así, se busca que la propia gente del barrio lo haga, con el propósito de que la producción de conocimiento territorial deje de estar en manos de los técnicos, para ser pensada con el aporte de cada versión del territorio que pueda tener cada persona”.
El conocimiento, de esta forma, se legitima por la conveniencia colectiva, en lugar de depender de autoridades científicas que lo aprueben.
¿Con quienes articulan?
Trabajamos junto con bachilleres populares, universidades y docentes, artistas, arquitectos, organizaciones barriales. Siempre articulamos con la gente del barrio. No somos paracaidistas, entramos a los barrios con articulaciones.
¿Cuáles son las principales problemáticas a la hora de trabajar?
Los temas son el transporte, los derechos básicos como la salud, la educación, temas que en mayor o menor medida están insatisfechas e incluso más radicalizados en diferentes barrios.
¿En qué consiste un día normal de trabajo?
Como primera medida se plantean objetivos en base a la propuesta. Luego se diseña la iconografía para trabajar dinámicamente, lúdicamente, y así, con un marco de trabajo, el objetivo poco a poco va tomando forma, transformándose en un panorama que se deja ver. De cualquier forma, en los talleres hay muchísima discusión, sobre todo en la última parte donde afloran las distintas miradas. Lo bueno es buscar los puntos en común.
Las herramientas y objetivos, aclara Julia, varían dependiendo los talleres. Aunque el elemento común en todos es la cultura del compartir.