Por Laureano Debat, desde España. Pese a la prohibición del gobierno español, más de 2.3 millones de catalanes participaron de la consulta soberanista que tuvo como resultado un fuerte espaldarazo a la opción independentista. Panorama sobre los posibles caminos que se abren.
Catalunya pasó de pedir permiso a empezar a gobernarse por sí sola. Que Mariano Rajoy sea el presidente de todos los españoles, en Catalunya no es ni siquiera un hecho fáctico. La consulta se celebró igual, pese a las reiteradas prohibiciones desde Madrid. El 80 por ciento de los votantes respondió que Sí a las dos preguntas en cuestión: ¿Quiere que Catalunya sea un Estado? Y en caso afirmativo, ¿quiere que este Estado sea independiente?
En la Escola Massana, situada en un rincón de lo que era el hospital medieval de Barcelona, un anciano subía a duras penas a su mujer en silla de ruedas. Una voluntaria que se encargaba de gestionar las colas preguntó, en voz alta, cuántos años tenía la señora. El marido respondió que 90. Y la voluntaria pidió un aplauso a todos los que hacían cola en el patio, bajo la lluvia y sin paraguas.
Es cierto que no llovía tanto, pero igual, el catalán medio de Barcelona toma el metro para hacer diez cuadras, aunque no llueva. La expectativa y las ganas eran reales. Y el flujo de votantes fue el reflejo de la cantidad de personas que se vienen manifestando en las calles desde hace, al menos, cinco años.
No se lo llamó referéndum sino “proceso de participación ciudadana”, lo que implicaba la imposibilidad legal de hacer padrón electoral y de que las estructuras jurídicas e institucionales de Catalunya tampoco pudieran implicarse. Pero en los hechos, fue el propio presidente catalán, Artur Mas, quien se hizo cargo de cualquier responsabilidad legal.
A simple vista, los tecnicismos parecen importantes. Pero más por una cuestión de posicionamiento que por un hecho real. O sea, fue un referéndum, pese a todas las prohibiciones. Pero un referéndum que el gobierno nacional no acató y utilizó esta negativa para decir que no reconocerá los datos por no garantizarse una transparencia en el conteo de votos. Un referéndum en el que gobierno de la Generalitat se jugó a ser acusado de desobediencia civil, pero con la tranquilidad del resultado previsible: un apoyo abrumador a la independencia. Y sabiendo que no perdían nada, porque Mariano Rajoy no tiene planes de convertir a Artur Mas en un mártir con amenazas de prisión y de juicio político.
Sobre todo, porque el presidente catalán, con su discurso de la medianoche del domingo, trató de capitalizar para su figura todo el apoyo popular a la consulta. Se plantó de manera sorpresiva ante las cámaras como el representante de semejante masividad, intentando subir escalones en unas encuestas que, una semana antes, lo tenían muy por debajo en intención de voto.
Victoria y después
El triunfo del Sí-Sí fue aplastante. Un 80 por ciento contra un 10 a favor del Sí-No (que expresaba el deseo de que Catalunya se convirtiera en un estado con mayor autonomía pero sin desprenderse de España) y contra un 4 por ciento del No. Y estos resultados parecen apurar uno de los escenarios con los que se especula desde hace meses: elecciones anticipadas para la presidencia de la Generalitat, que se convertirían en plebiscitarias para que los partidos políticos presenten sus intenciones de declarar o no la independencia catalana.
Artur Mas acaba de enviar una carta a Mariano Rajoy solicitándole que autorice la celebración de un referéndum oficial y legal. Y aseguró que, en caso de no obtener una respuesta favorable, el llamado a elecciones anticipadas será un hecho.
Pero la clave está en si los dos partidos mayoritarios, Convergència Democrática y Esquerra Republicana, se presentarán en una lista unificada. Tradicionalmente rivales, este año hicieron un acuerdo táctico para sacar adelante el referéndum y el proceso soberanista, pero poco a poco volvieron a distanciarse y ahora están contando sus fichas y ver donde las colocan.
Convergència intentará que esa lista la encabece el actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, fortalecido después del 9N, tratando explotar su imagen como la expresión política del proceso, el futuro líder de la nueva república catalana. Pero Esquerra Republicana y su líder Oriol Junqueras tienen las encuestas todavía muy a su favor, por lo que todavía siguen especulando sobre si les conviene o no ceder la cabeza de la lista.
En caso de presentar una lista unificada, todo hace prever que ese frente ganará la elecciones por bastante diferencia, sobre todo si suman a otros dos partidos minoritarios, Iniciativa per Catalunya y la CUP (Candidatura d’Unitat Popular). Proponiendo en su campaña de gobierno la declaración unilateral de la independencia y ganando por bastante diferencia, darían entidad legal a la independencia de Catalunya.
Ante ese frente político, el Partido Popular de Catalunya y Ciutadans (el otro anti-independencia) poco podrán hacer. Sólo les queda esperar que tal unidad no se concrete y que cada partido se presente por separado, atomizando el voto catalanista. Nadie podría declarar la república independiente con sólo el 25 o 30 por ciento de los votos.
Pero parece que la presión popular jugará un papel crucial en la anatomía de las elecciones. El acto final del 9N se celebró en el Centro Cultural del Born, un antiguo mercado restaurado donde ahora se exhiben las ruinas de las casas que destruyeron las tropas francesas el 11 de septiembre de 1714. Y en los discursos de los representantes de la Asamblea Nacional Catalana y Ómnium Cultural (las dos instituciones que reclutaron a más de 40 mil voluntarios para el 9N) se reiteró el llamado a la unidad. Y se hizo en el escenario emblemático en el que los catalanes festejan su día, cada 11 de septiembre, tratando de acabar de una vez por todas con el exorcismo de una derrota.