Por Alicia Morón. En los cinco cuentos de Can Solar (Bahía Blanca, 17 Grises, 2012), el único personaje al que Carlos Godoy le da tanto un nombre como un apellido es Marcelo Tomás Arvelo, “un sujeto solitario y levemente paranoico, carnicero de profesión”.
Tal vez esa singularidad del carnicero sea casual (el actor karateca Jean Claude Van Damme también aparece con su nombre completo), pero, aún así, el personaje -al que Godoy dedica apenas algunos párrafos breves en “Final de anatomía”- parece señalar un núcleo de fuerza de este libro poderoso y notable. Porque un carnicero se dedica a mutilar cuerpos de animales muertos. Es una tarea fría con un fondo de violencia. Godoy parece interesado en ese tipo de trabajos y gestos, en la naturalidad con la que algunos llevan adelante situaciones que otros, mirándolas desde afuera, pueden considerar terribles. No se trata de situaciones truculentas a las que sería fácil calificar de brutales; Godoy se enfoca en cosas pequeñas, en olvidos, robos, burlas, huesos y luces que son como rastros o anuncios de unas violencias mayores. En uno solo de los cuentos, el segundo, “Erasto”, hay personajes que necesitan emitir juicios, y están allí -y solamente una vez- como contrapunto para remarcar mejor la fuerza sin cuestionamientos del resto de los personajes, de los protagonistas parcos y poco introspectivos de este gran libro. Unos personajes que avanzan como borrando o extirpando todas las preguntas, haciéndolo con precisión y prolijidad pero sin disimular el hueco que han dejado. Es quien lee (¿uno de los pequeños jueces de “Erasto”?) quien ve las manos cicatrizadas del carnicero acercando el hueso a la sierra eléctrica y se pregunta: ¿qué es lo terrible?, ¿las mano cicatrizadas?, ¿el hueso?, ¿la sierra eléctrica?, ¿la conjunción de esos elementos? El carnicero tal vez nos miraría serio, calmo, y nos diría: Acá no hay nada terrible. Lo terrible, la violencia, el mal, son fuerzas desgarrando las cosas, pero tal vez lo único que se puede hacer ante eso es también hacer fuerza. En esa puja a veces está la derrota, a veces un equilibrio inquieto, y a veces algo que no se parece en nada al triunfo: nosotros somos los carniceros, sostenemos huesos con nuestras manos cicatrizadas, y los empujamos hacia la sierra.
Godoy narra gestos intensos, tiene una prosa contundente, organiza sus cuentos de modo tal que los primeros cuatro forman una cresta de intensidad y el quinto funciona como una suerte de coda, y Can solar es un libro tremendo, en el mejor de los sentidos.