Por Juan Mascaró. Hay muertes que dan tristeza, sensación de desamparo, otras, pura rabia. Estas líneas se escriben a la pesada sombra de ese temblor de bronca.
El martes 23 de septiembre murió el Ravi, Alejandro Haddad, compañero periodista, documentalista, poeta, militante. Llegado a Santiago del Estero con los vientos del ¿fin? del juarismo, allí nos conocimos. Venía de haber participado en la mesa de escrache a los genocidas durante el 2001 y 2002 y de ser maestro en el sur.
En una entrevista le preguntaron: ¿quién es para vos Alejandro Haddad? “Es complicado -pensaba en voz alta- un día nací y pasó mi vida pero después hubo diferentes situaciones que hicieron que haya cambios, no sé si en mis objetivos, pero por lo menos en mi vida cotidiana. Estudié para ser maestro de primaria, mi idea era trabajar en el interior, porque yo veía cuando era más pibe que mucha gente se venía a Buenos Aires con tal de escapar a la pobreza y entonces yo dije, que eso no pase más, y antes de que vengan para acá, estaría bueno ir uno para el interior”.
En el barrio el Pacará, de Santiago capital, nos encontramos sentados al cordón de la vereda, colaborando con la denuncia pública de la masacre en el penal de varones de noviembre de 2007. Las madres del barrio cantaban “(…) nos dijeron que era fuga, la fuga nunca existió, nos mataron a los pibes, la puta que los parió…”. El Ravi las entrevistó y armó un video que se pasaba cada aniversario y en las marchas por justicia. Las charlas sobre los movimientos sociales, las experiencias de viajar a Chiapas y a los Sin Tierra de Brasil fueron trazando un camino común, cimentando esas amistades de mucho caminar y pocas palabras.
Siguió su camino con el video documental sobre la historia de Cecilio Kamenetzky, estudiante de Derecho, militante del PRT secuestrado por policías comandados por el represor Musa Azar Curi en 1975, torturado en dependencias de la DIP (Santiago del Estero) y alojado en el penal Nº 1 de varones. En un fraguado intento de fuga Kamenetzky fue fusilado a quemarropa por la espalda; a un metro de distancia, tal cual quedó acreditado en el juicio. Allí estuvo el Ravi poniendo el cuerpo, sin pretensiones de “carrera” cinematográfica, entendiendo al documental como una herramienta para decir algunas cosas que se venían callando largamente en Santiago. El Santiago del Estero del movimiento campesino, de la lucha por los derechos humanos, abrazó a Alejandro
como hijo propio.
En 2008 publicó un libro de poesía: “Ellas surcando los tiempos”, que decía en su primera página: “La palabra es cultura popular. La cultura popular es acción altruista. La acción altruista es revolucionaria”. Esas tres oraciones, aunque no se hubiera animado a decirlo, lo cuentan también a Alejandro. En cambio, como siempre, elegía ponerse por detrás de lo dicho: “El nombre del que lo dice es Alejandro Haddad. Ese soy yo. Pero no importa. Lo importante es que hay muchas Ellas que han inspirado mi decir para hablar”.
Ligado por lazos familiares a medio oriente, los últimos años los dedicó a contarle al que quisiera escuchar que el pueblo kurdo existía, que su lucha era ancestral, que una organización insurgente (el PKK Partido de los Trabajadores del Kurdistán), enfrentaba al imperialismo con sus guerrilleros y guerrilleras y que no bajaban (no bajan) los brazos frente a la represión. Viajó en varias oportunidades hasta sus territorios (en una de ellas junto a la Madre de Plaza de Mayo Nora Cortiñas para filmar el documental “Pañuelos para la historia”, 2013, su primer largometraje) y se enamoró de esa rebeldía. Ese amor, en forma de crónica periodística, esta plasmado en el portal “Ya Kurdistán” y en infinidad de notas para varios medios alternativos, entre ellos Resumen Latinoamericano y la Revista Sudestada, que compiló sus notas, junto con las del compañero Leandro Albani, en Crónicas insurgentes (Sudestada, 2014).
Alejandro era el compañero de las grandes luchas, de las grandes causas de la humanidad, pero también el amigo de los pequeños y cotidianos actos solidarios. Creo que los que vivimos el regalo de conocerlo nos quedaremos por igual con ambas cosas.
Peleándole a una enfermedad de mierda, poniendo todo lo que tenía, en la línea de los mejores hombres y mujeres de nuestra historia de luchas, el Ravi siguió produciendo hasta el último día, con materiales sobre la lucha del pueblo kurdo que todavía tenemos pendientes de ver, para recordarlo en un abrazo. Es un abrazo al vacío. El cuerpo de Ravi ya no estará. Nos tocará entonces abrazar su enorme corazón de militante revolucionario.
¡Hasta la victoria siempre compañero!