Por César Padilla. A diez años de la intentona golpista en Venezuela, se hace urgente recordar aquellos acontecimientos. Hoy uno de sus protagonistas aspira a ganar la presidencia en las elecciones de octubre.
“La batalla final será en Miraflores”. Así titulaba la mañana del 11 de abril de 2002 la edición extra matutina del diario El Nacional en Venezuela. Una marcha convocada por los sectores medios, el empresariado y ex trabajadores de la nómina mayor de Petróleos de Venezuela (PDVSA) partió del este de la ciudad de Caracas. Hacía varios días que había un ambiente de inestabilidad en la población, producto del paro general organizado por estos sectores.
Por otro lado, en la sede del Gobierno y en las calles aledañas los movimientos sociales y populares se encontraban en convocatoria permanente realizando demostraciones de apoyo a la gestión del presidente Hugo Chávez y en contra del paro general, motorizado por intereses extranjeros.
La marcha opositora transcurrió con normalidad hasta llegar a su punto de concentración final. Cerca de las 10 de la mañana deciden continuar hacia Miraflores (casa de gobierno), arrastrando a una gran cantidad de personas opuestas al gobierno bolivariano hacia la sede del ejecutivo donde se encontraba la concentración popular a favor del mismo.
Algo decretaba el titular de prensa de aquella mañana. Lo que había comenzado con una demostración más de los sectores medios en su empeño por frenar los avances que se venían llevando a cabo desde el gobierno, resultaría en el inicio de tres jornadas antidemocráticas en la historia reciente del pueblo venezolano. Uno de los capítulos más duros que ha vivido la Revolución Bolivariana.
Una vez que la movilización tomó rumbo hacia Miraflores, el panorama empezó a cambiar. Los canales del Estado anunciaban el peligro de la irresponsable acción. Los medios privados de comunicación colocaron un banner en sus pantallas que develaba la actitud comprometida con la conspiración, “NI UN PASO ATRÁS” fue la consigna elegida.
La Policía Metropolitana (PM), conocida por su negro pasado de represión a los sectores populares, no solo permitió que la manifestación empresarial lograra sortear algunos cordones policiales, sino que tras una orden de “déjenlos pasar” el alcalde de Caracas, el opositor Alfredo Peña, los acompañó hasta las inmediaciones de Miraflores. La Guardia Nacional (GN) y la Policía Metropolitana debían mantener un cordón para evitar que las dos movilizaciones llegaran a encontrarse, pero la GN se retiró en casi todos los puntos y la PM rompió el cerco, avanzando hacia las cercanías del Puente Llaguno, que desemboca en la Casa de Gobierno, donde se encontraban los simpatizantes del proyecto bolivariano.
A las 3:30 de la tarde se produjeron los primeros caídos por disparos de bala, con exacta precisión de mira telescópica. Más tarde se conoció un video donde un grupo de militares dirigidos por el Vicealmirante Héctor Ramírez Pérez anunciaban una hora antes de los hechos que la marcha opositora había sido reprimida y se habían producido 6 muertos y decenas de heridos.
Pasadas las 4 de la tarde el panorama era cada vez más cruel y angustiante. Los medios de comunicación solo hablaban de una masacre, anuncios apocalípticos para unos, una cruel alegría para otros: “el Presidente renuncio”, “el Presidente está detenido”, “francotiradores chavistas disparan contra la gente desarmada e inocente”.
A las 10 de la noche se confirmó lo que El Nacional había previsto: un golpe de estado orquestado por el alto mando militar y los sectores empresariales se había consumado. Chávez, ante la amenaza de bombardeo a la Casa de Gobierno donde se encontraba junto con su gabinete y gran cantidad de simpatizantes, decidió entregarse sin conocer el destino que le tocaría vivir.
Durante esa misma madrugada en las populosas barriadas de Caracas se produjeron enfrentamientos entre la PM, aliada del golpe, y el movimiento popular. Así amaneció el 12 de abril. En un conocido programa matutino del canal privado Venevision, el conductor Napoleón Bravo abrió el programa con la afirmación: “Buenos días Venezuela, tenemos nuevo Presidente. Gracias Venevision, gracias Televen, gracias Globovision, Gracias RCTV”. Pasando en limpio, con algarabía y emoción, la absoluta conspiración en la que estaban comprometidos los medios privados de comunicación.
En las calles, órdenes de cateo y espectáculo mientras la Policía Técnica Judicial allanaba y perseguía a los dirigentes y referentes del proyecto bolivariano. En la Casa de Gobierno, Pedro Carmona Estanga, el presidente de Fedecámaras (Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción) usurpaba la presidencia y, junto a un puñado de dirigentes de los partidos tradicionales, militares golpistas y otras figuras de la más rancia política venezolana, firmaba un siniestro decreto de facto eliminando los poderes públicos y el rastro bolivariano de la Constitución y de la República.
Pedro Carmona pasaría a la historia como “Pedro El Breve”. El 12 de abril de 2002 quedaría como un día muy corto, con celebraciones y bambalinas en Palacio y enfrentamientos, represión y gases en la Plaza Bolívar. 19 muertos y centenares de heridos, la Embajadade Cuba asediada por el hoy candidato presidencial de la oposición Henrique Capriles Radonsky y sus amigos de la mafia cubano-americana.
Mientras tanto el pueblo bolivariano exigía en las calles y a los gritos la devolución de su presidente. ¿Dónde estaba Chávez? ¿A dónde se lo habían llevado? La gente se autoconvocó. Lo que había empezado como una pregunta se convirtió en una masa enardecida rumbo a Miraflores para exigir la vuelta de su presidente.
A Chávez lo llevaron al Fuerte Tiuna y luego al Cuartel San Carlos para, por último, trasladarlo a la base naval de la isla de La Orchila. Secuestrado, lo instaron a que firme una carta de renuncia que él, inquebrantáblemente, se negó a suscribir. Los medios privados de comunicación anunciaron que el presidente derrocado ya había firmado la renuncia pero fueron desmentidos por el hasta entonces Fiscal General de la República, Isaías Rodríguez.
Todo el tren ministerial de Chávez se mantuvo fiel al gobierno bolivariano y, junto con otros hombres y mujeres cercanas al Gobierno, trabajó en un reagrupamiento de ideas y fuerzas. El grueso de las filas militares no se plegaron al golpe. Los integrantes de la Brigada 42 de Paracaidistas y una flota de pilotos de los F16 se reagruparon en la base militar de Maracay, fieles a su comandante Chávez y esperando órdenes.
El Presidente no aparecía y el pueblo estaba enfurecido, una vez más habían bajado de los cerros pero esta vez no para buscarse el pan y saciar el hambre sino para retomar el rumbo hacia la construcción del poder popular, para exigir respeto a la Constitución.
Marcharon de todas partes, movilizaron sus motos, sus camionetas de pasajeros, desempolvaron sus cacerolas y llegaron a Miraflores, donde lloraban y gritaban: ¡que vuelva, que vuelva!
Un mensaje llegó desde la Base Naval en la Orchila: el Presidente confirmaba estar secuestrado, en total incomunicación, y revelaba ante su pueblo no haber renunciado. La carta recorrió todas la calles como un aguacero. La Guardia de Honor de la Casa presidencial, jóvenes soldados de boina roja y sangre de pueblo, decidió tomar el palacio. Arrestaron a los golpistas.
En tan solo un día y unas horas se anunciaba el regreso de Hugo Chávez, quien descendió a las 2:10 de la madrugada del día 14 de abril proveniente de la Orchila para retomar su lugar en la jefatura de gobierno. En un gesto democrático se dirigió a la nación para llamar a la calma y a la conciliación entre los bandos.
El pueblo venezolano celebraba haber dado vuelta un golpe de estado y tener de vuelta a su Presidente y a su Constitución. La oposición de replegó a sus centros de mando para preparar la nueva estocada: un paro petrolero que en diciembre de ese mismo año le costó millones en perdidas económicas al país. Y siguió pensando cómo derrocar al gobierno bolivariano.
Esa misma oposición que orquestó el golpe de estado y organizó el paro petrolero patronal, hoy se disfraza de la opción más “democrática” y pretende llegar al poder por la vía electoral el 7 de octubre del 2012 para acabar con las ilusiones de un pueblo que decidió ser libre y hacer poder, planificando y ordenando su propio destino, el socialismo del siglo XXI.