Por Gabriel Casas. La Bombonera no tiembla, late. Así dice un cartel ubicado en el sector de los palcos del estadio de Boca. Parafraseando esa sentencia, se puede decir que cada vez que el último gran ídolo, Juan Román Riquelme late (o sea, habla), el que tiembla es el presidente Daniel Angelici.
Ahora, Román terminó con su silenzio stampa a lo Coco Basile para declarar que recuperó las fuerzas y que está a disposición de su Boca. Tamaño problema para Angelici que había logrado –con la inestimable ayuda de la cara de ogro del entrenador Julio César Falcioni- sacarse de encima al referente díscolo que le maneja el vestuario y los humores de los hinchas.
Angelici tiene un problema y no es precisamente Riquelme. Su ambición de imitar el camino de su jefe político Mauricio Macri y usar al club como plataforma para ser intendente de la Ciudad de Buenos Aires, choca con los escasos resultados futboleros. Se sabe, dentro de la lógica macrista, que lo único que no reverdece los laureles y los porotos para acumular, son los éxitos deportivos. Sin títulos no hay paraíso. Entonces, si bien Falcioni ya les dio un campeonato local y una Copa Argentina, fracasó en lo que más les servía: ganar la Copa Libertadores. Llega la hora de renovar para que sus apariciones políticas no entren en un impasse.
El gran gerente de Macri, Carlos Bianchi, fue el mejor jefe de campaña que pudo tener el hijo de Franco. Y Angelici ya está ideando el plan para seducir al Virrey a que vuelva a calzarse el buzo para después de fin de año. Las otras opciones son los mellizos Guillermo y Gustavo Barros Schelotto y Rodolfo Arruabarrena. Todos con espaldas anchas por tener un pasado exitoso en la institución.
Sin embargo, ahora Riquelme le pateó el tablero al Tano como tanto le encanta. Hay una guerra entre ellos –no dialética ante los micrófonos, obvio- que tiene vieja data. Aprovechó la ocasión de desmentir sus dichos en una comida con su círculo íntimo de amigos jugadores y ex jugadores de Boca (donde habría criticado duro a Leandro Somoza y chicaneado a Lucas Viatri), para salir en vivo en un programa de televisión, Estudio Fútbol en TyC Sports, donde tiene a su máximo defensor: el periodista Horacio Pagani. No es casualidad la elección. La inteligencia y los códigos tan particulares de Román hacen que sólo salga en vivo en lugares donde sabe que no lo van a atacar. Usa a sus amigos periodistas (además de Pagani, Sergio Gendler, Sebastián Vignolo, entre otros) para hablarle al pueblo xeneize. Jamás les dará ese placer a sus enemigos en el mismo rubro.
Dentro de este panorama, Riquelme le pasó la bola a Angelici y lo metió en una encrucijada. El presidente sabe que con Román en una cancha, hay mayores posibilidades de éxito. Aunque si esto se produce, ya deberá tachar a los mellizos Barros Schelotto de esa carrera con obstáculos que es llegar al timón del banco azul y amarillo. El diez ya se encargó de aclarar su posición al minimizar los últimos triunfos de Lanús. También le recomendó a Bianchi que se quede en la casa porque ante la posibilidad de no tener un regreso exitoso, la gente de este país podría cuestionarlo y hasta olvidarse de su pasado.
¿Qué hará Angelici? Como buen funcionario macrista, a los que le interesa por todas las cosas el maquillaje de sus acciones, saldrá a darle la bienvenida a estas palabras de Román. Confrontar con el ídolo no le saldría gratis. Aunque todavía le debe durar la calentura de cuando el astro hizo circular el rumor de su ida el mismo día que Boca jugaba la final de la copa ante el Cruzeiro. Y esa mirada fulminante que Angelici le dedicó cuando el propio Riquelme acaparaba los micrófonos a la salida del vestuario visitante, todavía la debe tener guardada para cuando vuelvan a estar cara a cara. Imagino que la debe estar perfeccionando a lo Ben Stiller en su película Zoolander. Es que Riquelme lo acusó, sin llamarlo por su nombre, de haber demorado su salida y ser el culpable de que no haya podido encontrar otro club para jugar en estos seis meses.
Como siempre, los culpables en la tormentosa vida futbolística de Riquelme son los demás. A veces, suele tener razón, pero nunca se atreve a hacer una autocrítica a su accionar. No reconoce cuando se equivoca o miente, como si por eso se le cayeran los anillos. Se ampara en sus códigos y en su ego. Ese que pareciera hacer creerle con sus actitudes que es más grande que el propio Boca. Aunque la vaya de humilde en sus declaraciones.