Por Matías L. Marra. El pasado jueves se estrenó en Buenos Aires 7 días en La Habana, una película compuesta por siete cortos que ocurren y fueron filmados en la capital cubana.
Ir a un cine comercial siempre es una experiencia en sí misma. Desde la fila que avanza lentamente al momento de comprar entradas, hasta el momento de entrar a la sala y tener que esperar ¡quince minutos! para que empiece la película luego de publicidades y avances.
En principio parece raro que a las grandes cadenas les haya interesado el estreno de una película más “de autor”, que estuvo compitiendo en una sección paralela en el Festival de Cannes de este año. 7 días en La Habana es conjunto de siete cortos dirigidos por siete directores diferentes, en los que cada uno remite a un día dela semana. Los realizadores son Benicio del Toro (Estados Unidos), Pablo Trapero (Argentina), Javier Médem (España), Elia Suleiman (Palestina), Gaspar Noé (Argentina-Francia), Juan Carlos Tabío (Cuba) y Laurent Cantet (Francia). Sin embargo desde el primer minuto entendemos que dado el contenido del film, esa inquietud inicial se disipa rápidamente.
Gran parte de los cortos comparten una estructura similar: un personaje extranjero se vincula de alguna forma con un habanero. Luego entra en juego la instancia de la promesa, que consiste básicamente en irse de Cuba; y de la moral de los personajes: un tercero que le pide que se quede.
La otra parte de los cortos tienen que ver con lo religioso y lo ritual, pensando a Cuba como esa tierra exótica con creencias incluso ancestrales.
Los personajes de la película tienen como motor de sus acciones al egoísmo. Todo lo que hacen es para el beneficio personal y una satisfacción inmediata del deseo. Por si al espectador aún le queda una duda sobre los objetivos de los personajes, los realizadores se encargaron de usar canciones que refuercen la idea (y la idea que buscaban de Cuba).
Al final de la proyección tenemos entonces todo el supuesto panorama cubano actual que plantean estos siete relatos: los cubanos son alegres y felices, pero quieren irse. Les gusta mucho bailar, tomar ron, escuchar y hacer música. También son exóticos, hacen rituales en la playa y son religiosos.
En 7 días en La Habana no faltan el ingeniero que trabaja de taxista, la especialista que tiene que tener varios trabajos más, y otro tipo de lugares comunes que no pueden mostrarse de la forma que se ha hecho, en tanto requiere un compromiso que los directores están creyendo asumir, cuando en realidad se están quedando sólo en la superficie de un conflicto histórico. No se le está exigiendo a los realizadores que apoyen o no la revolución, ya se ha dicho aquí que cada quien hace la película que quiere. Pero a toda película se le exige que sea consecuente con lo que está representando.
El que más airoso sale de toda esta crítica es Elia Suleiman, cuyo corto lo muestra a él mismo recorriendola ciudad. Elviaje lo encuentra con personas que miran el mar (y las viene a buscar el otro que les impide huir, claro), Fidel Castro siempre hablando en la televisión (de supuestas abstracciones propias de la izquierda), personas que se sacan fotos, un busto de Arafat. Que él mismo aparezca en pantalla, como suele pasar en su filmografía, es significativo ya que está siendo más consecuente con lo que está mostrando. De hecho, el tamaño de plano que usa tiene que ver con esto mismo: usando planos muy abiertos, muy generales, está marcando una distancia con lo que representa. Hay en él una imposibilidad de llegar al detalle.
Los films de cortos suelen ser una postal del lugar que se usa como locación. 7 días en La Habana, es el capítulo que le tocó a la capital cubana. La película lo tiene todo para el potencial turista: playas, música, fiesta, exotismo, mujeres. 7 dias en La Habana es Cuba for export y no mucho más que eso.