Por Simón Kemplerer. En la última semana se han dado muestras de espectáculos deportivos lamentables. Los estadios sin público visitante, las canchas con partidos que dejan bastante que desear, periodistas que ya no saben cómo maquillar el desastre y, sobre todo, pocas sonrisas y mucho aburrimiento.
Pareciera que la información es todo y el pensamiento nada. La notas publicadas por casi todos los medios de comunicación del país durante la semana posterior al clásico entre River y Boca generan, ante algunos lectores futboleros, una gran desazón.
Todos los medios han otorgado a los lectores una fehaciente demostración de incapacidad para pensar el fútbol como fenómeno, más allá de las básicas conversaciones matutinas de café y las descripciones minuto a minuto. Se trata de la incapacidad de plantearse el fútbol por fuera del ridículo y reducido pensamiento sistémico que nos plantea el deporte mediático tal cual se encuentra actualmente. Desaparecida la revista Un Caño, se torna casi imposible encontrar un medio que piense. Hay, sí, algunos periodistas que piensan en algunos medios, pero más contracorriente que acompañados por el medio mismo. Hay algunos Moores, algunos Scheres, algunos Llontos, algunos Veigas, algunos Bonadeos, algunos Walles, algunos Latorres. Pero al final, y al principio, los medios deportivos, al fin y al cabo, piensan en el deporte como un hobby idiota que no significa nada. El fútbol como un entretenimiento para impensantes. Puro circo. Sin pan.
Al ver el último superclásico tenemos dos posibilidades: la primera, pensar en el deporte como una ejemplificación de la vida a pequeña escala. “Dime como juegas y te diré quien eres” dice Eduardo Galeano cada vez que habla de fútbol. Pensar el fútbol como un espacio donde se juega a la pelota, donde se juegan las pasiones, los amores, las idiosincrasias, el amor por el juego, por lo lúdico, la búsqueda del trabajo colectivo; o por el contrario, el amor por el resultado, por los puntos, por el éxito, etc. Todo eso se puede pensar desde un partido de fútbol.
La segunda posibilidad sería el pensamiento sistémico: el simple relato y la triste descripción de un partido, donde no hay afuera ni márgenes. Gladiadores sin público. Arena sin anfiteatro. Así piensan los medios. Adentro sin afuera. Antes del partido, todos juran que se viene un espectáculo prometedor. Román, Ramón, Carlitos, Teo, Gago, Lanzini. Después, cuando todo salió mal, cuando todos demostraron no estar a la altura de un fútbol decente, ni amable, ni divertido, ni nada, nadie dice ni mu. Los días anteriores todo es maravilloso, y después… Después da igual. Incluso hay sinvergüenzas que dicen que lo de Boca fue una demostración de efectividad. “Atacó cuatro veces y metió un gol”. Sí claro, efectividad y culo bárbaro. Boca mostró huevo sin fútbol, y River, fútbol sin huevo. Cual para tal. El círculo de la mediocridad cierra con creces. El vaso está medio vacío por donde se lo mire. El que lo vea medio lleno debería replantearse su alevoso conformismo, o dejar de vivir del negocio de vender lo que no hay.
22 jugadores atemorizados por las sesenta mil almas enfurecidas que miraban desde las gradas. El público, hoy en día, no es otra cosa que el enemigo del fútbol, al igual que los periodistas. Adentro todos tiene miedo y afuera, afuera solo hay crueldad, y aburrimiento. Pero de eso, de eso los medios no dicen ni nada, ni siquiera los que se suponen medios críticos.
En el caso de este último clásico, la tristeza de la descripción periodística es muy clara en cuanto a que fue verdaderamente un espectáculo lamentable, con un equipo que jugaba mal pero proponía y otro que jugaba espantosamente mal y encima, para mas inri, hacía alarde eso al conseguir el triunfo.
Al parecer, desde la descripción, aquí no pasa nada. “Los clásicos se juegan siempre mal porque son clásicos”. Así piensa el periodista que piensa desde las muletillas, o el hincha que exige huevo huevo huevo. Si son tan malos, no los jueguen más. Denle los puntos a Boca y punto.
La gran mayoría, bajo la inercia de los tiempos planos, terminan diciendo que lo importante es que Boca se prendió en la punta del campeonato, y que por sobre todas las cosas, ganó el partido, que en un clásico es lo único que importa. Pensamiento peligrosísimo si los hay. Expandida y mediocre idiosincrasia que tiene su contraparte: para ganar así mejor perder mil veces.
Mejor morir de pie que vivir arrodillado.
Carlos Bianchi dijo después del partido: “Lo planeamos como un partido de copa y nos dio resultado”, frase que dice a gritos cómo el mal fútbol no solo da resultados, sino que se puede hacer alarde de la mediocridad desarrollada. Piénsese la vida toda desde ese lugar y verán como ilumina.
Y no, no vale la pena describir un partido de fútbol tan malo como ese sin pensar en qué es lo que pasa afuera, sin plantearse qué tiene que ver todo lo que pasa adentro de la cancha con lo que ocurre en los márgenes. Búsquese en internet al colectivo Juguetes Perdidos, uno de los pocos espacios críticos y anti-hegemónicos que hablan de fútbol y vean cómo hay otras formas de pensar.
No estaría mal pensar el fútbol de otra manera, para no pensarlo como ese terreno donde se puede ser mediocre y ser alabado, donde se puede jugar mal, aburrir a todo el país y estar orgulloso de ello. Y no, no hay autocrítica alguna, solo hay un deporte que cae en picada. El fútbol por momentos se juega horrible y el pensamiento sistémico nos opaca la visión. Tanto el periodismo como el hinchismo enloquecidos por ganar tres puntitos absurdos sin pensar que en ese amor por el punto se expresa la causa de la mediocridad, la causa de que el deporte sea un negocio somnífero y mediático donde Riquelme juega mal, Gago no aguanta 70 minutos y el “Cata” no puede salir jugando ni una sola vez. Un partido donde el geriátrico entero que nos venden por tevé provoca ganas de llorar, y todos felices. Y al que crítica le dicen cipayo. ¡Que lo parió! Dante se retuerce en la tumba.
El periodismo no puede caer en la ceguera en que los medios hegemónicos nos quieren hacer entrar. El periodismo no puede dejar el pensamiento de lado a fin de legitimar que el deporte deje de ser un juego. El periodismo en cuanto herramienta de comunicación tiene el deber de generar pensamiento crítico. De lo contrario, solo podrá legitimar el negocio que le da de comer a miles de personas que solo buscan vivir de él y quieren, sea como sea, ganar sin jugar.
Como decía Ramón Gómez de la Serna, “aburrirse es besar la muerte”.