En Mali, el ejército derrocó al presidente Amadou Toumani Touré, derogó la constitución y disolvió las instituciones del Estado. El objetivo sería aplastar los rebeldes tuareg en el norte. Historia de un golpe que tiene raíces políticas y sociales muy lejanas.
El autoproclamado Comité Nacional para la Reorientación de la Democracia y la Restauración del Estado (CNRDRE), disolvió ayer el gobierno de Mali, suspendió la constitución y anunció el toque de queda en todo el territorio del país africano. Un golpe de estado que, en principio, quería ser una demostración de fuerza de un sector castrense que invocaba mayor dureza en las operaciones militares para sofocar la rebelión que desde enero se gesta en el norte de Mali. El capitán Amadou Hawa Sanogo, al mando de la junta militar que encabezó el golpe, reemplazaría temporalmente a Amadou Toumani Touré, mandatario depuesto. En un comunicado, el jefe de los golpistas arremetió contra la “incapacidad del gobierno de combatir el terrorismo y brindar seguridad a los ciudadanos”. Sin embargo, aseguró que “la junta ha adoptado el solemne compromiso de devolver el poder a los civiles”.
El golpe se habría gestado a unos 15 kilómetros de la capital Bamako, tras la visita a la guarnición militar de Kati del ministro de defensa Sadio Gassama, quien, según los sublevados, no pudo satisfacer la exigencia del ejército de contar con mayor equipamiento para combatir a los rebeldes en el norte.
Orígenes distantes
Desde enero de este año la región septentrional de Mali es escenario de la enésima revuelta de combatientes de la etnia tuareg. Los rebeldes exigen la independencia del Azawad, una enorme porción de territorio desértico que incluye las regiones de Tombuctú, Gao y Kidal y parte del este de Niger, zona históricamente poblada por este pueblo ancestral. Lejos del imaginario que los ve montando camellos en fila, con sus turbantes azules y sus campamentos entre las dunas, los tuareg se han convertido en una minoría hostigada por los gobiernos subsaharianos y han protagonizado a lo largo de la historia diferentes levantamientos armados para llegar a obtener un estado independiente. La última rebelión se había acabado con un alto al fuego en 2008, al que le siguió el aniquilamiento de los sublevados por parte del ejército de Mali en mayo de 2009. Antes, los intentos de conciliación entre los tuareg y el gobierno, que habían llegado hasta la inclusión de los líderes rebeldes en la política del país africano, fracasaron paulatinamente. La exclusión de los representantes de las tribu de los cargos que se les habían asignado, y el hostigamiento generalizado a su incorporación a la vida civil tras los levantamientos rebeldes, elevaron la tensión social que reavivó los grupos armados en el norte de Mali. Así, en 2011 se conformó el Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA), que en enero de este año retomó las operaciones militares en diferentes zonas del territorio malí.
El avance de los rebeldes, causó una fuerte indignación en el ejército regular, que justificó sus derrotas en la falta de equipamiento y soldados. De esta manera, el combate se volvió cada vez más cruento. Se estima que hay unos 100.000 civiles desplazados en la zona, y organizaciones internacionales como Amnesty International o Médicos sin Fronteras denunciaron ya diversos episodios de ataques indiscriminados a la población civil por parte del ejército regular.
El gobierno del depuesto Amadou Toumani Touré, con un fuerte perfil pro-occidental, se encontró ante la disconformidad de los altos mandos de las fuerzas armadas por el mal desempeño en el campo de batalla, y las presiones políticas sobre el ejecutivo se podían intuir hace semanas. En lugar de redoblar la acción militar, el presidente decidió apuntar a una fuerte campaña de delegitimación de los rebeldes, llegando a afirmar que el MNLA está financiado por Al Qaeda y otros extremistas islámicos. Si bien es verdad que en el norte de Mali se encuentran activas células de la organización islamista, nada hace pensar que pueda haber una relación entre ambos grupos. Sin embargo, la disputa por la inserción del componente religioso en el levantamiento tuareg se ha vuelto realidad. Iyad Ag Ghali, líder de una de las facciones del MNLA anunció hace diez días su separación del movimiento a causa de su pretensión de crear una república islámica en el territorio tuareg. “La República por la que luchamos se basa en los principios de la democracia y el laicismo”, fue la respuesta del movimiento, que intentó disuadir las especulaciones que los verían ligados a la hijuela saheliana (Al Qaeda del Magreb Islámico).
En este contexto es que se da el golpe de estado en Mali. Se trata del país con la tercera tasa de producción de oro más grande de África, después de Sudáfrica y Ghana. Tras estar varios años alineado al bloque socialista, durante la guerra fría, vivió en 1991 un golpe de estado conducido por Toumani Touré, el mandatario derrocado ayer, quien puso fin a 22 años de poder de Moussa Traoré. Además de la apertura al multipartidismo y a las elecciones democráticas, Touré fue el artífice de la inclusión de Mali en el mundo del neoliberalismo. En los ’90 el gobierno privatizó decenas de empresas estatales y liquidó otras tantas, además de ser incluido entre los beneficiarios del Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio. Estas políticas le valieron el apoyo de la comunidad internacional occidental, que hoy reclama por el fin del golpe militar y la devolución del poder a Touré. Estados Unidos, condenó “enérgicamente” el golpe de estado de ayer, y a través de un comunicado exigió la “inmediata restauración del orden constitucional (…) incluyendo autoridades civiles completas sobre las fuerzas armadas y respecto a las instituciones y tradiciones democráticas. Estados Unidos se pone junto al pueblo de Malí y al gobierno legítimamente elegido”. Por su lado, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Alain Juppé, aseguró que “trabajamos desde hace meses con nuestros socios en la región y las organizaciones regionales para poner en marcha un diálogo entre los rebeldes del norte, los tuareg, y el régimen”, e instó a llevar adelante las elecciones presidenciales -que ya estaban previstas para el 29 de abril- “lo más rápidamente posible”.
Si bien aún es muy pronto para adelantar conclusiones, de sostenerse la situación actual Mali se estaría sumando a sus vecinos de Costa de Marfil, Liberia y Sierra Leona a la lista de países con serios conflictos internos que ponen en riesgo la estabilidad de la región. Algo que, como se demostró en Ruanda en 1994, podría hasta pasar totalmente desapercibido ante los ojos de la comunidad internacional.