Por Leandro Albani. Cuarta escena del relato por entregas que publicamos semanalmente en Marcha.
El ruido estrepitoso del cuerpo perdiendo la vida contra el techo de un auto lo hizo saltar del susto.
“La puta madre que lo parió”, dijo Oscar Benítez, taxista, nacido y criado en el barrio de Flores.
Se le congeló la espalda y la piel pasó del rosado al blanco en menos de un segundo.
Esperaba que las filas de autos avanzaran por Callao cuando una persona reventó a su lado, ventanilla de por medio. Oscar miraba hacia adelante tratando de descubrir las razones del embotellamiento. Justo en ese momento el cuerpo cayó sobre el auto que estaba a su izquierda y los pedazos de vidrios se dispararon como balas.
Mientras observaba el cuerpo salpicado de sangre, le agradeció a dios haber tenido las ventanillas del taxi cerradas.
“Es un pibe. ¿Qué mierda le pasa a estos pendejos?”, pensó.
Hacía un rato había llevado a una chica hasta la terminal de Retiro. Tenía la cara triste y le preguntó qué le pasaba. La chica dijo pocas palabras, algo sobre un dolor profundo y un viaje para escapar y olvidar.
Oscar avanzó unos metros y estacionó el taxi. Sabía que no podía hacer nada. El muchacho estaba muerto y la chica lloraba en un colectivo que viajaba al sur.