Por Leandro Albani. Anteúltima escena del cuento por entregas semanales. En esta ocasión, una búsqueda infructuosa.
-¿A quién busca?
-Mariela, no sé su apellido. Vive en el tercero B. ¿La conoce?
-Sí, sí, la chica que tiene el gatito.
-Claro. ¿Sabe si está?
-¿Ya tocó el timbre?
-Sí, pero no responde.
-Debe haber salido o estará en el trabajo.
-Hace dos días que vengo en diferentes horarios y nadie atiende. ¿Le habrá pasado algo?
-La verdad que no sé decirle. Espere acá que voy hasta su departamento.
Desde la tarde que pasaron juntos, Julio no pudo borrar la figura de Mariela de su cabeza. La voz, sus palabras, el sabor de su piel, la suavidad del cuerpo acurrucado a su lado.
En dos días habían pasado muchas cosas: el tedio de los trámites por los que había viajado, el frenesí de una noche con amigos que terminó con el sol en alto y cervezas bien frías en la costanera, y las visitas a familiares donde el mate y las facturas nunca faltaron.
Pero Mariela. Ella volvía a cada momento y él, desconcertado, se preguntaba quién era esa mujer, a dónde había estado, por qué había dejado pasar tantas horas para ir a buscarla.
-No atiende nadie, señor. Me dijo un vecino que la vio salir hace unos días con un bolso grande. Me parece que se fue de viaje.
-¿El vecino le dijo algo más?
-Que también se llevó el gato.