Por Agustín Santella*. Algunas reflexiones en torno a la polémica entre Juan Pegoraro y Emilio De Ipola a propósito de la obra del sociólogo francés Émile Durkheim.
A diferencia de las interpretaciones que hacen de Durkheim un teórico del control, nos parece más fructífero un debate con lo que podemos llamar un Durkheim reformista burgués. Esta caracterización además nos permite polemizar sociológicamente con las versiones democrático liberales del tipo de De Ipola. El reformismo ha dejado la pretensión de cambiar la sociedad en su raíz pero en el seno de una larga evolución. Ahora el reformismo se ajusta al lema cambiar algo para mantener el orden. Este lema resume mejor la política sociológica de Durkheim.
Juan Pegoraro, en su artículo “¿Qué quiere decir ´volver a Durkheim´?” (Ver “Que quiere decir ‘volver a Durkheim”), publicado en la revista Ñ el 26 de septiembre de 2012, como respuesta al artículo de Emilio De Ipola (Ver “Volver a Durkheim”, publicado en la misma revista en su edición del 01 de septiembre del corriente), acusa a De Ipola de no tener una mirada crítica del legado de Durkheim, y no dar cuenta de su sociología legitimadora del orden. Pero el orden que propone Durkheim no es simplemente represivo o reaccionario sino que se inscribe en las políticas de la hegemonía capitalista. Tenemos en Durkheim a un precursor de la hegemonía del siglo XX. Este enfoque está ausente por supuesto en el Profesor De Ipola, quien se limita a admirar los aportes científicos pero también normativos del sociólogo francés sin intentar analizarlos como parte de una “medicina social” tendiente a preservar el sistema capitalista mediante reformas. Para De Ipola, como señala Pegoraro, las ideas de Durkheim “apuntaron los requisitos para la construcción de un orden social sobre bases justas y sostenibles”.
Compartimos con De Ipola la talla de las contribuciones metodológicas de Durkheim. Una teorización metódicamente científica de las formaciones sociales todavía puede beneficiarse de la lectura de Durkheim. Charles Tilly (hablando del “useless Durkheim”) ha reaccionado con la lectura más difundida que Talcott Parsons hiciera de Durkheim pero también de Weber. Aquí tenemos por un lado un teórico hobbesiano del orden (el orden que surge para poner fin a la guerra de todos contra todos). Y por otro a un Weber individualista que se abstrae de la historia.
Una lectura distinta de Durkheim mostraría una teoría que explica la emergencia de los individuos en la modernidad, a la vez que permanece como un crítico del individualismo utilitarista como doctrina moral. El individualismo librado como competencia antagónica entre personas conduce a la anomia o disolución de la sociedad. Pero el individualismo como parte de la cooperación social es parte de una nueva manera de solidaridad social que está surgiendo históricamente en la división del trabajo social. Durkheim, Marx y Weber, estuvieron preocupados por la emancipación de los hombres en sociedad. Este sentido y como sinónimo a la emancipación, de manera pesimista u optimista la problemática de la racionalización recorre a todos los pensadores científicos de lo social, como parte de esta preocupación.
Sin embargo, la “solución” de Durkheim a la “anomía” o disolución del orden social se construye negando los antagonismos de clase. Su teoría es una ideología de la integración de clases en tanto individuos ciudadanos o grupos profesionales en una sociedad democrática. Para ello propone un reconocimiento y transformación de las organizaciones profesionales en el seno de una moral individualista cooperativa. Esto es que el establecimiento de la autoridad amenazada no pasa por la reafirmación de la anterior forma del estado sino por su transformación en el sentido de la conformación de una “sociedad civil” que sea su base. Cualquier parecido con los análisis de Gramsci de la hegemonía no es pura coincidencia. Con las transformaciones en la economía (cierto que capitalista) Durkheim veía que los grupos que surgían debían tener su representación reconocida por el estado. Con esto anuncia la necesidad de reformas para integrar las emergentes organizaciones sindicales.
Desde ya que la celebración de De Ipola deja de lado la manera en que la ciencia social de Durkheim encubre el orden social basado en la violencia de clases. Nos parece que la saludable crítica de Juan Pegoraro hace énfasis en la violencia como proceso constituvo del orden. Siguiendo a Marx y Gramsci diremos que la crítica de la hegemonía capitalista hace de la denuncia de la violencia una parte del análisis. La otra parte tiene que ver con la identificación del papel que en el dominio de clase tiene una forma peculiar de cooperación en el mundo del trabajo, en el estado, sea en las relaciones económicas, en los sistemas institucionales, y en la formación de lo “ético político”. Los modos de producción, incluyendo el capitalista, representan dualidades precisamente contradictorias entre la cooperación social en la producción y sus formas de relaciones sociales. Estas formas de cooperación productiva hacen a modos de dominación, se inscriben en luchas de clases, que son las que permitirán su emancipación en nuevas formas de cooperación más emancipadas. El Durkheim como precursor de la hegemonía nos ofrece otro flanco de debate sociológico. Seguramente parte del mismo debate es señalar su carácter más ideológico que científico, usando algunas de sus reglas, pero en realidad partiendo de otras reglas metodológicas.
*Doctor en ciencias sociales, investigador de Conicet y profesor de la UBA.