Por Hugo Huberman*. A partir de un nuevo viaje a Cuenca, se reactiva el trabajo para erradicar los tratos violentos entre personas que dicen amarse. Deviene de las relaciones de poder, por lo que también son reales en las familias diversas.
Andar el camino. Aún sigo en Cuenca, Ecuador -mi Cuenca- y descubro lo que se calla, lo que no se dice y lo que el modelo patriarcal silencia: el mundo LGTBIQ. Hermanas y hermanos del alma, Gerard, la Chacha, Jona; volví a la Prefectura después de cuatro años.
En ese instante, en ese lugar, con mi hermana del alma María Caridad, generábamos “Qué chévere, Azuay”, campaña juvenil comprometida contra las violencias hacia mujeres, mientras poníamos en juego una agenda de mujeres con participación y compromiso masculino, hacíamos indicadores de género para toda la política pública de la Prefectura. Se me ocurrió preguntar si en Cuenca hay movimientos de la diversidad sexual. “No”, fue la respuesta de todas las personas presentes.
Cuatro años largos y varias organizaciones LGTBIQ nutren lo cotidiano de lo conservador. En octubre, viajé rápido pero el colectivo “Silueta por Cuenca” me solicitó un taller para trabajar las violencias entre parejas de la diversidad. Luego de mucho tiempo de dar vuelta por mi país y América Latina, una organización me traía claramente descubierta su necesidad de ver violencias que nutren mis redes todos los días.
El sistema de los medios de comunicación nos hace creer que la violencia entre convivientes o parejas es sólo heterosexual, hace películas, llena diarios y conmueve desde la televisión. Sin embargo, detrás de ese despliegue de derechos hacia una vida sin violencia se sigue silenciando al mundo LGTBIQ o se lo llena de glamour y farándula.
En un sistema de hartas discriminaciones, pensar que las relaciones entre aquellos y aquellas que quebraron el modelo heteronormativo son de perdices y felices es, como mínimo, ingenuo. El modelo instaurado culturalmente bajo relaciones de poder no perdona a ninguno ni ninguna, de diferentes maneras. Sólo construye espejismos que se replican por aquí y por allá.
Sí, debemos trabajar las violencias dentro de ese colectivo, pues nuestras subjetividades son siempre forjadas bajo relaciones de poder, violencias sufridas desde las construcciones de sexualidades fuera del sistema binario, pero no fuera de las relaciones poderosas.
¿Cuáles de las violencias que condenaron mi cuerpo y alma al dolor de ya no ser, hoy forman parte de las violencias que ejerzo sobre otros u otras? ¿Cómo, cuando, con qué recursos propios corto la cadena continua de recibir y dar violencias?
¿Cómo encuentro el camino del respeto y el cuidado, cuando fui vulnerador o vulnerada cuando me convertí en el otro o la otra, en el muerto por crímenes de odio? ¿Cómo se elaboró, si sucedió, haber sido condenado como ‘la oveja negra de la familia’, en aquel, en aquella, en aquellos y aquellas que no se nombran y, por ende, no existe?
Las fobias parten del pánico a ser eso que no tiene existencia, pero soy yo. Poner en crisis lo obvio es salir de lo negado y ponerle palabras, dolores, sabores, colores y pieles diferentes ¿Violencias en las relaciones en el mundo LGTBIQ? ¿Sí, por qué debería ser diferente? ¿Sí, por qué no podemos trabajarlas?
Vamos andando, si sin tapujos, sin silencios. Es probable que nazcan las no violencias que nadie nombra. ¿No será hora, no será tiempo de construir desde el dolor las no violencias, resistir las relaciones de poder? No jugar con ellas es parte del comienzo, suma dolor pero afloran nuevas construcciones. Es tiempo, es hora. Llenar las siluetas de nuevos contenidos, de profundidades, de respeto y aceptación. No ser más perímetros sino tierra firme donde cuidarnos.
(*)Coordinador de la Campaña Lazo Blanco de Argentina y Uruguay (www.lazoblanco.org) y director del Instituto de Género Josep Vicent Marques.