Por Rodrigo Ottonello. “Vitamina potencia” (Llanto de mundo, 2012), historieta originalmente publicada en Fierro, comedia y drama de los luchadores viejos.
En una sola página, la primera de “Vitamina potencia”, Federico Reggiani (guionista) y Ángel Mosquito (dibujante) cuentan una historia que va de 1977 a 1994. En 1977 Milton Kovadonga encabeza una troupe de luchadores de catch que llena el estadio Luna Park y que tiene su propio programa en la televisión. En 1994, Kovadonga y su amigo y compañero, Lagartija Gómez, más viejos y gordos, toman mate, fuman y zurcen sus trajes antes de salir a hacer una exhibición en el modesto y descascarado Club Social y Deportivo La Hojarasca.
Reggiani y Mosquito se aseguran de que el lector vea bien ambas fechas: se trata de los picos de máximo poder de la Dictadura y del menemismo, respectivamente. Sin embargo “Vitamina potencia” no es una historia de aquéllos años. Por el contrario, Kovadonga está a contramano de los tiempos en los que vive: en 1977, año oscuro, él brilla con ropas coloridas para alegría de los niños; en 1994, año de memoria frágil y de un país que mira hacia el extranjero con avidez, él vive nostálgico y deambula por pequeñas ciudades del interior argentino.
A partir de estas premisas “Vitamina potencia”, originalmente publicada en la revista Fierro entre 2008 y 2010, cuenta historias a la vez cómicas y sentimentales. En pequeños capítulos de 4, 6 u 8 páginas (solamente uno llega a las 12), Kovadonga y Gómez intentan conseguir contrataciones, intentan no lastimarse mientras pelean, intentan enamorar a alguna mujer, intentan hacer justicia a sus reputaciones cuando están en situaciones en las que parecen necesarios héroes e intentan no acudir a las trompadas en situaciones en las que es necesaria la paciencia. Son historietas breves en las que los autores eligen una anécdota, la pulen bien para que todo lo que se lee y ve esté a su servicio, y se proponen lograr efectos emotivos: los resultados, gracias a la trabajada simplicidad elegida por los autores como recurso narrativo (no buscan ser ingeniosos, atrevidos, vanguardistas ni polémicos), siempre son muy buenos. Al llegar a la última página, que es más un “continuará” que un “fin”, es difícil no quedarse con ganas de más.
Los guiones de Reggiani son concisos, claros y divertidos: con pocas viñetas las personalidades de los personajes quedan bien definidas, en todas las viñetas la historia avanza y los textos no buscan decirlo todo, sino que dan muchísimo espacio a lo hecho por el dibujante. Y el trabajo de Ángel Mosquito es precisamente el punto más alto de esta historieta. Su estilo de dibujo con fuerte sello personal (reconocible inmediatamente por cualquiera que haya visto sus anteriores y siempre muy buenos trabajos), a primera vista, no es virtuoso, pero al leer la historieta estamos ante un dibujante fenomenal: su capacidad de darle expresión a los movimientos y, sobre todo, a los rostros de los personajes, es inmensa, y prácticamente todo el peso humorístico de la historieta recae en las exageradas y notables expresiones con que Kovadonga, Gómez y sus amigos y enemigos reaccionan a las diversas situaciones en las que se involucran.
“Vitamina potencia” es otra prueba de que la historieta argentina da sus mejores resultados cuando no busca ser ni literatura ni arte elevado, sino cuando su trabajo es el de contar historias.