Por Emiliano Echevarría. Sobre Amour, el último largometraje del austríaco Michael Haneke, reciente ganador del Oscar a Mejor película en lengua no inglesa. Hoy publicamos una crítica favorable, luego de la reseña negativa de Matías Marra. Polémica en Marcha.
Amour, la nueva película del austríaco Michael Haneke es, al igual que sus anteriores, una película para gente con estómago. Por ahí le hace decir a uno de sus personajes algo así como “nada de todo eso merece ser mostrado”; bueno, toda la película ronda, a mi juicio, en torno al juego de mostrar aquello que no merece ser mostrado o que, sencillamente, no debe ser mostrado. La sinopsis no es, a simple vista, nada del otro mundo: Viejo y vieja se quieren (acaso mucho), vieja se enferma, viejo la cuida. Hasta acá vamos bien, nada nuevo, nada polémico. Bueno, no tan rápido.
Haneke narra su historia de tal manera que la enunciación parece regirse por las normas de lo enunciado, de lo relatado. ¿Qué significa esto? Que los movimientos de cámara imitan los movimientos de los personajes. Como tenemos una pareja de ancianos, en este caso los movimientos de cámara son muy sutiles, casi imperceptibles (salvo en la escena inicial, donde son precisamente todo lo contrario y le tocará al lector-espectador comprender por qué), motivo por el cual la película adquiere concienzudamente un ritmo bastante lento. Pero así también con todo lo demás. La luz es débil y difusa, los colores cálidos pero suaves, cremas tirando hacia neutros, y la música sólo diegética (música que pertenece al universo de la historia, donde todo sonido que escucha el espectador también es, o puede ser, oído por los personajes) y sólo música clásica. Además, la acción transcurre siempre en interiores, casi completamente adentro de su departamento, y los únicos exteriores que vemos son, un tanto paradójicamente, los paisajes impresionistas que decoran sus paredes. ¿Querrá decirnos con esto, el autor, que es una película que aborda problemáticas interiores y subjetivas de los personajes, que no se interesa por lo exterior que muchas veces es mera fachada? No lo sé, pero lo que sí sé y también sé que lo supe con certeza a lo largo de dos largas horas es que con todas estos recursos a que da lugar la llamada “magia del cine”, los espectadores se meten en la historia, empiezan a sentir como sienten los personajes y empiezan a ver cosas que de otro modo no serían capaces de ver.
Ciertas situaciones de confrontación dan pie incluso reflexionar acerca de cuán frágil es esa máscara, ese personaje que construimos para ser vistos por el mundo exterior y cómo nuestro mundo interior está ahí, latente, muriéndose de ganas, ávido de erupción. Así aprendemos que la tragedia no se halla únicamente en explosiones, violaciones, secuestros, narcotráfico y todas esas cosas que generalmente nos llevan frente a la pantalla grande. La encontramos con más crudeza en el universo de lo cotidiano, como lo son las peripecias que debe atravesar un viejo que no está dispuesto a internar a su mujer porque eso sería buscar una simple escapatoria y ésta es una película que se jacta de mirar a los problemas fijamente y de mirarlos a los ojos. Por lo demás, “no nos une el amor sino el espanto” y quizás por eso los momentos de contacto corporal son sólo aquellos en que el viejo debe abrazarla para subirla o bajarla de su silla de ruedas. Sin embargo, con el deterioro de la enfermedad, el confinamiento deviene encierro y opresión y es posible que al viejo se la vayan un poco las cosas de las manos. Pero es acá donde mejor me callo.