La final de la Champions League entre equipos alemanes resultó una de las más atractivas de la historia. Buen juego, muchas situaciones, y un justo campeón como el Bayern Munich.
Los sorprendentes –en apariencia- resultados de las semifinales, en las que el Bayern Munich y el Borussia Dortmund habían eliminado a los “cucos” de la competencia, el Barcelona y el Real Madrid respectivamente, habían puesto una gran expectativa sobre el partido que este sábado se disputó en el estadio de Wembley, en Londres. Y no decepcionaron. Ambos equipos mantuvieron bien alto los principios de juego que los habían llevado hasta allí y eso derivó en una final muy emotiva.
El Borussia comenzó dominando la primera media hora, llegando con claridad y convirtiendo al arquero del equipo bávaro, Manuel Neuer, en figura. Los polacos hacían la diferencia: primero un pelotazo desde lejos de Robert Lewandowski, y luego un centro atrás de Lukas Piszczek que remató Jakub Blaszczykowski, obligaron a grandes respuestas del golero alemán. Luego fue un contraataque del velocísimo Marco Reus, que lanzado en contraataque remató de zurda al pecho de Neuer.
Los últimos quince fueron de los de Jupp Heynckes. A través una de sus grandes virtudes, el juego aéreo, comenzaron a inclinar la cancha a su favor. Un cabezazo del croata Mario Mandzukic derivó en una atajada fantástica del otro arquero, también gran figura: Roman Weidenfeller. Posteriormente fue el español Javi Martínez el que desde la cancha de arriba la tiraría muy cerca del travesaño. El primer tiempo finalizó sin goles, pero con la sensación de que estos iban a llegar: ambos habían hecho méritos más que suficientes.
Y antes de pasado el primer cuarto de hora de la segunda etapa, apareció la ventaja. El holandés Arjen Robben llegó al fondo, tiró un centro atrás (¿o remató al arco?) ante el achique de Weidenfeller y Mandzukic solamente la tuvo que empujar para poner al Bayern arriba. El Dortmund, que había vuelto de los vestuarios dormido, extrañamente para su juego metido atrás, se vio obligado a volver a salir, y en base a los argumentos de siempre puso el juego en el área de su rival.
Toque rápido, paredes vertiginosas, “pequeñas sociedades”. De esa manera el equipo minero empezó a cascotearle el rancho a Neuer, hasta que una pifia del central brasileño Dante cuando Reus intentaba desbordar por izquierda derivó en un penal que cobró el árbitro italiano Nicola Rizzoli. El turco-alemán Ilkay Gündogan lo pateó con la tranquilidad de quien está en el patio de su casa y empató el partido cuando quedaba poco más de 20 minutos para el final.
Pero el Bayern puso toda su jerarquía sobre la mesa. Con menos juego colectivo y más desequilibro individual, otra vez debió aparecer la figura de Weidenfeller –quizás el mejor jugador del partido- para mantener el empate. Hasta el minuto 88. Una pelota que parecía perdida se filtró entre los centrales del Borussia para que Robben con su fantástica velocidad la tomara, quedara solo ante el arquero y definiera con una clase que no muchos pueden tener en un momento semejante. Toquecito cruzado, y quinta Champions para los bávaros.
Arjen Robben fue el muchachito de la película. Había sido el gran villano de la final del año anterior, que su equipo perdió en su estadio, el Allianz-Arena, frente al Chelsea de Inglaterra. Falló un penal definitivo en el tiempo suplementario que obligó a llegar a la definición por penales, donde no quiso patear y el Bayern se quedó sin la copa. A pesar de su gran rendimiento en general, eso era un pecado imperdonable para los hinchas bávaros, que hasta anteayer lo despreciaban a pesar de ser una de las grandes figuras del equipo. Una reivindicación absoluta para un futbolista brillante.
Esta final entre alemanes no es una casualidad. Es el resultado de un proceso arduo de renovación del fútbol germano cuyo comienzo puede situarse luego del mundial que organizó, en 2006. El nuevo fútbol alemán tiene las clásicas características de los equipos de ese país: juego aéreo, potencia física, seguridad defensiva. Pero a eso le agrega el toque, la velocidad, la gambeta, todo aquello que había puesto en la cima del mundo durante los últimos 10 años al fútbol español. Se trata de un cambio de época. Y a juzgar por lo visto en Wembley, bienvenido sea.