Por Andrea Sosa Alfonzo. Las contradicciones del actual secretario de Seguridad nacional, Sergio Berni, no son casuales. El escenario nacional kirchnerista se debate entre la retirada y la apariencia. La política carroñera.
Se lo puede criticar y observar por inconsistente, pero dista de ser producto de una psicosis. El impacto de las declaraciones de las últimas semanas de Sergio Berni es digno de un fin de ciclo, más que de una contradicción. Por caso, reflejan el trasfondo de lo que sí es una escalada en la construcción política dentro del kirchnerismo: una apuesta que condensa a los sectores más conservadores versus una estratégica retirada del peronismo. El corrimiento de la apuesta kirchnerista que encuentra recientemente eco en las encuestas de uno de sus más acérrimos expositores, como lo es Berni, supone algunas lecturas de la realidad de cara al escenario nacional.
La agenda política del kircherismo por estos días se debate entre la política económica y la de seguridad. Ambas encuentran disconformidad y acierto dentro de sus filas, pero también vienen marcando el termómetro del arco político opositor.
Por una parte, el kirchnerismo se ha esforzado en poner en agenda la estrategia económica del ministro de Economía, Axel Kicillof, ante los fondos buitres y la política financiera internacional. Si bien la pelea histórica de la deuda externa ha tenido algunos golpes atinados, no ha logrado ampliar la caja en dólares para el país. También la definición del control estatal sobre el abastecimiento de bienes y el cumplimiento de servicios, y la regulación en la formación de precios puso, a través de la Ley de Abastecimiento –que ya logró media sanción legislativa–, el dedo en la llaga para una política de inversiones en el mercado local y recibió caras largas de las cámaras empresariales y de la oposición.
A su vez, en el otro extremo de la agenda, tenemos la política represiva en manos de Sergio Berni. Su hijo pródigo, la Gendarmería Nacional, es foco hoy del mejor ejemplo prusiano militarizado. El dispositivo punitivo que desde la salida de la ex ministra Garré, se recompuso, rearmó sus filas con la incorporación de personal retirado y armó para cada operativo un despliegue que nos recuerda una maquinaria de guerra al mejor estilo hollywood.
En las últimas semanas, asistimos a varios ejemplos de la represión televisada y mediatizada. En el despliegue de esa maquinaria, Berni se refirió con cierto orgullo en cada una de las últimas intervenciones: en el desalojo del barrio Papa Francisco –en una coordinación exhaustiva con la policía Metropolitana–, en la detención de inmigrantes latinoamericanos por actos delictivos –y la posterior asociación de la cuestión migrante al delito que tuvo como saldo la exigencia de deportación de extranjeros–, en la represión a trabajadores y manifestantes de LEAR, donde el gendarme “carancho”, el comandante Juan Alberto López Torales, simuló ser atropellado para detener violentamente a un manifestante durante un corte de la autopista Panamericana –denunció que había lecturas conspirativas y defendió el accionar–.
El 04 de septiembre pasado, el Ministerio de Seguridad emitió un comunicado de prensa donde mencionaba que el video “viralizado” donde se muestra un “incidente” con un gendarme, “se ha prestado a lecturas que pretenden inducir a una inversión de la carga de responsabilidades, victimizando a las personas que violan la ley de tránsito y alteran el orden ciudadano en nuestras rutas”. Más adelante mencionaba que “los abogados de las personas imputadas de violar el artículo 194 del Código Penal, interrumpiendo las rutas, intentan presionar a la opinión pública alentando lecturas conspirativas en las que sus defendidos, los obstructores permanentes del tránsito, serían en realidad víctimas inocentes”.
Días después del operativo de la Gendarmería en el conflicto de la autopartista Lear, Berni tuvo que claudicar con su defensa inamovible. Bajo órdenes directas de la presidenta, el gobierno resolvió terminar el contrato de Roberto Galeano, el militar de civil encargado de supervisar la acción. Galeano fue un infiltrado en las manifestaciones de los trabajadores de LEAR y se lo puede ver en un video que fue publicado por TV PTS el 30 de julio de este año, donde los manifestantes lo denuncian al descubrir su identidad. Mientras Berni sostuvo el visto bueno de Galeano dijo que era “veterano de guerra, es una de las personas que más experiencia tiene en operaciones, es un asesor personal mío”. Sin embargo, el 06 de septiembre mediante un comunicado, el Ministerio anunció que desvinculaba a Galeano de la fuerza “por hallar que su comportamiento en un operativo de control de cortes de rutas fue incompatible con los principios de profesionalidad necesarios para la supervisión del desempeño de los efectivos policiales”. Galeano había sido reincorporado por Berni luego de ser separado de las fuerzas por la gestión de la ex ministra, Nilda Garré.
Dichas ´contradicciones´ no indican que haya que darle sentido a ´un discurso´ que no lo tuvo. En cambio, hay que leerlas en la coyuntura actual. En el avance de un marco represivo de la protesta social y en los top de las encuestas que indican que el ´orden´ y la ´inseguridad´ van de la mano en las prioridades de los votantes. Pero los mecanismos de infiltrados y persecución en momentos de conflictividad social no son nuevos y al menos desde el 2008 a esta parte, se constituyeron como uno de los elementos a disposición para la política de seguridad nacional. Y así lo demuestra la declaración de dos gendarmes la semana pasada, en el marco de la causa que investiga el “Proyecto X”, el operativo de inteligencia que se implementó durante las manifestaciones de los trabajadores de Kraft en 2009.
La herencia del poder
Cada vez parece ser más claro que el kirchernismo no dejará sucesor legítimo de la era Néstor-Cristina. Todo comenzó cuando los resultados electorales del año pasado cancelaron cualquier chance de posicionamiento para el sucesor o sucesora de Cristina Fernández, para darle continuidad al modelo. A su vez, el actual gobernador de la provincia bonaerense, Scioli, teme dar los pasos necesarios para convertirse en el “candidato oficial de la ruptura”. En parte por incapacidad, por miedo, porque depende aún de la presidenta y unos cuantos aspectos menores, no termina de decidirse si se queda a sabiendas de un fin de ciclo o lidera la ruptura de los que se van.
Pero mientras exista el “durante”, el kirchnerismo está haciendo su apuesta. Por un lado los sectores más progresistas muestran su descontento y le exigen a la Presidenta que le ponga límites a Sergio Berni. Por otro lado, el saldo de su exposición le permite mientras al sciolismo medir su imagen positiva de cara a la candidatura a gobernador bonaerense por el Frente para la Victoria, una vez ya confirmado el pase del diputado Martín Insaurralde a las filas de Sergio Massa, del Frente Renovador. Pero recientemente Cristina Fernández no sólo puso límites sino que además lo desautorizó al descartar su idea de retirar a la Policía Federal de los barrios porteños donde actúa la Metropolitana. De este modo acordó mantener a la fuerza en trece barrios de la Capital Federal. En ese juego se debate la Presidenta, entre anunciar el fin para “cualquier” potencial candidato por el kirchnerismo y entre el visto bueno al avance del macrismo.
En el medio de estos extremos, un amplio abanico entra en la estrategia de debilitar al peronismo ahora para volver en el 2019: afianzar al macrismo como opción política para la conducción del ejecutivo, dejar abierto el espacio en los distritos nacionales a la lucha entre el massismo y las alianzas UNEN-PRO-UCR, entre otras. Ninguna retirada es gratis y ninguna promoción desmedida deja de implicar una desestabilización futura. El carancho de la política se la juega en el 2015.