Por Tomás Astelarra. El anuncio lo hizo el canciller David Choquehuanca mientras convocaba a una reunión de líderes indígenas en la Isla del Sol con el fin de celebrar el cambio del calendario maya. Más allá del misticismo y el posible oportunismo de la declaración en medio de las críticas que enfrenta Evo Morales, la iniciativa tiene una fuerte raíz en la historia del pueblo boliviano y su lucha contra las multinacionales.
“El 21 de diciembre de 2012 es el fin de egoísmo, de la división. El 21 diciembre tiene que ser el fin de la Coca Cola, y el comienzo del mokochinche (refresco de durazno típico del país)”, anunció el ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia David Choquehuanca en presencia del presidente Evo Morales y en medio de una convocatoria a los líderes indígenas de todo el mundo en la Isla del Sol para celebrar el fin del calendario maya. ”Los planetas se alinean después de 26.000 años, es el fin del capitalismo y el comienzo del comunitarismo”, explicó Choquehuanca.
Si bien muchos analistas vieron las declaraciones como otro golpe de efecto del gobierno del Evo frente a la crisis interna y la protesta de muchas comunidades por los diferentes megaproyectos viales o extractivos que se están encarando en el país, desde la idiosincrasia e historia boliviana y sudamericana, la noticia cobra otra coherencia. Es parte de un proceso donde el Estado vendría a ser el carro y la cultura popular el burro que lo fuerza a andar.
Ya en el 2000 en la llamada guerra del Agua, los bolivianos impedían la privatización de este recurso estratégico (y fuente de vida según las tradiciones) y expulsaban de Cochabamba a la multinacional Bechtel. La experiencia se repetiría en el 2005 en El Alto, donde la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) también firmaría la extradición de la francesa Lyonnaise Eaux. En el 2003 la Guerra del Gas ponía en un helicóptero rumbo a Estados Unidos al presidente Gonzalo “Goñi” Sánchez de Losada y sus intenciones de exportar el valioso recurso, abriendo el camino para un proceso que culminaría en la asunción de Evo Morales.
Menos publicitada, quizás por la falta de muertos o la magnitud de la derrota de la empresa multinacional (que se encargó de bloquear la noticia en casi todos los medios internacionales), fue la quiebra de Mc Donalds en Bolivia. Después de cinco años de inversiones y estrategias para conquistar el mercado boliviano, el mundialmente conocido restaurante de comidas rápidas debió cerrar sus ocho locales en La Paz, San Cruz y Cochabamba frente al paupérrimo nivel de ventas. Su estrategia había sido la de siempre, ubicar un producto de elite en el mercado, imponer la marca, para luego ampliar la red de proveedores locales, abaratando costos y avanzando sobre el territorio. ¿Qué falló? La inefable y concreta lógica de los bolivianos que no entienden de marcas y no encontraron excusas válidas para que hamburguesa que un puesto callejero vendía 7 bolivianos con papas fritas y mayonesa casera la cobraran 25 en un local de impoluta apariencia atendido por jóvenes disciplinados con un payaso sonriente en la puerta. (Vale la pena ver el documental ¿Por qué Mc Donalds fundió en Bolivia? de Fernando Martínez).
No entienden los bolivianos que la marca es lo más importante, y por eso fraccionan la Coca Cola en bolsitas de plástico para vender en la calle, y prefieren los mercados que los supermercados, y continúan tradiciones arraigadas en su cultura que priorizan los jugos naturales a las gaseosas, o el té de coca de las cholitas al café de Starbucks, o los sistemas de créditos tradicionales a las entidades financieras. Sistemas y empresas que, por otra parte, siempre los han ignorado o estigmatizado y publicitan sus productos con publicidades de tipos rubios en un país de tres cuartos de población indígena.
No entienden los bolivianos que los hospitales brinden mejores soluciones que la medicina tradicional, o que los juzgados sean más expeditivos que las asambleas comunales, la policía más apta para prevenir el delito que un vecino. No entienden los bolivianos que la ancestral y milenaria hoja de coca pueda ser dañina procesada como cocaína, y mucho menos que los gringos vengan a prohibirles cultivarla. Por suerte pocos se enteraron que el único ente o persona autorizada para exportarla del país ha sido por años la Coca Cola Company.
La lucha campesina por la libertad en el cultivo de la coca y su revalorización en la cultura mundial fue el piso político desde donde creció Evo Morales, en una carrera plagada de amenazas, acusaciones de narcotráfico, expulsiones del congreso y todo tipo de estigmatizaciones por parte de gobiernos, prensa y sociedades occidentales. Ya como presidente, la concientización sobre las virtudes medicinales de la coca y su diferencia con el producto cocaína fue parte de su política en foros internacionales.
En el 2009, con el apoyo del gobierno boliviano nace la Coca Colla, una gasesosa energizante producida con hojas de coca del Chapare. “Inicialmente es una iniciativa privada pero estamos viendo cómo impulsarla porque nos interesa como Estado la industrialización de la coca”, explicó en ese entonces el viceministro de Desarrollo Rural, Víctor Hugo Vázquez, destacando las variadas iniciativas privadas existentes en Bolivia donde se producen mates, jarabes, pasta dental, licores, caramelos e incluso pasteles y harina de coca.
Ya en Perú Coca Cola Company había que tenido que tomar un política comercial agresiva y comprar la local Inca Cola frente a la imposibilidad de competir en el mercado con este producto fuertemente arraigado en la cultura peruana. Y en Colombia, el gobierno de Álvaro Uribe Velez tuvo que esgrimir falsas razones de salubridad para prohibir la producción de la bebida Coca Sek, un proyecto productivo desarrollado por la comunidad indígena Nasa del Cauca que comenzaba a crecer como alternativa de consumo en el sur del país. En Colombia también, el sindicato de la alimentación Sinaltrainal llevó con éxito la campaña mundial “Por que amo la vida no consumo Coca Cola”, donde ante la denuncia de los más de veinte sindicalistas asesinados en el país en manos de paramilitares contratados por la multinacional, se logró quitar la bebida de numerosos bares de universidades y sindicatos de Europa y Estados Unidos. Explicaba en ese entonces Edgard Páez, director de Sinaltrainal y uno de los organizadores del Tribunal Permanente de los Pueblos Sesión Colombia: “¿Esta campaña qué implica? Primero: no consumir Coca Cola. Porque si uno no consume Coca Cola no esta permitiendo que adquiera sus utilidades. El poder del consumidor es inmenso. Pero también que si uno no consume Coca Cola, diga: no la consumo por esto, por esto, y por esto. Que sea un no consumo crítico. Porque usted dice: no consumo porque me quiero solidarizar con el pueblo colombiano porque están matando gente. Eso está bien. Pero también puede decir que no la consume porque le causa daños a la salud, y porque una partecita de cada Coca Cola que consuma va para la guerra. Coca Cola financió la campaña de Álvaro Uribe Velez y el Referendo, que fue una consulta popular para poder criminalizar al pueblo de Colombia por sus acciones de protesta. Coca Cola financió contras en Nicaragua, contras en Venezuela, fue uno de los artífices del bloqueo contra Chavez. En las bodegas de Coca Cola estaba almacenada la comida mientras el pueblo venezolano se moría de hambre. Nosotros hemos tenido que asistir al entierro de nueve compañeros, tener que darle el pésame a las víctimas, tener que ver a los huérfanos llorar por culpa de la Coca Cola. Tenemos muchos desplazados, gente afuera del país, porque Coca Cola no quiere que los trabajadores se organicen. Y si usted tiene dinero en bancos donde lo tiene Coca Cola, sáquelos. Porque uno no puede juntar sus ahorritos de trabajo con la plata criminal de la Coca Cola.”. A la lista habría que agregar la desertificación de zonas campesinas en la India (cada litro de Coca Cola insume tres de agua), la discriminación de los trabajadores negros en África y mujeres en los Estados Unidos, y muchas políticas más por las cuales la empresa multinacional ha tenido que enfrentar resistencias y desalojos en todo el mundo.
¿Coca Cola se va de Bolivia? Más allá del anuncio ministerial y las posibles estrategias del estado, la medida se cae de madura en un pueblo conciente del buen vivir.
(La entrevista completa con Edgard Páez se puede leer en http://www.astelarra.blogspot.com.ar/2008/12/entrevista-edgard-paez-director-de.html)