Por Red Cetorca. A partir de ahora, y para siempre, daremos vueltas alrededor de la pelotita: por arriba, por abajo, por un lado y por el otro. Del barrio a la academia ida y vuelta y viceversa.
Apologética de la pérdida del tiempo y otras cuestiones superfluas
Se puede entender una metáfora como un sentido distinto. Esta alternancia en el sentido tiene como fin último la comparación. Una metáfora entonces, puede considerarse un ardid, una astucia que tiene como fin comparar para mostrar otra alternativa. El fútbol es una metáfora por excelencia tanto que en las charlas que mantenemos con nuestros amigos, solemos sacar algunos aprendizajes sobre la vida. Esta característica metafórica es lo que ha llevado a calificar al fútbol como metáfora de la vida en razón de que podemos sintetizar, en el sentido dialéctico y no químico, a la vida misma en el juego que tiene a la pelota, a los arcos, a los jugadores como su principal objeto.
Muchas expresiones futbolísticas pueden expresar claramente algunas de las instancias más importantes para la vida. “Por vos Tricolor dejo la vida” canta la hinchada de Colegiales en Munro haciendo mención a cierto sacrificio simbólico que cada uno de ellos “dice” que está dispuesto a hacer. “Yo soy de Racing desde que era chiquitito” vocifera la Guardia Imperial aludiendo, sin saber, a una continuidad existencial justificando un sistema estratificado de edades y que nos indica la ligazón identitaria entre ese pasado y este presente actual. “Soy de Boca, soy de Boca soy, de Boca, yo soy” canta La 12 en una alusión que ni Fichte (1) hubiera podido resumir en forma tan prístina. Muchos de ellos no filosofan sobre estas cuestiones, pero en sus cantos, resumen lo que a muchos le ha llevado años de academia.
Pero si de fútbol hablamos también nos referimos a lucha, a lid, a combate, a esfuerzo y no solo físico. Repasemos. Dos hinchas se encuentran en la mesa cuadrada de un bar cualquiera y se entabla una conversación sobre el partido. Supongamos. Uno de River otro de Boca. Si pudiéramos escuchar las alternativas de la charlas notaríamos una especie de esgrima estilista en la conversación, de toques, retoques y estocadas. Una conversación animada entre hinchas se asemeja a una especie de competencia en donde el objeto de juego son las palabras. A una afirmación le corresponde una desvalorización de esa afirmación. A una negación ídem. A un insulto velado y grotesco se le contesta con otro de mayor tono o de mejor calidad humorística. A la clásica verdugueadarioplatense se le opone el descaro del atorrante. A la insultante comparación zoológica se le contesta con argumentaciones históricas y así casi indefinidamente. Es interesante mostrar que esta característica la comparte con otras formas retóricas como el discurso político, el religioso y el artístico. A diferencia de la retórica científica, la futbolera no es racional, es pasional (como el tango), es sentimental (como el blues). Estas virtudes si bien le quitan exactitud (defecto heredado del positivismo y del malsano óptimo paretiano que tanto daño hizo y sigue haciendo en el pensar humano) le agregan divertimento, es decir, placer.
En una discusión entre hinchas, no hay final ni hay ganador. Extraño combate donde no hay víctimas. La palabra del hincha surte efecto como un sortilegio disparador de otros variados sortilegios y así indefinidamente. Porque la charla no se agota en un partido. Ni siquiera en una suma de partidos llamados torneos. La charla siempre continuará. Por esta extraña virtud del lenguaje metafórico, los partidos no culminan, siempre vuelven a recomenzar en un extraño círculo reiterativo. El lenguaje nos permite inmortalizar jugadas, jugadores, fallos, circunstancias. El enunciador adquiere, por esta virtud, una potencia ignorada que lo ubica, con respecto a su interlocutor, en una especie de supraplano. Quizás, y esté exagerando un poco, los partidos sean eternos, y los jugadores también lo sean y estén fijos para siempre en una dimensión cuadrada y verde surcada por líneas blancas de cal o solo estén en una especie de letargo y se activen con el recuerdo de los fanáticos quienes ofician como chamanes místicos en la ceremonia ritual del balón.
Otra extraña paradoja futbolera que se vincula con la filosofía más moderna; ¿cómo entender el recuerdo de los partidos siempre traídos al presente en las conversaciones futboleras sino es a través de la duración (dureé) que mencionaba Henri Bergson(2)? ¿Acaso no es posible entender la dinámica temporal en estas presentificaciones? ¿Cómo creer que el “pasado ya pasó” si estamos hablando de aquél penal que malogró Pavone y que significó que River se vaya al descenso? El fútbol, como se puede apreciar bajo su impronta metafórica, trae al debate humano mucho más que la pelea cabaretera sucedida en un vestuario y que aquellos que dicen “saber” de fútbol, reproducen hasta el hartazgo porque no saben que más decir. Reducir el fútbol al gol perdido o a las trifulcas ocasionales, es no comprender la calidad metafórica de un, en palabras de Badiu, “acontecimiento” humano.