Por Red Cetorca. Una vez más, como habíamos prometido, damos vueltas y vueltas alrededor de la pelotita: por arriba, por abajo, por un lado y por el otro. Del barrio a la academia ida y vuelta, y viceversa.
Desde una perspectiva para nada despreciable el fútbol es reiteración. Siempre son once jugadores contra otros once jugadores. Los jueces siempre están allí. La pelota siempre es redonda y si entra en los arcos se llama gol. Aprovechándome en demasía de la exageración, podemos decir que es un poco como el “motor inmóvil”(1). Lo que quiero decir es que el fútbol, al igual que la TV, se nutre de sí mismo, es movimiento. A nuestro amigo Bergson le hubiera encantado esta frase.
Y, por paradójico que parezca, todos los relatos son distintos. En este punto, el fútbol se vuelve aventura. La metáfora cede su lugar a la fantasía. El relato o la narración es lo que transforma un acto cualquiera en una aventura. Por este medio transformamos los hechos más anodinos en aventuras fantásticas y bárbaras. Tal es lo que posibilita la palabra narrada. Mientras estamos jugando o viendo el partido, no nos percatamos del sentido aventurero que irremediablemente poseerá cuando le contemos a nuestro amigo el gol convertido o la jugada realizada. La aventura se constituye no en la acción propiamente dicha y vivida, sino a través del cuento, de la narración.
A propósito, se incorpora otro personaje más en este ejemplo de la representación: el narrador/locutor. La trama espectacular toma mayor gusto estético. La narración aventurera, relatada por el propio actor, sea este Montenegro o el niño que juega con nosotros en la canchita, es diferente al relato frío y técnico del locutor radial o televisivo. Pero en algunos instantes de inspiración poética, cuando Lanzini dibuja jeroglíficos a puros amagues y se la pone en el otro palo a Orion o a Saja, algunos de de esos locutores acierta con las palabras y todos participamos en la gran fiesta futbolera.
La misma jugada cambiará un poco cada vez que la contemos hasta convertirse, por efecto de esta reiteración a través del tiempo, en un mito. Roma estará cada vez más adelantado en el penal que le atajó a Delem y que dejó a River fuera del campeonato. La pelota estará cada vez más adentro del arco de los alemanes en el 66 cuando los ingleses ganaron el campeonato mundial.
Esta reiteración a la que aludo es la que posibilita la acumulación del saber. Por eso es que todos los que ven o juegan al fútbol son idóneos para discutirlo. El fútbol, como la hechicería, el curanderismo o la meteorología empírica, es uno de los llamados saberes populares.
El fútbol, como el saber astrológico, se basa en la reiteración, en lo predecible. Tanto es así que si hacemos una recopilación del saber futbolero rescataríamos expresiones comunes como:
-Los goles que no se hacen son los goles que se sufren.
-El equipo está bien armado y todo depende de nosotros.
-Sabemos que ellos van a venir a defenderse pero nosotros tenemos que ser los protagonistas.
-Los partidos hay que jugarlos.
-El fallo del árbitro nos perjudicó.
-Yo vine a este equipo para salir campeón.
-Cuando la pelota se pierde lo principal es recuperarla.
-Los equipos se arman de atrás para adelante.
-Nosotros somos un equipo humilde pero intentaremos imponer nuestro juego.
-Hoy no hay equipos grandes, todos nos igualamos en la cancha.
-Los goles no se merecen, se hacen.
-Etcétera.
Estas expresiones nos suenan conocidas porque las hemos escuchado en muchas bocas distintas, de técnicos, jugadores, periodistas. Yo creo, humildemente, que esas recopilaciones se podrían compendiar y elaborar en un manual de fútbol, advirtiendo a los lectores que para saber jugar al fútbol hace falta una pelota o símil, y no un libro. He aquí, pues, una de las superficialidades del saber futbolero.
Pero, como bien dijera Panzeri, es también la dinámica de lo impensado. Es la creación atorranta del antiguo baldío hoy privatizado en una escuela de fútbol. Es la jugada del mago que saca de la galera un gol impensable. Es la creación de la nada. ¿Será por eso que se compara a algunos jugadores con Dios? El fútbol, desde esta perspectiva, es la reiterada creación, la rutinaria dinámica de lo diferente.
Para terminar
El fútbol, tal como estoy proponiendo, puede ser considerado una metáfora y también un particular dispositivo de un saber que no es eficaz para la vida sino para el divertimento. Que podamos comprender cómo y por qué no se ganó un partido que se tenía en el bolsillo, y podamos narrar con lujo de detalles los precisos pasos que el mediocampista dio en ocasión de la factura de un gol es, a toda luces, totalmente superfluo. No sirve de nada saber y discernir sobre la ley del off-side ni la formación de Banfield de 1984. Todos estos saberes son especies de blasones que lucen en las charlas con amigos y, como el cazador que trajo la presa mayor, solos nos dan dique en una fratría totalmente sustituible. Pero hay momentos que, si los pensamos bien, dicen mucho más de lo que enuncian. Por eso es que debemos tomarnos el tiempo para dedicarlo a lo que no se lo merece, a aquello que es un pérdida de tiempo ya que el tiempo se ha hecho para su consumo y no para su atesoramiento, por más que les duela y les moleste a los que creen que el tiempo es oro. Si esto fuera verdad, te doy dos minutos de mi tiempo y dame cien pesos.
Arriesgándome a contradecirme -lo que me alegra más que me entristece-, de lo que se trata es de entender qué es esto del fútbol como metáfora y perder el tiempo con las giladas, porque de giladas está hecha la filosofía. Si no tenemos la posibilidad de perder el tiempo, nunca sabremos lo valioso que es.
Notas:
(1) Si Aristóteles hubiera nacido en Saavedra, sería calamar.