Por Débora Ruiz. Eduardo “Tato” Pavlovsky habla sobre Asuntos pendientes, la inquietante obra que presenta todos los viernes en el Centro Cultural de la Cooperación.
Entrevistado por Marguerite Duras, Francis Bacon contó que comenzaba a realizar sus trabajos a partir de manchas y que esperaba “el accidente”, la mancha particular desde la que se configuraría el cuadro.
Para el pintor irlandés, este suceso, la imaginación técnica, no era perceptible de comprensión ya que entenderlo, implicaba entender el modo en el que uno actuaría y eso es algo imprevisto, que no se podrá comprender jamás.
Con este proceso de creación encuentra analogía Eduardo “Tato” Pavlovsky (actor, autor, médico y psicoanalista), para hablar sobre cómo se gestó Asuntos pendientes, la obra que presenta todos los viernes a las 20 horas en el Centro Cultural de la Cooperación, junto a Susy Evans, Eduardo Misch y Paula Marrón.
La pieza, que en palabras de su directora, Elvira Onetto, se encuentra atravesada por la idea de crimen social, familiar y ético, narra la historia de un matrimonio y su hijo adoptivo. El personaje central es avasallado por imágenes oníricas que se mezclan con la siniestra realidad que transita, y con el papel afín que el resto de los personajes y él adoptan, amparados bajo la aparente fachada de “lo civilizado”.
Cuenta el autor que muchas veces empezó a escribir a partir de temas que se le dispararon o desde algún estímulo intelectual previo, pero en este caso, como en otros de sus trabajos, empezó a delinear la obra movido por imágenes: “pienso un personaje como si estuviera pintando, pero no figurativamente, sino más al estilo de Bacon, manchas, sonidos, y después todo se va armando. En esta obra empecé a ver a una pareja de amorales, que de alguna manera expresaban muchísimos problemas, no denunciativos, pero sí de los últimos años a la actualidad vividos en Argentina, como la pobreza infantil, marca brutal en zonas del norte; de hecho hay una frase brutal que utilizo en el texto: “¿Usted tiene hambre?”; “Tengo hambre de agua”.
También están presentes la delincuencia infantil, la pornografía como negocio y la pornografía del incesto, dice Pavlosvky, “cosa que ni siquiera sé si se sabe, qué pasa con las relaciones sexuales que ahora, en este momento, están sucediendo en distintas partes”.
Eduardo sostiene que escribe tratando de imaginar que los personajes se diluyen en devenires, como se diluye la imagen en pintura: “Harold Pinter, el autor inglés, empezaba a escribir y se le escapaban los personajes; y los personajes que se me escapan acá calan temas muy grandes”, comenta. Y hace referencia una vez más a que estas temáticas interesantes le salieron como tales no por pensarlas sino por visualizarlos. “En tres escenas te muestro tres problemas sociales importantes, pero denunciados como al revés”.
Por eso, el protagonista de la obra filma a su mujer y a su hijo adoptivo mientras tienen relaciones sexuales y luego de felicitarlos a ambos, los invita a ver el material que registró. Los tres lo ven y el audio procaz de la cinta se mezcla con la alegría por compartir ese momento. Es más, el padre los alienta a que se dediquen a la pornografía: “es la única escena en la que no se escucha absolutamente nada del público, ni una tos, ni un movimiento, es como si se apagara algo” cuenta Pavlovsky.
La denuncia a la inversa también se hace presente en el pasaje en el que la mujer del protagonista cuenta livianamente la escena de un robo. El policía del relato insulta a un joven ladrón (que trabaja para las fuerzas de seguridad) de manera inusitada, le dice que no le importa a nadie, que no existe, que lo va a matar, y el chico le responde: “Prefiero que me mates porque así no tengo ganas de vivir”.
Asimismo, el personaje del padre no deja de aludir a la adopción ilegal de su hijo, a quien compró en Misiones por 5 mil pesos, y permanentemente le recuerda al chico el rancho del que lo sacó y la familia desdentada y enferma de la que lo salvó.
“Tato” desarma los temas para recomponerlos de manera única, escapándole desde la dramaturgia a los lugares más revisitados. En relación a esto, hace referencia a cuando tuvo que escribir sobre la tortura por ejemplo, “un tema dificilísimo porque podés caer en un mensaje que es un poco el que usa la izquierda: el torturador muy malo, el torturado muy bueno, la víctima, el sadismo, cosa que yo no estoy dispuesto a escribir porque, fundamentalmente, no son teatrales”. Y alude al caso de dos de los personajes de “El señor Galindez”, que torturaban cuando recibían la orden telefónica de éste: “lo meritorio de la obra es que el señor Galindez era las fuerzas armadas, el sistema, y ellos eran victimarios pero al mismo tiempo víctimas de él porque eran series, se podían eliminar y se ponía a otros en su lugar sin ningún tipo de problema”.
Es ineludible pensar también en otros personajes de otras obras de su autoría, como “Potestad” o “Paso de dos”, en los que el perfil del torturador se muestra de manera totalmente opuesta a la imagen estereotipada del represor, caracterización que lo llevó a recibir críticas desde diferentes sectores.
Y es inevitable volver, una vez más a Bacon: “si uno se para en el accidente, si uno cree que comprende el accidente, hará una vez más ilustración, pues la mancha se parece siempre a algo. Es el cambio de la imaginación técnica lo que puede dar la vuelta al tema, el sistema nervioso personal”.
Ver actuar a Pavlovsky es siempre una experiencia única. Es presenciar el trabajo de un artista que no se guarda nada, que se entrega por completo a cada papel y que sacude al espectador como pocos, como nadie.
Para él no hay otra forma de poner el cuerpo, sin esa intensidad que lo caracteriza y con la que traspasa la escena. “Creo en el actor como un fenómeno corporal y creo además, y lo siento así, que no me quiero encasillar en ningún papel, quiero romper el papel, romper el contorno de la silueta figurativa a otras cosas que pasan, pero que pasan en la cabeza de uno” reflexiona. Y agrega: “es como si uno viviera acribillado de imágenes; si un pintor pintara esta escena, pintaría el diálogo entre nosotros dos e iría partiendo el diálogo de acuerdo a lo que él piensa que está ocurriendo entre nosotros, cuántas imágenes producimos, lo que yo digo, lo que vos pensás; todo eso es lo que creo del teatro, y todo eso es lo que trato de romper en los personajes, pensando que se transmiten las intensidades del actor, algo más fuerte que el teatro figurativo, que se hace muy bien acá, pero que a mí no me interesa nada…”.