Por Lucas Abbruzzese. Cada día adquiere más importancia lo que pasa afuera de la cancha que adentro. Ni las dirigencias, ni los periodistas, colaboran un ápice para que los jugadores, jueguen. Eso que algún día fue un juego llamado fútbol, se parece cada vez más al mundo de los chimentos.
El periodismo de estos días, dentro de la híper conectividad, en el que todo el tiempo hay que llenar página, horas radiales y televisivas; apuesta más por escribir y hablar de intimidades de planteles y deportistas, bien al estilo chimentos, que de analizar, profundizar, investigar y encontrar preguntas y consecuencias de un resultado deportivo. ¿Influye una mala relación fuera del rectángulo, en el caso del fútbol, en el rendimiento del equipo?
“El problema creado por el periodismo escrito con sus invasiones a la intimidad del vestuario, dormitorios, comedores y también baños para cumplir con una inexistente obligación periodística: la de “la nota” que absolutamente nadie ha pedido y nadie necesita y, más aún, llega a dañar la dignidad humana”. Esta frase, contundente y expresada en su máximo nivel en los tiempos que corren, le pertenece a Dante Panzeri, del libro Burguesía y gangsterismo en el deporte. Desde esa reflexión, ¿qué le importa y qué busca un periodista queriendo saber lo que ocurre con los protagonistas en su privacidad?
¿Por qué un comunicador se mete en lugares íntimos? ¿Desea cometer el error de ser protagonista? ¿Qué carajo de interesante, productivo, tanto para informar como para educar, puede obtener sabiendo la intimidad de un plantel? Si la sabe, ¿con qué fin publica información de supuestas internas y peleas? ¿Acaso un grupo no está formado por seres humanos, con diferencias y distintos puntos de vista?
Para tratar de responder la pregunta del primer párrafo, muchas veces, la mayoría, se opina que las diferencias entre jugadores perjudican y bajan el rendimiento colectivo sobre el verde césped. ¿Es cierto eso? Boca, hace unas semanas, y con una motivación excesiva y continuidad desde los medios de comunicación, lo que menos parecía era un cuadro de fútbol. Al menos, de eso no se hablaba. Peleas por aquí, piñas por allá. Tapas de diarios, cientos de minutos que sólo se encargaban de peleas, de los pros y los anti Riquelme, etcétera. Luego, dos victorias seguidas. Y cómo no recordar las diferencias que hubo entre Ángel Labruna y Adolfo Pedernera, dos de los integrantes de La Máquina, uno de los elencos más brillantes de la historia del fútbol mundial. Sus contrarias maneras de ser y de pensar, como queda plasmado en el libro Fútbol todotiempo, del maestro Carlos Peucelle, jamás era reflejado en el campo de juego, donde llevaron a cabo un estilo estético, de pases, de goles, de ataque, de triangulaciones y de una vistosidad pocas veces vista (al menos, así lo afirmar y reafirman los que los vieron desplazarse). Allí, en la cancha, es donde las palabras quedan de lado y la que manda es la redonda.
Entonces: ¿por qué el periodismo relacionado con el fútbol se preocupa más por lo que ocurre en las duchas en vez de analizar? ¿Por qué cumple una misión que a la sociedad poco debe importarle? ¿Por qué le inculca todo el tiempo a una masa societaria importante las internas y diferencias? ¿Por qué a esa gente le importa si hubo peleas? ¿Un grupo de treinta y pico de personas deben llevarse todas bien? ¿Dónde ocurre eso? El periodismo, si quiere empezar a sanearse, tiene un buen comienzo en alejarse de los vestuarios, investigar balances, analizar el juego y dejar de lado el amiguismo.