Por Gunther Reyscher. Análisis de algunas posiciones de los economistas pertenecientes al oficialismo respecto al proceso inflacionario de los últimos años. Las consecuencias que tiene el alza inflacionaria sobre los sectores populares y la raíz del problema en la productividad de la economía argentina.
La inflación en la agenda política
La inflación es un tema que ha estado presente en los discursos de los medios y los grupos políticos opositores al oficialismo desde hace ya varios años; fundamentalmente luego de la intervención del INDEC, aspecto en el cual se han centrado las críticas de estos grupos, más que en el carácter nocivo que tiene la inflación sobre los sectores populares. Este último aspecto ha tomado mayor relevancia en los últimos meses, con el mayor protagonismo de los actores sindicales.
La posición del oficialismo respecto a la inflación ha sido siempre omitirla. No ha sido reconocida públicamente como un problema o como una cuenta pendiente del modelo y la ya mencionada intervención del INDEC buscó invisibilizar el problema. La respuesta de los economistas pertenecientes al kirchnerismo, que no pueden simplemente ignorar un problema que ya por constancia se hace evidente e ineludible, ha sido desestimarla. Aceptar que hay un nivel de inflación elevado, pero argumentar que no es un problema grave para la sociedad y el sistema económico.
Antes que nada, un problema social
Uno de los argumentos utilizados para sostener esta idea es que la inflación sería un problema que preocupa principalmente a los sectores sociales de mejores ingresos o con empleos estables. Aquellos sectores más vulnerables sufren problemáticas más graves, fundamentalmente el trabajar en negro, con lo cual la urgencia para resolver la inflación (pensando antes que nada en las condiciones de vida de estos sectores) no sería tanta. En adición a esto, los salarios formales habrían aumentado más que la inflación durante los últimos años, con lo cual el efecto negativo de esta última sería relativo ya que los trabajadores formales estarían mejorando su poder adquisitivo. Esto es difícil de afirmar, según los propios economistas defensores del modelo, debido a la ausencia de datos de inflación confiables.
Respecto al análisis anterior, si bien es cierto que la problemática del trabajo informal tiene consecuencias mucho más graves sobre el ingreso y las condiciones de vida de las personas que se encuentren en esa condición, es equivocado concluir por eso que las principales víctimas de la inflación son los sectores medios y altos. Todo lo contrario, la inflación golpea con más fuerza a quienes poseen trabajos precarios.
Esto es así por la simple razón de que sus ingresos son menores. Según datos del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas, los ingresos de los trabajadores en negro promedian los $1.798, lo que equivale al 67% del Salario Mínimo, Vital y Móvil. Además, las distancias entre los ingresos de estos trabajadores (que hoy en día representan cerca de un tercio de los asalariados totales) y los formales es cada vez mayor ya que obtienen aumentos salariales inferiores por no estar sindicalizados. No solo tienen menores ingresos, sino que su condición de vida los obliga a incurrir en mayores gastos (por ejemplo la carencia de obras sociales o la necesidad de alquilar). Considerando todo esto, sí afirmar que el poder adquisitivo de los trabajadores en blanco está mejorando es arriesgado, hacer lo mismo con respecto a los precarizados es casi imposible.
La productividad en el centro de la cuestión
Por otro lado, desde un punto de vista más propiamente económico, la inflación es vista en la perspectiva oficialista como una consecuencia inevitable del proceso sostenido de crecimiento que ha tenido el país en los últimos años. Se da por sentado que cuando la economía crece se produce empleo, pero esto viene acompañado de inflación. En este contexto, la inflación es entendida fundamentalmente como expresión de la “puja distributiva” entre trabajadores y empresarios que se estaría resolviendo a favor de los primeros. Se concluye así que deberíamos contentarnos con la gran cantidad de puestos de trabajo generados en la última década, y entender a la inflación como un mal necesario y menor.
Pero la explicación anterior es por demás simplista, fundamentalmente porque no ahonda en otras causas de la inflación. Destacaremos aquí dos: la presencia de oligopolios y la pérdida de valor de la moneda (o en otras palabras, el aumento del dólar).
Los oligopolios son sectores en los cuales la producción está concentrada en pocas empresas. La presencia de estos en nuestro país se da en sectores estratégicos como el de hidrocarburos o el siderúrgico, y hasta en otros como el alimenticio y la telefonía celular. Estas empresas pueden aumentar los precios fácilmente, ya que el riesgo de que ese aumento les quite compradores es reducido. Por ejemplo, si Claro, Personal y Movistar, suben simultáneamente sus tarifas, hay una sola opción para no pagar ese aumento: no tener celular.
El otro factor que destacamos es la pérdida de valor de la moneda. Para entender esto hay que comprender la inserción que tiene la economía argentina en el comercio internacional. La moneda de un país es reflejo de su capacidad productiva. En base a esa capacidad se establece (o debería establecerse) la relación de valor con otras monedas. ¿Por qué un dólar equivale a más de cuatro pesos? Porque como somos menos productivos que otros países (es decir, producir algo nos cuesta más que lo que le cuesta a China o Alemania), necesitamos “abaratarnos” artificialmente, para que a estos les convenga comprarnos, o en otras palabras, para poder ser competitivos. Entonces, si queremos que nuestra balanza comercial sea superavitaria (exportar más de lo que importamos) un camino es devaluar cada vez más nuestra moneda. Pero si la moneda vale menos, los precios deben subir para compensar esa pérdida de valor. No es lo mismo cobrar algo a cuatro pesos si esos cuatro pesos son iguales a un dólar que si son iguales a cuatro.
Entonces, la inflación es síntoma de otro problema que es la progresiva pérdida de competitividad. Podemos dar ejemplos históricos para mostrar esta relación entre tipo de cambio-competitividad-inflación: en los 90 la relación entre peso y dólar era uno a uno; la inflación era mucho menor a la actual ya que el valor de la moneda estuvo fijo por una década. Sin embargo la paridad con el dólar hacía a los productos argentinos muy caros en relación a los exteriores, con lo cual se exportaba poco y se importaba mucho. La balanza comercial fue cada vez más deficitaria hasta que la convertibilidad se hizo insostenible. En la actualidad vivimos la situación inversa: tipo de cambio alto que nos abarata respecto al resto del mundo, el consecuente superávit comercial, e inflación producto del continuo aumento del tipo de cambio.
En conclusión, la inflación está lejos de ser solamente un arma de los medios opositores o una obsesión que incumbe exclusivamente a los sectores más pudientes. Es una problemática estructural que afecta duramente a las clases más vulnerables, y que es consecuencia de limitaciones (poca competitividad, concentración y extranjerización económica, falta de inversión) que el modelo económico no ha podido resolver aún luego de varios años de crecimiento sostenido.