Por Orlando Agüero. El pasado sábado 8 de Junio, en Solano (Quilmes), familiares y compañeros de Agustín, a 25 años de su secuestro, tortura y asesinato, marchamos desde 826 y 898 esquina donde arrojaron su cuerpo, para recorrer las calles del barrio donde vivía, así recordarlo y exigir justicia.
Tarde fresca y soleada en Solano, al sur del conurbano bonaerense. La concentración de familiares y compañeros todavía es tímida. Los primeros en estar ahí son Francisca, la mamá, sus hermanos y amigos, parados firmes pero ansiosos, buscando las últimas cosas para garantizar la jornada.
Las calles de tierra, son los testigos forzosos de esta convocatoria que año a año recuerdan a aquel luchador popular, aunque no los únicos. Lentamente, los pasos de decenas de compañeros y compañeras, algunos que caminaron junto a él y otros que no tuvieron la suerte de conocerlo, se acercan a la esquina. Unos cuantos se reparten unos prendedores con su imagen, con la leyenda “Agustín Ramírez Presente”, que hace las veces de hilo conector en la búsqueda de una identificación con el homenajeado, a través de la imagen.
Una percusión, suena como telón de fondo, como si hubiera un escenario natural poniendo en escena a quienes vienen llegando para acompañar.
Francisca, luchadora inagotable, observa todo desde una mezcla de sufrimiento y alegría. Saluda a amigos y a otros familiares de víctimas como su hijo. Es el caso de Leo Santillán, hermano de Darío, víctima de la conocida Masacre del Puente Pueyrredón. Estos saludos y la importante cantidad de compañeros que se agruparon en el lugar, le dieron el impulso necesario a Francisca para arrancar con la jornada. Tomó el altavoz y saludó convocando a los vecinos y vecinas del lugar, a recordar, a contar de una vez que es lo que vieron o escucharon aquella noche del cinco de junio de 1988, y que los invitaba a sumarse a la marcha.
Arrancó la movilización, y dejamos atrás el lugar donde es arrojado el cuerpo de Agustín. La marcha empieza a desandar ese camino, buscando encontrar las enseñanzas de esa vida tan valiosa. El trayecto no es sencillo. Calles de tierra, con muchos cascotes, zanjas anchas, pasto alto alrededor. Sorteando estos y tantos otros obstáculos, avanza Francisca con su pancarta donde lleva la imagen de su hijo Agustín y acompañada por un centenar de personas. La caminata, luego de tres cuadras, se detiene y la movida adquiere un formato similar a un vía crucis, que va organizando cada cierta distancia, una parada donde se lee o se interviene. Sin embargo, tampoco es un vía crucis convencional.
La movida bucea dentro de esa mística popular, en ese espacio donde se mezcla la pertenencia religiosa con la denuncia y la demanda social, que al fin al cabo es política. Se relató durante una de las paradas que la familia Ramírez se la podía situar en la categoría de trabajadores y luchadores que vinieron del interior sin nada, dispuestos a pelearla honestamente, con trabajo y esfuerzo. Así es como hicieron su vida miles de hermanos y hermanas. Así, es como continúa el recorrido.
Nuestros pasos esta vez caminan sobre un mejorado asfáltico, que entre los bombos las palmas y los “Presente”, cada vez que se grita el nombre de Agustín Ramírez va llegando a su segunda parada, donde entre otras cosas se escucha: que “el intendente local empieza a tratar de subversivos tanto a Agustín como a los curas y a la militancia que organiza los asentamientos de los sin techo. Las tomas, donde se habían asentado numerosas familias a construir sus casas para vivir, eran parte de un conjunto de tierras que martilleros y grupos de poder político y económico de la zona deseaban para realizar un fabuloso negocio inmobiliario. Este constaba de la apropiación de tierras fiscales, en su propio beneficio lucrando con los bienes del Estado, a costas del pueblo empobrecido”, denunciando claramente la situación política y social que se vivía en ese momento, y el impresionante negocio que se estaba impidiendo con las tomas de tierras y la organización de asentamientos urbanos para la vivienda.
La tercer parada escuchó atentamente las palabras de Leonardo Santillán, quien a poco de cumplirse once años del asesinato de su hermano Darío, supo expresar su más profunda solidaridad para con la familia Ramírez y su lucha por justicia. El abrazo con Francisca, es como la marca que indica que terminaron las paradas y nos tenemos que empezar a dirigir hacia la Parroquia Las Lágrimas.
Ya llegando se nos suma una murga que da más ánimo a la movida, hasta entrar al templo. Liturgia religiosa informal. Celebración.
El Sacerdote en su sotana llevaba las imágenes del Padre Mujica, de Monseñor Enrique Angelelli, de Arnulfo Romero y el prendedor de Agustín Ramírez. Mate, mate cocido y tortas fritas circulaban durante el acto religioso, otro ingrediente más en este caldo compuesto por mixturas de pasiones religiosas, políticas y culturales. Tanto es así, que en los micrófonos del altar se escucharon las reflexiones de Francisca y de Ariel su hermano, para luego dar paso a una excepcional cantante y guitarrista popular. A su vez, la intérprete, hizo girar la posta para que se arme una guitarreada espontánea entre los presentes, situación que arrancó numerosas sonrisas alegres y fuertes aplausos.
Grato clima formado para recordar a Agustín, como en los fogones, como en las luchas, como siempre, como si los aplausos en el momento en que se chocan, formaran un solo puño entre todos y todas y se le diera un gigantesco puñetazo a los asesinos de Agustín. Hoy, ese golpe, los familiares y compañeros de Agustín Ramírez lo dieron con esta hermosa jornada de unión, alegría y decisión de seguir luchando hasta que conseguir la verdadera justicia. Y esto gracias a que este conjunto de personas tienen bien en claro que la única lucha que se pierde es la que se abandona.