Por Berenice Anaya. Este domingo se llevaron a cabo las elecciones presidenciales de Republica Dominicana. Fue para elegir al sucesor de Leonel Fernandez, Presidente de la republica por tres periodos (1996-2000; 2004-2008; 2008-2012) y a quién la nueva constitución impide volver a presentarse, al menos en un mandato inmediato.
En estas elecciones, un total de 6.502.968 de ciudadanos fueron habilitados para votar. En tanto, los dominicanos que residen en el exterior por primera vez pudieron elegir a 7 diputados que los representen.
Los principales candidatos, el liberal Danilo Medina (acompañado en la formula por la actual primera dama Margarita Cedeño) del gobernante Partido de la Liberación Dominicana (PLD), y el socialdemócrata Hipólito Mejía, -quien fuera presidente entre 2000 y 2004- del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), fueron durante los últimos meses de campaña centro de toda la atención electoral. Ambos representantes y candidatos de los partidos mayoritarios de un polarizado sistema político bipartidista signado por la corrupción y el clientelismo.
Tanto el PRD, como PLD, fundados por el legendario profesor Juan Bosch, fueron partidos que nacieron en momentos históricos de lucha y defensa de los ideales democráticos, en contextos marcados por el autoritarismo y la represión política de distintas dictaduras. El trujillismo primero y el balaguerismo después. Sin embargo ambos se han alejado de los ideales y la ética de su fundador: el primero nunca ha logrado adoptar un proyecto en favor de los más desposeídos, el segundo se dice liberal pero ha adoptado tintes conservadores. En su afán de mantenerse en el poder formalizo en 1996 un pacto -que dura actualmente- con el balaguerismo, su principal oponente por más de veinte años.
En este contexto el resto del sistema político quedó absolutamente invisibilizado. La izquierda dominicana no ha logrado superar su endémico divisionismo y se presentó a esta contienda con tres candidatos distintos; el ex fiscal Guillermo Moreno, el ex ministro Max Puig y el abogado Julián Serulle. Ninguno logró alcanzar si quiera un 4% de los votos.
Tras una jornada electoral catalogada por Roberto Rosario, -presidente de la Junta Central Electoral- como “masiva y pacífica”, los resultados arrojados no sorprenden, según los primeros datos el candidato oficialista Danilo Medina se impuso con el 51,2% de los votos sobre el 46,77% que obtuvo Hipólito Mejía, eludiendo así la segunda vuelta electoral que la constitución establece en caso de no alcanzar el 50% más uno de los votos.
Mención aparte parece merecer el hecho de que a la “pacifica jornada” no le faltaron incidentes ni denuncias, entre los cuales se encuentran varios heridos por armas de fuego, así como la detención de una docena de individuos por portación de armas. También se repitieron, al igual que en elecciones anteriores, las insistentes denuncias de compras de votos y entrega de cedulas de identidad falsa.
Parece elocuente el desafío por delante de un país que tras más de 30 años de elecciones “pluralistas”, parece sostener una democracia meramente formal. En los hechos se mantiene el 20% de la población viviendo en situación de indigencia; la brecha entre ricos y pobres crece cada año; el índice de desempleo alcanza el 14%; y el salario mínimo cuenta con el “privilegio” de ser el tercero más bajo de toda América Latina.
Tras un nuevo proceso electoral que demarca la continuidad de un modelo que aun cuando muestra altos índices de crecimiento económico, no ha canalizado ese éxito hacia las clases más perjudicadas, se presenta necesaria la conformación de un actor político capaz de impulsar los cambios sociales necesarios que modifiquen esta realidad y mejoren la condiciones de vida de la población.